Chicas he quitado los links de la trilogia Existence por que ocurrio un problema! Al parecer el PDF que me enviaron del tercer libro no era la versión original del foro que lo tradujo (Libros del Cielo).
Pido mis disculpas a las chicas del foro por haberlo subido sin verificar antes. Es que como los créditos parecían verdaderos, no verifique.
Nuevamente mis disculpas a ustedes por que se lo mucho que cuesta ese trabajo y es horrible que lo roben asi. A quienes lo estan buscando para leer, les comento que en un par de dias, la traducción original de libros del cielo estara circulando y lo subire nuevamente.
MUCHAS GRACIAS y Mis DISCULPAS!! =(
sábado, 1 de diciembre de 2012
miércoles, 24 de octubre de 2012
HOME FOR THE HOLIDAYS (En Casa para las Fiestas) by Jeaniene Frost
The Bite Before Christmas
HOME
FOR THE HOLIDAYS
(En Casa para las Fiestas)
by Jeaniene Frost
Por fin lo termine!! y como lo prometido es deuda, aquí les dejo el libro 6.5 de la saga Night Huntress en español!! Que lo disfruten!! =)
Me Lo Llevo
Me lo llevo! 2
sábado, 6 de octubre de 2012
Mil disclpas!
Chicas!!! mil mil disculpas por desaparecer del mundo!! pero ya les colgué dos capis nuevos (12 y 13) espero que los disfruten!!!
También quiero decirles que la semana que viene, ya voy a tener la historia completa traducida y la voy a subir en PDF.
Disculpen nuevamente por tomarme tanto tiempo, pero con los exámenes, y que estaba enferma me retrase mucho!!!
Un saludo grande a todas ustedes y gracias por seguirme!!!!
También quiero decirles que la semana que viene, ya voy a tener la historia completa traducida y la voy a subir en PDF.
Disculpen nuevamente por tomarme tanto tiempo, pero con los exámenes, y que estaba enferma me retrase mucho!!!
Un saludo grande a todas ustedes y gracias por seguirme!!!!
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Mis saludos!
Hola a tod@s!!! espero disfruten de estos cuatro capítulos que les adelante hoy!! la cosa se pone cada vez mas rara eh!?
Espero les guste mi traducción y si no, comentarios constructivos son bienvenidos!!!
Ya me voy a dormir por que me muero de sueño... estoy con esto desde las 11 de la mañana y ya es mas de medianoche!!!
Saludos!!!
Espero les guste mi traducción y si no, comentarios constructivos son bienvenidos!!!
Ya me voy a dormir por que me muero de sueño... estoy con esto desde las 11 de la mañana y ya es mas de medianoche!!!
Saludos!!!
viernes, 14 de septiembre de 2012
Reportando!
Hola chicas! Primero que nada mis disculpas por la demora!! Espero que disfruten de estos dos capis que subí hoy!! la semana que viene voy a tratar de adelantar un poco mas, pero les pido paciencia por que estoy con unos exámenes!!!
Un saludo grande, y espero los disfruten!! que pasen un buen fin de semana!!!
Un saludo grande, y espero los disfruten!! que pasen un buen fin de semana!!!
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Feliz por avanzar con la historia! =)
Bueno chicas, esta historia tiene 24 capítulos y un epilogo. Creo que hoy he logrado ponerme al día considerando que traduje 4 capítulos y medio por que el seis lo llevo a la mitad y todo en un récord para mi de 10 horas!!!! jajaja estoy feliz, pero ya me voy a dormir por que tengo muuucho sueño y mi vista ya esta muy pero que muy cansada!!!!
HOME FOR THE HOLIDAYS (En Casa para las vacaciones) by Jeaniene Frost
Cuatro
Conmoción se apoderó de
la cara de Bones. Wraith parecía más cortés, incluso con un cuchillo
sobresaliendo de su pecho.
-Mientes,- dijo Bones finalmente.
-Mi madre no tuvo otros hijos aparte de mí-
-Ella no lo hizo,- fue la
respuesta de Wraith -Tu padre si.-
Bones todavía se veía
atónito, pero su agarre no aflojo. -Mi madre era una puta. No hay manera de que
pudiera haber sabido quién era mi padre.-
-Tu madre era Penélope
Ann Maynard, quien, efectivamente, llego a convertirse en una prostituta. Pero
no fue hasta después de que ella dio a luz al ilegítimo hijo del duque de
Rutland. Ese hijo fue criado en una casa de putas de Londres y condenado a la
deportación por robo en 1789. Él murió en el penal de las colonias de Nueva
Gales del Sur, un año después, pero él no se quedó muerto. - la mirada de Wraith
se deslizó hacia el hombre detrás de él. -¿Nada de esto suena familiar?-
Cada palabra se clavo en
Bones, como golpes físicos, me di cuenta de las emociones tejiendo en mi
subconsciente. Aunque yo había oído la historia del pasado de Bones, no era de
conocimiento común, y Wraith había sido el clavo con las fechas y detalles.
Además, había la semejanza. Ambos hombres tenían esos pómulos altos,
cincelados, cejas espesas aún, llenas bocas y posturas firmes, alto, con
orgullo arrogante. Bones era un moreno de ojos marrones y Wraith un rubio de
ojos azules, pero si Wraith se teñía el pelo y conseguia contactos oscuros,
incluso un observador casual podría adivinar que estaban relacionados.
Medio-hermanos, si lo que decía era cierto Wraith.
-Cerca, pero el apellido
de mi madre era Russell no, Maynard,- dijo Bones. -Y ni ella ni ninguna de las
mujeres con las que crecí incluso dio a entender que ellos sabían quién era mi
padre. Ahora, más de doscientos años después, tu esperas que crea esta historia
de los duques y que seas mi hermano perdido?-
Su brazo se apretó
alrededor del cuello de Wraith. -Lo siento, amigo. No lo hago.-
-Te… o… na… …ueba…- Las
palabras salieron distorsionadas debido a la presión que Bones ejercía sobre el
cuello del Vampiro.
-Prueba?-, se preguntó Bones, aflojando su
agarre.
Wraith consiguió asentir.
-Si dejas de estrangularme, yo te mostraré-.
Fabian nos siguió a una
distancia prudencial mientras caminábamos por el sinuoso camino de grava que
conducía a la parte inferior de la colina. Si Wraith notó el fantasma
revoloteando por encima de las copas de los árboles, él no hizo ningún
comentario. De hecho, parecía relajado. Alegre, incluso, pero yo no bajaba la
guardia. Yo había tenido gente sonriéndome todo el tiempo mientras trataban de
matarme, así que una disposición alegre podría indicar buenas intenciones si
usted fuera Santa Claus, pero lo mismo no valía para los vampiros.
-¿Cómo encontraste mi
casa-, se preguntó Bones. Asimismo, no había perdido un ápice de su cautela, ya
que los remolinos que se forman en torno a él lo indicaban.
-Te he seguido desde el
hotel-, dijo Wraith.
Me detuve en seco. -Estás
admitiendo que eres el idiota que descuartizado a Annette?-Cuñado o no, él pagaría
si lo había hecho.
Wraith suspiró. -He
rescatado a Annette por cortesía y perseguí a ese vampiro. No lo atrape, sin
embargo. Cuando volví a verla, se la estaban cargando en el coche, y tu
parecías lo suficientemente enfadado como para matar primero y preguntar después-.
Ian había dicho que él
había oído a un vampiro cuando llegó por primera vez. Había pensado que era el
autor huyendo de la escena, pero ¿podría haber sido Wraith persiguiendo al
atacante real?
-Si eso es cierto, ¿por
qué Annette no te menciono cuando llegamos? Y más importante, ¿dónde estabas
cuando algún sodomita estaba pintando las paredes con sangre?-
Wraith moldeo una mirada
de reojo a la llanura en el tono de Bones. Él no tendría que estar vinculado a
sus emociones para saber que Bones no creia esta versión de los
acontecimientos.
-Yo estaba camino a
verla. Puedes consultar su móvil, la llamada que recibió justo antes de que
ella fuera atacada era yo diciéndole que se me hacía tarde. Cuando llegué, oí
algo extraño. La puerta estaba abierta, así que entre a tiempo para ver a
alguien destruir la ventana. Después de comprobar que Annette estaba todavía
viva, le perseguí. En cuanto a por qué no se me menciona, sólo puedo adivinar
que era debido a un equivocado intento de mantener la sorpresa-
-Qué sorpresa? Bones y yo
preguntamos al unísono.
-Que tienes un hermano-,
contestó en voz baja Wraith. -La noticia iba a ser el regalo de cumpleaños para
ti de Annette.-
A pesar de su similitud
en apariencia, todavía parecía imposible pensar que Wraith era hermano de
Bones. Desde la incredulidad enhebrado en mi subconsciente, Bones sentía lo
mismo.
-Este vampiro que
perseguiste, ¿tuviste un buen vistazo de él? Pudiste reconocerlo?-, Le
pregunté, cambiando de tema.
-Lo siento, nunca lo
había visto. Lo único que puedo decir es que él tenía el pelo oscuro y podía
volar como el viento. -
Un vampiro moreno que
podía volar. Eso lo reducía a por lo menos diez mil no-mucha ayuda en absoluto.
Estábamos casi en la parte inferior de la colina. Más adelante, un Buick estaba
estacionado a la orilla de la carretera, las luces apagadas.
-Mi coche-, dijo Wraith,
asintiendo con la cabeza en él. Luego se tendió un juego de llaves. -La prueba que
buscas está en el maletero.-
Bones no toco las llaves,
pero una sonrisa tensa estiró los labios. -No lo creo. Tu lo abres-.
Wraith resopló de una forma
que parecía muy familiar. -Crees que lo he conectado a explosivos? Eres aún más
paranoico que tu reputación-.
-También estoy más
impaciente que mi reputación-, respondió Bones con frialdad. -Así que manos a
la obra.-
Con otro ruido de
exasperación, Wraith, se estableció en su palo largo y se dirigió a la parte
trasera del coche. El maletero se abrió sin ni siquiera una chispa y Wraith
sacó un objeto rectangular, con una superficie plana y envuelta en una lámina.
-Aquí-, dijo, sosteniendolo
hacia fuera para Bones. -También tengo los archivos, pero si esto no te convence,
esos tampoco lo harán.-
Bones lo cogió y tiró de
la sábana. Era una pintura, vieja, por el estado de la definición y el lienzo,
pero no hizo falta más que una simple mirada hacia el sujeto para dejar salir
un jadeo.
Bones no dijo nada,
simplemente mirando la imagen de un hombre que llevaba una extraña semejanza
con él, sólo tenía el pelo rubio seda de maíz y tenía líneas alrededor de su
boca que parecía demasiado dura para ser causada por una sonrisa. Llevaba una
camisa con volantes y una capa bordada con tantos flecos, botones, y las
trenzas que parecía que podía sostenerse por sí mismo. Una joya con mango de
puñal clavado en el cinturón completó la imagen de la extravagancia, como si la
arrogancia en la expresión del hombre no era indicio suficiente de que había
nacido para una vida de lujo.
-Conoce al duque de
Rutland,- dijo Wraith, su voz rompiendo el silencio pesado. -En caso de que su
rostro no sea prueba suficiente, los registros muestran que él fue bautizado
Crispin Phillip Arthur Russell, segundo. Mi nombre humano era Crispin
Phillip Arthur Russell, Tercero. Igual que el tuyo.-
Recordé que hace ocho
años, cuando yo todavía estaba conociendo a Bones y me dijo la razón real de su
nombre.
Simplemente un poco de imaginación por parte de mi
madre, ya que claramente no tenía idea de quién era mi padre. Aún así, pensó
que añadiendo números después de mi nombre me daría un poco de dignidad. Pobre
dulce mujer, siempre reacia a enfrentar la realidad. . .
Si el vampiro de pie
frente a nosotros estaba en lo correcto, la madre de Bones no lo había llamado
"tercero" por un capricho. Ella lo había llamado así después de que
el padre nunca supo que lo tenía.
Cuando Bones habló, su
voz era tensa desde las emociones que podía sentirlo luchando para contener.
-Si tú eres mi medio
hermano, que hace más de doscientos años de antigüedad. Si conocieras, nuestros
vínculos, por qué, en todo ese tiempo, nunca has intentado encontrarme antes de
ahora?-
Wraith sonrisa era
triste. -Yo no lo supe hasta hace poco cuando me enteré de tu nombre real por
algunos ghouls belicistas. Yo pensé que era una broma, pero luego me encontré
una foto tuya. El parecido era suficiente para que me enterrara en la historia
familiar. En algunos archivos muy antiguos, encontré la mención de una cantidad
que mi padre pagó al vizconde Maynard para las reparaciones de la hija soltera
embarazada, del vizconde, Penélope. Luego, su nombre apareció en las actas del
juicio Old Baileyy tu misma edad ¿qué edad hubiera tenido el niño? Si ese plus
o nuestros nombres idénticos no fueran suficientes, conocerte lo es. Tú luces y
actúas lo suficiente como mi padre para ser su fantasma de pelo oscuro-.
Algo más se arremolinaba
en medio de la cautela en las emociones de Bones, algo tan conmovedor que trajo
lágrimas a mis ojos. Esperanza. ¿Era realmente posible que después de todo este
tiempo, Bones había encontrado un miembro vivo de su familia? El verdadero
nombre de Wraith su semejanza, y el retrato eran condenadamente convincentes,
por no hablar de que los expedientes citados por Wraith podrían ser fácilmente
autenticados. Además, ¿por qué iba a alguien tomarse la molestia de mentir
sobre una conexión familiar? Bones no era el tipo de persona que hubiera
apreciado al mocoso.
Enlacé mi brazo con el
suyo, con la esperanza de ayudar a calmar sus emociones arremolinadas. -Dices
que Annette sabía acerca de esto?-
Wraith asintió. -Creo que
nuevas noticias como esta deben ser entregadas en persona, así que fui en busca
de un miembro de tu línea que supiera tu ubicación. Una vez que Annette estaba
satisfecha con mis afirmaciones, nos pusimos de acuerdo para reunirnos en el
hotel, con la intención de llegar aquí juntos-.
-Como mi presente-,
murmuró Bones, mirando por encima de Wraith con más curiosidad que sospecha
este momento.
Una sonrisa curvó la boca
de Wraith. -Me temo que trace la línea al atar un lazo alrededor de mi mismo.-
El detective de ficción
Sherlock Holmes había dicho que una vez que se elimina lo imposible, lo que
quedaba, no importa lo improbable, tenía que ser la verdad. Parecía increíble
que el vampiro de pie frente a nosotros era hermano de Bones, pero hasta ahora
los hechos señalaban que era eso mismo.
-Sé que esto puede ser
bastante alarmante-, continuó Wraith, todavía con esa misma ladeada media
sonrisa. -O tal vez no importa. Tanto tiempo ha pasado desde nuestra humanidad
que entiendo si esta noticia no significa mucho para ti. Si prefieres que me
vaya, lo haré, pero yo-yo esperaba que tal vez podríamos llegar a conocernos el
uno al otro.-
Si yo no hubiera estado
tocando Bones, no me habría dado cuenta del ligero temblor que le recorrió
cuando Wraith tropezó con esas últimas palabras mostrando una visión de
vulnerabilidad por debajo de ese exterior arrogante. Wraith podría afirmar que
él iba a estar bien, pero pareció claro que un desaire le heriría. En cuanto a
Bones, me di cuenta de que tenía muchas ganas de saber más acerca de este
vampiro que podría ser el único vínculo con su largamente perdido familia
humana.
Una ráfaga de viento
helado soplaba el pelo alrededor de la cara de Wraith, recordándome que
podríamos continuar esta conversación con comodidad en lugar de estar de pie a
lo largo de un lado de una carretera.
Le sonreí. -¿Por qué no
vamos a la casa? Hace más calor allí, y entonces puedo felicitar a Annette por
su elección de un regalo. Ella supero mi regalo por una milla-.
jueves, 5 de julio de 2012
Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 9
Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un
Duke
Capitulo 9
—Un
tratado por la más exquisita de las damas
—La hoja del
escándalo, Octubre 1823
Él era el último en
llegar a la cena. Deliberadamente.
Simón saltó de su coche y se dirigió hacia las escaleras de la Casa Ralston , a
sabiendas de que estaba cometiendo una grave violación a la etiqueta. Pero él
todavía se sentía totalmente manipulado en asistir a la cena, por lo que sintió
un placer perverso en saber que él llegaba varios minutos tarde. Él, por
supuesto, debía dar sus disculpas, pero Juliana sabría inmediatamente que no
tenía ningún interés en ser manipulado por una mujer impetuosa.
Él era el duque de Leighton. Que no se le olvidara.
No pudo evitar la ola de triunfo que corrió por él cuando la puerta se abrió, revelando la entrada grande y vacía de la casa Ralston, lo que demostraba que ya había comenzado la cena y que habían comenzado sin él.
Entrando a la casa, le entregó su sombrero, capa y guantes a un lacayo cercano antes de dirigirse a la amplia escalera central que daba lugar al segundo piso y al comedor. La conversación tranquila que venía de escaleras arriba se hizo más fuerte al acercarse, finalmente, giró por el largo pasillo, iluminado y entró en el gran comedor, donde los comensales estaban esperando para comenzar la cena.
Habían celebrado esa cena en su honor.
Eso lo hizo sentirse como un asno.
Por supuesto, nadie parecía estar particularmente interesado en esperarlo. De hecho, todo el mundo parecía estar pasándolo maravillosamente, especialmente el grupo de caballeros elegibles que estaban en un círculo apretado alrededor de Juliana, de la que lo único que Simón podía ver de ella eran los rizos de ébano brillantes apilados en la parte superior de su cabeza.
Al instante, el motivo de la cena se hizo evidente.
La Señora Ralston estaba jugando de casamentera.
El pensamiento fue interrumpido por una ráfaga fuerte de risa que provenía del grupo, su fuerte, encantadora, y femenina risa se distinguía de las otras–bajas y demasiado masculinas. La colección de sonidos llevó a Simón al límite. No esperaba esto.
Y se encontró con que no le gustaba.
–Felizmente decidiste unirte a nosotros?, Leighton. –
Las palabras sarcásticas de Ralston sacaron a Simón de su ensueño. Hizo caso omiso del marqués, y volvió su atención a Lady Ralston. –Le pido disculpas, mi señora. –
La marquesa era todo bondad.
Él era el duque de Leighton. Que no se le olvidara.
No pudo evitar la ola de triunfo que corrió por él cuando la puerta se abrió, revelando la entrada grande y vacía de la casa Ralston, lo que demostraba que ya había comenzado la cena y que habían comenzado sin él.
Entrando a la casa, le entregó su sombrero, capa y guantes a un lacayo cercano antes de dirigirse a la amplia escalera central que daba lugar al segundo piso y al comedor. La conversación tranquila que venía de escaleras arriba se hizo más fuerte al acercarse, finalmente, giró por el largo pasillo, iluminado y entró en el gran comedor, donde los comensales estaban esperando para comenzar la cena.
Habían celebrado esa cena en su honor.
Eso lo hizo sentirse como un asno.
Por supuesto, nadie parecía estar particularmente interesado en esperarlo. De hecho, todo el mundo parecía estar pasándolo maravillosamente, especialmente el grupo de caballeros elegibles que estaban en un círculo apretado alrededor de Juliana, de la que lo único que Simón podía ver de ella eran los rizos de ébano brillantes apilados en la parte superior de su cabeza.
Al instante, el motivo de la cena se hizo evidente.
La Señora Ralston estaba jugando de casamentera.
El pensamiento fue interrumpido por una ráfaga fuerte de risa que provenía del grupo, su fuerte, encantadora, y femenina risa se distinguía de las otras–bajas y demasiado masculinas. La colección de sonidos llevó a Simón al límite. No esperaba esto.
Y se encontró con que no le gustaba.
–Felizmente decidiste unirte a nosotros?, Leighton. –
Las palabras sarcásticas de Ralston sacaron a Simón de su ensueño. Hizo caso omiso del marqués, y volvió su atención a Lady Ralston. –Le pido disculpas, mi señora. –
La marquesa era todo bondad.
–No hace falta, Su Gracia. De hecho, el
tiempo extra nos ha ofrecido a todos la
oportunidad de charlar. –
El recordatorio de la colección de los hombres que rodeaban implacablemente a Juliana volvió su atención hacia allí, y vio, cuidadosamente ocultando sus pensamientos como un primer hombre, y luego los siguientes se despegaban del grupo a sentarse– dejando en última instancia sólo al conde de Allendale ofreciéndole su brazo a Juliana.
Vestida con el traje más magnífico que Simón hubiera visto nunca.
No era de extrañar que los otros hubiesen estado tan extasiados.
El vestido era un escándalo en sí mismo, de seda del color de la medianoche que brillaba a su alrededor bajo la luz de las velas, dándole la ilusión de estar envuelto en el cielo nocturno. Era una combinación de los más oscuros rojos y azules y morados que daban la apariencia de que llevaba el más rico de los colores y al mismo tiempo no había ningún color en absoluto. El corpiño estaba cortado demasiado bajo, mostrando una amplia extensión de su piel de color blanco cremoso, claro, prístino y tentador–que le hacía desear que se acercara. Para poder tocarla.
Llevaba el vestido con una audaz confianza que ninguna otra mujer en la sala–ni en todo Londres–habría sido capaz de lucir.
Ella sabía que vestir de negro podría causar una escena. Sabía que iba a hacer que la miraran como una diosa. Sabía que podía dirigir a un hombre– manipularlo a él mismo– llevarlo a desear nada más que despojarla de ese glorioso vestido y reclamarla.
Simón sacudió ese pensamiento incorrecto de su cabeza y le inundó un intenso impulso de quitarse el abrigo y ponérselo a ella como un escudo a las miradas codiciosas de los otros hombres.
Seguramente Ralston sabía que este vestido era totalmente inadecuado. Seguramente sabía que su hermana estaba alentando el peor tipo de atenciones. Simón pasó una mirada sobre el fresco marqués, sentado a la cabecera de la mesa, con la apariencia de saber tal cosa.
Y luego, Juliana fue pasando a su lado, como un susurro de seda y grosellas rojas, acompañada por el conde de Allendale, para tomar su propio asiento en el centro del banquete extenso y pródigo, sonriendo a los caballeros congregados en la mesa, quienes inmediatamente dirigieron su atención hacia ella.
Quería tomar a cada uno de los hombres y retarlos por sus miradas impropias.
El recordatorio de la colección de los hombres que rodeaban implacablemente a Juliana volvió su atención hacia allí, y vio, cuidadosamente ocultando sus pensamientos como un primer hombre, y luego los siguientes se despegaban del grupo a sentarse– dejando en última instancia sólo al conde de Allendale ofreciéndole su brazo a Juliana.
Vestida con el traje más magnífico que Simón hubiera visto nunca.
No era de extrañar que los otros hubiesen estado tan extasiados.
El vestido era un escándalo en sí mismo, de seda del color de la medianoche que brillaba a su alrededor bajo la luz de las velas, dándole la ilusión de estar envuelto en el cielo nocturno. Era una combinación de los más oscuros rojos y azules y morados que daban la apariencia de que llevaba el más rico de los colores y al mismo tiempo no había ningún color en absoluto. El corpiño estaba cortado demasiado bajo, mostrando una amplia extensión de su piel de color blanco cremoso, claro, prístino y tentador–que le hacía desear que se acercara. Para poder tocarla.
Llevaba el vestido con una audaz confianza que ninguna otra mujer en la sala–ni en todo Londres–habría sido capaz de lucir.
Ella sabía que vestir de negro podría causar una escena. Sabía que iba a hacer que la miraran como una diosa. Sabía que podía dirigir a un hombre– manipularlo a él mismo– llevarlo a desear nada más que despojarla de ese glorioso vestido y reclamarla.
Simón sacudió ese pensamiento incorrecto de su cabeza y le inundó un intenso impulso de quitarse el abrigo y ponérselo a ella como un escudo a las miradas codiciosas de los otros hombres.
Seguramente Ralston sabía que este vestido era totalmente inadecuado. Seguramente sabía que su hermana estaba alentando el peor tipo de atenciones. Simón pasó una mirada sobre el fresco marqués, sentado a la cabecera de la mesa, con la apariencia de saber tal cosa.
Y luego, Juliana fue pasando a su lado, como un susurro de seda y grosellas rojas, acompañada por el conde de Allendale, para tomar su propio asiento en el centro del banquete extenso y pródigo, sonriendo a los caballeros congregados en la mesa, quienes inmediatamente dirigieron su atención hacia ella.
Quería tomar a cada uno de los hombres y retarlos por sus miradas impropias.
Tendría que haber rechazado la invitación.
Cada momento que estaba con esta mujer
impetuosa, e imposible, sentía que su control se dormía.
Él no estaba preocupado por esa sensación.
Él se sentó al lado de la marquesa de Ralston, en el lugar de honor que se había reservado para él como el duque invitado que no era familiar. Pasó los tres primeros cursos de una conversación cortés con Lady Ralston, Rivington, y su hermana, lady Margaret Talbott. Mientras comían, Simón intentó hacer caso omiso de la actividad en el centro de la mesa, donde un grupo de caballeros, que superaban en número a las mujeres en la cena–intentaba llamar la atención de Juliana.
Era imposible para él hacer caso omiso de Juliana, sin embargo, mientras ella se reía y bromeaba con los otros hombres alrededor de la mesa, regalándoles su amplia sonrisa, y su bienvenida con los ojos brillantes. En su lugar, mientras que la mitad participaba en la conversación junto a él, Simón seguía en silencio todos sus movimientos. Ella se inclinó hacia los hombres al frente de ella en la mesa–Longwood, Brearley, y West, cada una sin título y hechos a sí mismos–, cada uno de ellos trantando más fuerte que el otro de obtener su atención.
West, el editor dela Gaceta , la estaba
entreteniendo con una historia estúpida sobre un periodista y un carnaval en la
calle.
“– Voy a decir esto, al menos, él le devolvió el sombrero!¨ –
–El sombrero del reportero? – Longwood le preguntó, como si los dos estatuvieran en un espectáculo ambulante.
–La gorra del oso! –
Juliana estalló en risas junto con el resto del tonto grupo.
Simón volvió a concentrarse en su plato.
¿Era que no podrían encontrar aristócratas con que unirla? No era como si ella necesitara caer tan bajo como para casarse con un plebeyo.
Durante la cuarto parte de la conversación en la cena, la atención de Juliana se centró casi en su totalidad en Lord Stanhope, quien sería un partido terrible, conocido por sus amores gemelos: los juegos de azar y las mujeres. Para ser justos, él siempre ganaba en el juego, pero seguro que Ralston no quería que su hermana se casara con un libertino empedernido.
Él no estaba preocupado por esa sensación.
Él se sentó al lado de la marquesa de Ralston, en el lugar de honor que se había reservado para él como el duque invitado que no era familiar. Pasó los tres primeros cursos de una conversación cortés con Lady Ralston, Rivington, y su hermana, lady Margaret Talbott. Mientras comían, Simón intentó hacer caso omiso de la actividad en el centro de la mesa, donde un grupo de caballeros, que superaban en número a las mujeres en la cena–intentaba llamar la atención de Juliana.
Era imposible para él hacer caso omiso de Juliana, sin embargo, mientras ella se reía y bromeaba con los otros hombres alrededor de la mesa, regalándoles su amplia sonrisa, y su bienvenida con los ojos brillantes. En su lugar, mientras que la mitad participaba en la conversación junto a él, Simón seguía en silencio todos sus movimientos. Ella se inclinó hacia los hombres al frente de ella en la mesa–Longwood, Brearley, y West, cada una sin título y hechos a sí mismos–, cada uno de ellos trantando más fuerte que el otro de obtener su atención.
West, el editor de
“– Voy a decir esto, al menos, él le devolvió el sombrero!¨ –
–El sombrero del reportero? – Longwood le preguntó, como si los dos estatuvieran en un espectáculo ambulante.
–La gorra del oso! –
Juliana estalló en risas junto con el resto del tonto grupo.
Simón volvió a concentrarse en su plato.
¿Era que no podrían encontrar aristócratas con que unirla? No era como si ella necesitara caer tan bajo como para casarse con un plebeyo.
Durante la cuarto parte de la conversación en la cena, la atención de Juliana se centró casi en su totalidad en Lord Stanhope, quien sería un partido terrible, conocido por sus amores gemelos: los juegos de azar y las mujeres. Para ser justos, él siempre ganaba en el juego, pero seguro que Ralston no quería que su hermana se casara con un libertino empedernido.
Echando una mirada de soslayo al
marqués, parecía estar igual de entretenido por Stanhope, Simón se dio cuenta
del problema con su lógica. Los libertinos disfrutaban de la compañía de otros
libertinos. Él hizo todo lo posible para centrarse en la carne de ternera
durante todo el curso del quinto plato, fingiendo no darse cuenta del largo y
grácil cuello de Juliana y de su mandíbula.
Sumariamente haciendo caso omiso del
deseo de poner sus labios en el lugar donde se unían su cuello con el hombro, ese lugar que olería
a ella, cálida y suave y rogando por su lengua.
Sabía que no debería sentir eso, pero
todo en ella lo atraía. Ella era una sirena. Si no tenía cuidado, se ahogaría
en ella.
Un estallido de risas lo trajo de
vuelta hasta el momento, para el evento. La conversación se había desplazado
desde la temporada de otoño, a la política, al arte y la música, los caballeros
colgados de cada palabra cadenciosa que decía Juliana. El conde de Allendale
estaba entreteniendo la corte, deleitando a toda la mesa con los cuentos
del cortejo del Señor y la Señora Ralston.
Juliana escuchaba con gran atención, su mirada brillante no se despegaba de
Allendale, y una punzada de malestar estalló profunda en las entrañas de Simón.
¿Qué se sentiría ser la fuente de tal
atención?
Ser el hombre que provocaba una
respuesta tan vibrante?
Tal aprobación?
–Baste con decir que yo nunca había
visto a dos personas tan destinados el uno al otro, – Allendale, dijo, su
mirada se deslizó como un suave toque demasiado prolongado sobre Juliana de
manera que Simón notó que a él le importaba.
Juliana sonrió. –Es una lástima que a
mi hermano le tomara tanto tiempo darse cuenta de ello. –
El conde se unió a su sonrisa
mientras el resto de la mesa se echó a reír. Era la segunda vez que Simón había
visto a Allendale prestar especial atención a Juliana, y no se le escapó que el
tema era apropiadamente romántico para cualquier acercamiento en ciernes entre
los dos.
Simón se recostó en su silla.
Ella era una elección equivocada para
Allendale. Él tenía muy buen carácter. Era demasiado genial. Ella lo atropellaría antes de que él se hubiera dado
cuenta que le había golpeado.
Él no era lo suficientemente hombre
para ella.
Simón miró a Ralston, con la esperanza
de que el marqués hubiera visto el cambio dudosa de relación entre su hermana y
su cuñado–, pero Ralston sólo tenía ojos para su esposa. Levantó su copa y
brindó por su esposa. –Estoy tratando de compensarla por ello. –Simón miró
hacia otro lado, incómodo con el afecto evidente entre el marqués y la
marquesa.
Su atención se volvió a Juliana, sus ojos
azules se ablandaron cuando vio ese momento íntimo.
Un momento demasiado íntimo.
Él no pertenecía a este lugar. No con
ella. No con su familia y la forma en que se sentían todos tan a gusto–, de
hablar libremente, incluso en una cena formal, de alguna manera hacían que
todos los asistentes se sintieran muy cómodos.
Muy distintos a su propia familia.
Tan atractiva.
No era para él.
Con un rubor en las mejillas, la
marquesa levantó su propio vaso.
–Ya que todos estamos brindando, creo
que es justo brindar por Su Gracia y por su papel en el rescate de nuestra
Juliana, ¿no le parece, mylord? –Las palabras, proyectadas en la mesa de su
marido, tomaron por sorpresa a Simón, antes de su matrimonio, Lady Calpurnia
Hartwell había sido una “florero” de
primera clase que nunca llamaba tanta atención.
Ahora ella había encontrado su voz.
Ralston levantó la copa. –Una idea
maravillosa, mi amor. Por Leighton. – Con agradecimiento.
Alrededor de la mesa, los caballeros
levantaron las copas y bebieron en honor a Simón, y él se debatía entre el
respeto por la forma en que esta familia manipulaba la sociedad, dando sus
gracias totalmente públicas y en las que la aventura de Juliana eliminaba
efectivamente el viento de las malas lenguas – y una irritación en ciernes
porque él había sido tan bien y realmente utilizado.
.La duquesa de Rivington se inclinó
hacia él con una sonrisa de complicidad, interrumpiendo sus pensamientos. –Considérese
bastante advertido, Su Gracia. Ahora que usted ha salvado la vida de uno de
nosotros, no será capaz de escapársenos! –
Todos se rieron. Todos, excepto
Simón, que forzó una sonrisa amable y tomó un trago.
–Lo admito, lo siento por Su Gracia, –
intervino Juliana, una ligereza en su tono de voz que él no estaba dispuesto
del todo a creer. –Me imagino que él tenía la esperanza de que su heroísmo le
ganaría algo más que nuestra compañía constante. –
Odiaba esta conversación.
Con una mirada afectada de
aburrimiento ducal, dijo,–No había nada de heroico. –
–Su modestia nos deja al resto de
nosotros en la vergüenza, Leighton, – Stanhope gritó jovialmente. –Al resto de
nosotros nos encantaría aceptar el reconocimiento de una bella dama. –
Una bandeja fue puesta en frente a
él, y él hizo un intento de cortar un trozo de cordero, haciendo caso omiso de
Stanhope.
–Háblanos de la historia – dijo West
.–Yo preferiría que no hiciéramos un
mito de ella, Sr. West, – dijo, forzando una sonrisa. –En particular, no a un
periodista. Ya he tenido suficiente de la historia, para mí mismo. –
La declaración fue recibida con una
ronda de disentimiento por el resto de los asistentes a la cena, cada uno pedía
un recuento.a Simón que permaneció en silencio
.–Estoy de acuerdo con Su Gracia –.
La charla ruidosa alrededor de la mesa se calmó con la declaración suave, en
acento italiano, y Simón, sorprendido, levantó su mirada para reunirse con la
de Juliana. –No hay mucho más que eso, que él me salvó la vida. Y sin él – Hizo
una pausa.
Él no quería que ella terminara la frase.
Ella objetó con una sonrisa. –Bueno–Es
suficiente decir que le estoy muy agradecida de que usted llegara al parque por
la tarde – ella volvió a concentrarse en el resto del grupo con una mirada – y aún
más agradecida de que él supiera nadar. –
La mesa entera estalló en una risa
colectiva ante sus palabras, pero apenas lo oyó. En ese momento, no había nada
que no diera por estar a solas con ella, un hecho que lo sacudió hasta la
médula.
–Oye oye, – dijo Allendale,
levantando su copa. –Por el duque de Leighton. –Alrededor de la mesa, las copas
se levantaron, y él evitó los ojos de Juliana por miedo a delatar mucho de sus
pensamientos.
–A pesar de que tendré que
reconsiderar mi opinión sobre usted, Leighton, – Ralston dijo irónicamente. –Gracias.
–
–Y ahora, se ha visto obligado a
aceptar no sólo nuestra invitación a
cenar, sino también nuestra gratitud, – Juliana dijo desde el otro lado de la
mesa.
Todo el mundo se echó a reír unidos
para romper la seriedad del momento. Todos, a excepción de Juliana, que rompió
el contacto con sus ojos, mirando hacia abajo a su plato.
Él consideró el pasado entre ellos,
las cosas que se habían dicho, las formas en que ellos habían arremetido en
contra del otro, esperando arañar y no cicatrizar. Él oyó sus palabras, la
forma cortante con la que le había hablado a ella, la forma en que la había
empujado a un rincón hasta que ella no tuviera más remedio que arrodillarse o
atacar.
Ella había luchado, orgullosa y magnífica.
Y de repente, él quiso decírselo.
Él quería que ella supiera que a él
no le parecía común, o infantil, o problemática.
La encontraba bastante notable.
Y quería volver a empezar.
Si no por otra razón, si porque ella
no se merecía su crítica.
Pero quizás era más que eso.
Si sólo fuera tan fácil.
La puerta del comedor se abrió y un
viejo sirviente entró, discretamente, moviéndose hacia Ralston. Se inclinó
hacia abajo y le susurró algo al oído de su amo, y Ralston se congeló, dejando
caer su tenedor audiblemente. La conversación se detuvo. Cualquiera que fuera
la noticia del criado, no era buena.
El marqués estaba lívido. La Señora Ralston se
puso al instante de pie, rodeando la mesa hacia su marido, sin preocuparse por
sus invitados.
Muy cerca de hacer una escena.Juliana
dijo, con preocupación en su voz.
–¿Qué es? ¿Es Nick? –
–Gabriel? –Las cabezas se volvieron
todas juntas hacia la puerta, a la mujer que había hablado el nombre de
Ralston.
–Dio –. El susurro de Juliana era
apenas audible, pero él lo escuchó.
–Quién es ella – Simón no registró
quién hizo la pregunta. Él estaba demasiado centrado en el rostro de Juliana,
en el miedo, la ira y la incredulidad.
No estaba centrado en su respuesta,
susurrada en italiano.
–Ella es nuestra madre. –Ella tenía
el mismo aspecto. Alta y esbelto, y como intocable, como lo había sido la
última vez que Juliana la había visto. Al
instante, Juliana tuvo de nuevo diez años más, cubierta de chocolate mientras
descargaban la carga en el muelle, persiguiendo a su gato a través de la ciudad
vieja y en la casa, llamando a su padre desde el patio central, con la luz del
sol derramándose a su alrededor. Una puerta se abrió, y su madre salió a la
terraza superior, el retrato de desinterés.
–Silenzio, Juliana. Las damas no gritan. –
–Lo siento, mamá. –
–Lo debes sentir –. Louisa Fiori se inclinó sobre el borde del
balcón. –Estás muy sucia. Es como si yo tuviera un hijo en lugar de una hija –.
Agitó una mano perezosamente hacia la puerta. –Ve de nuevo al río y lavate
antes de entrar en la casa. –Se dio la vuelta, y el dobladillo de su vestido
rosa pálido desapareció por las puertas dobles más allá de la casa. Fue la
última vez que Juliana había visto a su madre.
Hasta ahora.
–Gabriel – su madre repitió, entrando
en la habitación con serenidad absoluta, como si no hubieran pasado veinticinco
años desde que ella había organizado sus propias comidas en esta mesa. Como si
no estuvieran siendo vigilados por una sala llena de gente.
No es que tal cosa la hubiera
detenido. Ella siempre había adorado tener la atención. Entre más escandalosa,
mejor. Y esto sería un escándalo. Nadie recordaría el Serpentine mañana.
Ella levantó las manos. –Gabriel, –
no había satisfacción en su voz. –Vaya, en que hombre te has convertido. El
marqués! –Ella estaba detrás de Juliana, y no se había dado cuenta que su hija
también estaba en la habitación. Hubo un rugido en los oídos de Juliana, y ella
cerró los ojos para evitarlo. Por supuesto, su madre no la había notado.
¿Por qué ella esperaría
tal cosa?
Si lo hubiera hecho, habría buscado
Juliana. Ella habría dicho algo. Ella hubiera querido ver a su hija. No es
cierto?
–Oh! Parece que he interrumpido una
especie de cena! Supongo que debería haber esperado hasta mañana, pero yo
simplemente no podía soportar estar lejos de casa un poco más. –
Casa.
Juliana se estremeció ante esas
palabras. Los hombres alrededor de la mesa se levantaron, sus maneras llegaron
tarde, pero llegaron.
–Oh, por favor, no se levanten por
mí, – la voz llegó de nuevo, implacable, chorreando Inglés puro y matizado con
una pizca de algo más, el sonido de la astucia femenina.
–Me limitaré a irme a una sala de
recepción hasta que Gabriel tenga tiempo para mí. –La declaración terminaba con
una cadencia de diversión, y Juliana abrió los ojos ante el sonido chirriante,
volviendo la cabeza sólo un poco para ver a su hermano, la mandíbula armada de
valor, y el hielo en su mirada azul fría. A su izquierda estaba Callie, con los
puños apretados, furiosa. Si Juliana no hubiera estado a punto de convertirse
en una desquiciada, habría sido divertido ver a su cuñada, dispuesta a matar
dragones por su marido.
Su madre era un dragón, si alguna vez
hubo uno.
Hubo una pausa enorme, el silencio
gritando en la habitación hasta que Callie habló.
–Bennett, – dijo, con una calma sin
precedentes,– acompañas a la señora Fiori a la sala verde? Estoy segura de que
el marqués irá en un momento. –El viejo mayordomo, por lo menos, parecía
entender que había sido el mensajero de lo que estaba seguro iba a ser el mayor
escándalo de Londres que se había visto
hasta entonces... así, desde la última vez que Londres había visto a Louisa
Hathbourne San Juan Fiori.
.–La señora Fiori – dijo su madre con
una sonrisa–tan brillante como Juliana la recordaba. –Nadie me ha llamado así
desde que salí de Italia. Sigo siendo la marquesa de Ralston, o no? –
–Usted no es –. La voz de Ralston era
frágil, con ira contenida.
–Estás casado? ¡Qué maravilla!
Simplemente tendré que ser la marquesa viuda, entonces! –Y con esa simple
frase, Juliana no pudo respirar. Su madre acababa de renunciar a una década de
matrimonio, un esposo, una vida en Italia.Y a su propia hija. Frente a una
docena de personas que no dudarían en contar el cuento. Juliana cerró los ojos,
deseando a sí misma a permanecer en calma. Concentrándose en la respiración, más que el hecho de que su
legitimidad, con unas pocas palabras de una mujer olvidada hace mucho tiempo,
había sido puesta en duda.
Cuando volvió a abrir sus ojos, se
encontró con la mirada que ella no deseaba ver.
El duque de Leighton no estaba mirando
a su madre. Estaba mirando a Juliana. Y odiaba lo que veía en sus normalmente
fríos, ojos de color ámbar ilegibles.
Lástima.
La vergüenza corría por ella,
enderezando la espalda y con sus mejillas ardiendo. Sintió que debía estar
enferma. Ella no podía permanecer en la sala un momento más. Ella tenía que
abandonar este lugar. Antes de que hiciera algo totalmente inaceptable.
Se puso de pie, empujando su silla
hacia atrás, sin importarle que las damas no salían de la mitad de la mesa, sin importarle que ella estaba
rompiendo todas las reglas de la ridícula etiqueta de este ridículo e país.
Y huyó.
La cena se disolvió casi de inmediato a la
llegada de la marquesa viuda o señora de Fiori, o quienquiera que fuese, y el
resto de los asistentes habían hecho retiros apresurados, aparentemente para
darle tiempo a la familia y espacio con el que hacer frente a su llegada
devastadora, pero mucho más probablemente con la esperanza de comenzar la
difusión de sus relatos en primera persona de la dramaturgia de esta noche.
Simón sólo podía pensar en Juliana: en su
rostro mientras escuchaba la estridente risa de su madre, en sus ojos enormes y
expresivos, mientras la mala mujer había hecho el escandaloso pronunciamiento
de que ella no era una Fiori, ni una St. John, de la forma en que había dejado
la habitación, con sus hombros cuadrados y la columna vertebral recta, con un
orgullo impresionante, notable.
Vio cómo los medios de transporte de los
invitados rodaban por la calle, escuchando a medias como el duque y la duquesa
de Rivington discutían si debían o no permanecer o dejar a su familia en paz.
Mientras ellos se subían a su coche, Simón
oyó a la duquesa preguntar en voz baja si,–al menos debería ir con Juliana? –
–Dejala esta noche, amor, – fue la respuesta
del idiota de Rivington antes de cerrar la puerta, y el carro partiera en la
dirección de su casa.
Simón apretó los dientes.
Por supuesto que deberían haber buscado a
Juliana. Alguien tenía que asegurarse de que la joven no estaba planeando un
regreso a Italia en la medianoche.
No sería él, por supuesto. Se subió a su
propio carruaje– con la memoria llena de ella en otra noche escandalosa.
Ella no era su preocupación.
Él no podía permitirse un escándalo. Él
tenía su propia familia de que preocuparse. Juliana estaba bien. Debería
estarlo, por lo menos.
La mujer tenía que ser impermeable a la
vergüenza por ahora.
Y si ella
no lo era?
Con una maldición malvada, golpeó en el
techo del coche y pidió al cochero que diera la vuelta. Ni siquiera se preguntó
donde estaría.
Ella
estaba en los establos.
Había varios mozos de cuadras vagando fuera,
y vinieron de inmediato a sus pies a la vista del duque de Leighton. Él les
devolvió el saludo y entró en el edificio, sin pensar en otra cosa que no fuera
en la búsqueda de ella. No ocultó sus
pasos mientras se abría camino por la larga fila de puestos a donde estaba,
después de oír los susurros en italiano y el susurro suave de la ropa. Se
detuvo justo a las afueras de la puerta del establo, transfigurado por ella.
Estaba de espaldas a él, y mientras
cepillaba el caballo con un cepillo de cerdas duras, con cada golpe corto, y
fuerte tomaba un pequeño soplo de aire. Periódicamente, la yegua se voltaba y
se inclinaba hacia su señora, volviendo la cabeza para pedir atención extra.
Cuando Juliana acarició el hocico largo del blanco animal, el caballo no pudo
contener su placer, acariciando el hombro de Juliana con un resoplido. Simón no
podía culpar al animal por acicalarse con afecto.
–Ni siquiera se dio cuenta que yo estaba
allí, – Juliana susurró en italiano mientras ella razaba su camino por la ancha
espalda de la yegua. –Y si yo no hubiera aparecido, si yo nunca hubiese venido
aquí, no habría reconocido su tiempo conmigo en absoluto. –Hubo una pausa, el
único sonido que hubo fue el roce de su vestido de seda negra, contra su susurro suave, y triste, y su
corazón estaba con ella. Una cosa era ser abandonado por una madre, pero el
golpe mas duro debía ser tener que oír que su madre rechazara la vida que
habían compartido.
El sonido del cepillo se desaceleró. –No es
que me importe si ella lo reconoce en absoluto. –Oyó la mentira en las
palabras, y algo más profundo que le oprimió en el pecho, dificultándole la
respiración.
–Tal vez ahora podamos volver a
Italia, Lucrecia –. Ella puso su frente en el hombro negro y alto del caballo. –Tal
vez ahora Gabriel sabrá que mi estancia aquí fue una idea terrible. –Las
palabras susurradas, de manera honesta, tan llenas de dolor y pesar, estuvieron
cerca de arruinarlo. Desde el momento en que él la había conocido, había
pensado que le gustaba el escándalo y que la seguía a todas partes. Pensaba que
lo abrazaba, que lo invitaba. Pero, mientras estaba de pie en este establo
oscuro, mirándola cepillar el enorme caballo, vestida con un traje
increíblemente hermoso y desesperada por escapar de alguna forma de los
acontecimientos de la noche, Simón fue superado con una solo conocimiento.
El escándalo no era su elección. Era su carga.
Sus palabras irónicas y su cara
valiente no eran confirmaciones de placer, sino un instinto de conservación.
Ella era tan víctima de las circunstancias como él. La conciencia le golpeó
como un puño en el estómago. Pero eso no cambiaba nada.
–Apuesto que tu hermano no te
permitió salir, – dijo en italiano.
Juliana se giró hacia él, y él se vió
el miedo y el nerviosismo en sus grandes ojos azules un instante, antes de desaparecer, sustituidos por la
irritación.
Su fuego no se había ido
.–Cuánto tiempo ha estado allí?– le
preguntó en Inglés, dando un paso atrás, y apretándose contra el lado del
caballo, que eludió una vez y dio un relincho angustiado. Él se quedó quieto,
como si acercándose a ella le asustaría.
–Lo suficiente. –Su mirada se
precipitó alrededor de la plaza, como si estuviera buscando una vía de escape.
Como si estuviera aterrorizada de él. Y entonces pareció recordar que ella no
estaba aterrorizada de nada. Sus ojos se estrecharon sobre él, en un azul
hermoso.
–El espionaje es un hábito terrible. –Se
apoyó en la jamba de la puerta, dándole espacio. –Puede añadirlo a mi lista de
rasgos desagradables. –
–No hay suficiente papel en
Inglaterra para mencionarlos todos. –
Él arqueó una ceja. –Usted me hiere. –Ella
frunció el ceño, volviéndose hacia el caballo. –Ojalá fuera así. ¿No tienes un
lugar donde estar? –
Por lo visto, iba a ser de esta
manera. Ella no quería hablar de los acontecimientos de la noche. Él la observó
mientras ella reanudó los movimientos largos y firmes en los flancos del
caballo.
–Fui invitado a una cena, pero terminó
temprano. –
–Eso suena terriblemente aburrido, –
dijo, con voz seca como la arena. : ¿No debería usted estar en su club?
Relatando el golpe devastador a nuestra reputación a otros aristócratas
arrogantes en una nube de humo de cigarro, bebiendo whisky robado en el norte
del país? –
–Qué sabe usted sobre el humo de
cigarro? –Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.
–No tenemos esas normas restrictivas
en Italia. –Era su turno para la resequedad.
–En serio? No lo había notado. –
–Yo lo digo bastante en serio. Seguro que tiene algo
mejor que hacer que estar en las caballerizas y verme limpiar a mi caballo. –
–En un vestido de noche. –El vestido
más increíble que jamás había visto.
Ella hizo un pequeño encogimiento de
hombros.
–No me diga que hay una regla sobre
eso, también. –
–Una regla sobre las damas que llevan
vestidos de noche para limpiar a los caballos? –
–Sí. –
–No con tantas palabras, no. –
–Excelente –. Ella no detuvo sus
movimientos.–Dicho esto, debo decir que nunca he visto a una dama tan bien
vestida preparar a un caballo. –
–Todavía no. –Él hizo una pausa. –Perdón?
–
–Todavía no ha visto a una daba
hacerlo. Creo que esta noche ha quedado bien claro que no soy una dama, no es
así? – Ella se inclinó y tocó el mechón de pelo de la yegua, luego
inspeccionó un casco. –Yo no tengo la
clase de acciones necesarias para merecer ese honor. –
Y con eso, la conversación giró, y el
aire de la habitación se volvió pesado.
Ella se volvió hacia él, mirándolo
con seriedad.
–Por qué ha venido a buscarme? –Que
lo asparan si lo sabía.–¿Cree que ahora que nuestra madre está de vuelta, usted
puede venir a mí en los establos, y yo me comportaré de la manera en que ella
siempre lo hizo – Las palabras quedaron flotando entre ellos, insolentes y desagradables,
y Simón quiso sacudirla por pronunciarlas. Para disminuir su preocupación. Por
sugerir que ella no era nada mejor de que su madre había sido.
Ella siguió adelante. –O tal vez no
pudo resistir la oportunidad de enumerar las formas adicionales que soy
mercancía dañada después de esta noche? Le aseguro, no hay nada que pueda decir
que no haya yo misma considerado. –Se lo merecía, él lo suponía, pero no podía
dejar de defenderse a sí mismo. ¿Realmente pensaba que él iba a aprovechar esta
oportunidad–esta noche en su contra?
–Juliana, yo – Dio un paso hacia
ella, y ella levantó una mano para detener su movimiento.
–No me diga que esto lo ha cambiado
todo, Leighton. –Nunca lo había llamado así.
Su gracia, con ese
tono burlón que lo ponía al instante en el borde. O Simón. Pero ahora, con toda
seriedad, ella usó su título. El cambio lo inquietaba. Ella se rió, el sonido
frío y quebradizo, y por completo indiferente. –Por supuesto que no. Esto no ha
hecho mas que subrayar lo que ya sabes. Todo lo que usted ha sabido desde el
principio. ¿Cómo es que dice? Yo soy un escándalo a punto de ocurrir – Ella
inclinó la cabeza, fingiendo una profunda reflexión. –Tal vez ya ha sucedido.
Pero, si hubiera alguna duda, la mujer que estaba en ese comedor era más que
suficiente, ¿no es cierto – Hubo un largo silencio antes de añadir, en
italiano, en voz tan baja que era inseguro de haberla oido, – Ella ha echado
todo a perder. Una vez más. –Había una tristeza devastadora en las palabras,
una tristeza que se hizo eco a su alrededor hasta que no pudo soportarlo.
–Ella no es usted, – dijo en su
lengua, como si hablar en italiano pudiera hacer que ella lo creyera. Ella no
lo creería, por supuesto. Pero lo hizo.
–Sciocchezze
– Sus ojos brillaban con lágrimas de rabia, mientras ella se resistía a sus
palabras, calificándolas de tonterías mientras se alejaba, dandole la espalda.
Estuvo a punto de no escuchar el resto de lo que dijo, perdido en el silbido
duro del cepillo. –Ella es de donde vengo. Ella es lo que seré, ¿no es así cómo va? –Las palabras lo
atravezaron, haciéndolo sentir furioso con ella sin razón por pensar en ellas,
y se acercó a ella, incapaz de parar.
Ella se volvió hacia él, y lo miró a
los ojos. ¿Por qué dices eso – Oyó la aspereza en su voz. Trató de borrarla.
Pero no pudo. –¿Por qué piensas eso? –Ella se rió, el sonido áspero y sin
humor. No–soy la única. ¿No es eso lo que usted cree? ¿No son esas las palabras
con que los aristócratas como usted viven? Vamos, Su Gracia. He conocido a su
madre –.
Luego, en Inglés,–La sangre saldrá a la luz,
no es así? –Se detuvo. Eran palabras que había escuchado innumerables veces–una
de las frases favoritas de su madre.
–¿Ella te dijo eso? –
– Usted también me lo dijo – Ella
levantó la barbilla, orgullosa y desafiante.
–No. –Uno de los lados de su boca
arqueado hacia arriba.
–No con tantas palabras. Pero eran
ciertas para usted, ¿no? Mirando hacia abajo a los seres inferiores a usted
desde lo alto. La sangre saldrá a la luz es el lema mismo del duque del desdén.
–
El duque del desdén.
Lo había oído antes, por supuesto, el
epíteto que se murmuraba a su paso. Nunca había simplemente pensado mucho en
ello. Nunca se dio cuenta de lo acertado del nombre. Nunca se dio cuenta de la
verdad de ello. La emoción era para las masas. Siempre había sido más fácil ser
el duque del desdén que dejarlos ver el resto de él. La parte que no era tan
desdeñosa. Odiaba que Juliana supiera el apodo. Odiaba que ella pensara en él
de esa manera. Se encontró con su mirada azul brillante y leyó su rabia y la
actitud defensiva allí. Podía hacer frente a las respuestas de ella. Pero no a
su tristeza. No podía soportar su tristeza. Leyó sus pensamientos, y sus ojos
brillaron de furia.
–No. No se atreva a compadecerse de
mí. Yo no lo quiero –. Trató de librarse de su control. –Prefiero tener su
desinterés. –Le sorprendió oírle decir esas palabras.
–Mi desinterés? –
–Eso es lo que es, ¿no? Aburrimiento?
Apatía? –
Ya había tenido suficiente.
–Crees que mis sentimientos hacia ti
son apáticos? – Su voz tembló, y avanzó hacia ella. –Crees que me aburres? –Ella
parpadeó bajo el calor de sus palabras, dio un paso atrás hacia un lado de la
cabina.
–No lo hago? –Él movió la cabeza
lentamente, caminando hacia ella, acechándola en el pequeño espacio.
–No. –
Ella abrió la boca y luego la cerró,
sin saber qué decir.
–Dios sabe que usted es exasperante...
– El nerviosismo se encendió en los ojos de ella. –E impulsiva... – Su espalda
chocó contra la pared, y ella dio un pequeño chillido, incluso a medida que él
avanzaba. –Y totalmente desesperante... – Puso una mano en su mandíbula,
levantando cuidadosamente su rostro hacia el suyo, sintiendo el salto de su
pulso en los dedos. –Y completamente embriagadora... – Lo último salió como un
gruñido, mientras sus labios se abrian, suaves y rosados y perfectos.
Él se acercó más, sus labios a una
fracción de los de ella.
–No... tú no eres aburrida. –
Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 8
Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un
Duke
Capitulo 8
La grosería es la última prueba de la perfección..
Una dama delicada guarda su lengua.
—Un tratado sobre la más exquisita de las damas
Los hallazgos más emocionantes en la modista no son las volutas de seda,
sino los rumores de escándalo.
—La hoja del escándalo, Octubre 1823
–Las mujeres inglesas gastan mas tiempo
comprando ropas que cualquier otras en todo Europa.–
Juliana se recostó en el sofá en la
sala de montaje de la modista. Había pasado más horas de lo que quería admitir
en esa pieza en particular de los muebles, tapizados en brocado escarlata que
era bastante caro y sólo lo suficientemente audaz para hacerse eco de la
propietaria de la tienda
–Usted nunca debe haber visto la
tienda francesa, – la señora Hebert dijo secamente mientras hábilmente clavaba
la encantadora sarga de arándano que estaba ajustando a la cintura Callie.
Mariana se echó a reír mientras
inspeccionaba un árbol de hoja perenne de terciopelo.
–Bueno, no podemos permitir que los
franceses sean mejores que nosotros en una actividad tan importante, ¿podemos –
Hebert respondió con un gruñido, y Mariana se apresuró a tranquilizarla. –Después
de todo, ya hemos ganado a la mejor costurera para nuestro lado del Canal. –
Juliana sonrió mientras su amiga
evitaba un desastre diplomático.–Y, además, – continuó Mariana,–Callie pasó
demasiado tiempo con una ropa horrible. Ella tiene mucho para compensar.
Acabamos de comenzar la emoción... – Hizo una pausa. –Y tal vez una capa de
invierno en este verde? –
–Su Gracia se ve hermosa en este
terciopelo –. Hebert no levantó la vista de su trabajo. –Puedo sugerir un
vestido nuevo en el dupioni para que coincida? Se verá como una reina en el
baile de invierno. –
Los ojos de Mariana se iluminaron
mientras Valerie sacaba la impresionante seda verde–más pesado que la mayoría
de los verdes con una docena de diferentes brillantes a través de él.
–Oh, sí... – Susurró.
–Por supuesto que puede hacer tal
sugerencia. –Juliana se rió de la reverencia en el tono de su amiga. –Y con
eso, estamos aquí para otra hora, – anunció, mientras Mariana se dirigía detrás
de una pantalla cercana a medirse.
–No demasiado apretado, – Callie dijo
en voz baja a la modista antes de sonreír a Juliana.
–Si el otoño sigue siendo tan social
como lo ha sido, no me puedo imaginar lo que vendrá con el invierno. Tu también
vas a necesitar nuevos vestidos, ya sabes. De hecho, no hemos discutido lo que
llevarás a tu cena. –
–No es mi cena –. Juliana se echó a
reír. –Y estoy segura de que tengo algo adecuado. –
–Callie ha seleccionado una excelente
cosecha de los Lores de Londres, Juliana, – Mariana cantó desde detrás de la
pantalla. –Cada uno de ellos más elegible que el anterior. –
–Así que he escuchado. –
Callie inspeccionó la cintura de su
vestido en el espejo.
–Y con todo, Leighton todavía no ha
aceptado –. Ella miró a los ojos de Juliana en el espejo. –Incluyendo a
Benedict. –Juliana hizo caso omiso de la referencia al conde de Allendale,
sabiendo que no debía presionar a Callie sobre el evento.
–Sin embargo, Leighton–no viene? –Callie
sacudió la cabeza.
–No está claro. Él simplemente no ha
respondido –. Juliana se mordió la lengua, sabiendo que ella no debía presionar
sobre el tema nunca más. Si él no quería asistir a la cena, para que estaban
haciendo esta cena?
–Estoy tratando de encontrar lo bueno en él...
pero no es fácil. Ah, bueno. Tendremos un tiempo precioso sin él. –
–¿Quiere que Valerie le muestre
algunas telas, señorita Fiori?– Hebert hablpo, como una excelente empresaria
que ella era modista.
–No –. Juliana negó con la cabeza. –Tengo
un montón de vestidos. Mi hermano no tiene que estar en bancarrota por mi culpa
hoy en día. –Callie se encontró con la mirada de Juliana
–No creas que no sé acerca de tus pequeños
regalos en secreto a Gabriel. Tu sabes que él ama comprarte ropa y todo lo que quieras. Y yo sé
que todos sus libros nuevos y piezas de música vienen. –Juliana sonrió. Cuando
ella se había ido a Inglaterra, sintiéndose totalmente desconectada de este
nuevo mundo y de su nueva familia, había estado convencida de que sus medios
hermanos la odiarían a ella, por todo lo que ella representaba–la madre que los
había abandonado sin mirar hacia atrás cuando eran unos niños. No importaba que
esa misma madre abandonó a Juliana, también. Excepto que había importado.
Gabriel y Nick la habían aceptado.
Sin lugar a dudas. Y si bien su relación como hermanos continuó evolucionando,
Juliana tuvo el aprendizaje más delante de lo más importante–lo que era ser una
hermana. Y como parte de esa lección extremadamente placentera, ella y su
hermano mayor, habían comenzado un juego de suerte, el intercambio de regalos
con frecuencia. Ella sonrió a su cuñada, que había sido tan decisiva en la
construcción de la relación entre su hermano y ella, y le dijo:
–No hay regalos hoy. Todavía estoy
reservando la esperanza de que la temporada llegará a su fin antes de que
requiera un guardarropa de invierno formal. –
–No digas esas cosas – dijo Mariana
desde detrás de la pantalla. –Yo quiero una razón para usar este vestido! –Todas
se rieron, y Juliana vio a la señora Hebert ingeniosamente envuelta en la tela
del vestido de Callie sobre su parte media. Callie consideraba los pliegues de
la tela en el espejo antes de decir:–Es perfecto. –Y así fue. Callie se veía
preciosa.
Gabriel no sería capaz de mantener
sus ojos fuera de ella, Juliana pensó con ironía.
–No demasiado apretado, – dijo
Callie. Era la segunda vez que le había susurrado las palabras.
Su significado afloró.–Callie –
Juliana dijo, con una mirada inocente a su cuñada en el espejo. Juliana inclinó
la cabeza en una pregunta en silencio, y la ancha y encantadora sonrisa de
Callie, fue la respuesta que necesitaba. allie estaba encinta. Juliana saltó de
su asiento, la alegría estalló a través de ella.
–Maraviglioso
– Se acercó a la otra mujer y tiró de ella en un abrazo enorme. –No es de
extrañar que no estás haciendo más compras de vestidos! –Su risa compartida
atrajo la atención de Mariana desde detrás de la pantalla de preparación.
–Qué es lo que es maraviglioso ?– Asomó la cabeza rubia
por todo el borde de la división. ¿Por qué te ríes – Ella entrecerró los ojos
sobre Juliana. –Por qué estás llorando – Ella desapareció por un instante, y
luego salió cojeando, agarrándose una media–larga de satén verde con ella, la
pobre Valerie seguía detrás. –Lo que no se me olvida – Ella hizo un mohín. –Yo
siempre echo de menos todo! –Callie y Juliana se rieron de nuevo hacia Mariana,
y Juliana dijo, –Bien, debes decirselo.–
–Decirme qué?–
Las mejillas de Callie estaban en
llamas, y fue sin duda deseando que no se encontraran en el centro de una sala
de montaje con una de las mejores modistas de Londres, y Juliana no pudo
contenerse. –Parece que mi hermano ha cumplido con su deber. –
–Juliana – susurró Callie,
escandalizada.
–Qué? Es cierto – dijo Juliana,
simplemente, con un encogimiento de hombros y.Callie sonrió.
–Tu estás igual que él, ya sabes. –Había
peores insultos que los que venían de una mujer que amaba con locura al hombre
en cuestión. Mariana seguía poniendose al día.
–Hecho el–Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Callie –
Ella empezó a brincar de emoción, y con gran sufrimiento Valerie tenía que
correr por un pañuelo para proteger la seda de las lágrimas de Mariana.
Hebert salió de la habitación, ya sea
para escapar de la asfixia en un abrazo rebelde o de ser atrapada en la batalla
emocional, las dos hermanas se agarraron una a la otra y reían y lloraban,
reían y charlaban y se reían y lloraban.
Juliana sonrió ante la imagen de las
hermanas Hartwell hacían, ahora cada una tenía un matrimonio feliz y estaban
tan profundamente conectadas entre sí, incluso cuando se dio cuenta de que no
había lugar para ella en este momento de celebración. No les envidió su
felicidad o su conexión. Ella simplemente quería tener también ese desenfreno,
ese sentido de pertenencia indiscutible.
Se levantó de la sala de montaje a la
sala de enfrente de la tienda, donde la señora Hebert había escapado momentos
antes. La francesa estaba de pie en la entrada a una pequeña antecámara,
bloqueando la vista a otro cliente. Juliana se dirigió a un muro de acentos de
los botones y cintas, volantes y encajes. Ella pasó sus dedos a lo largo de la
mercería, un botón de oro cepillado suave aquí, un cordón festoneado allá,
consumida por las noticias de Callie. Habría dos nuevas incorporaciones a la
familia, ya que la esposa del gemelo, Nick, Isabel, también esperaba un hijo.
Sus hermanos habían superado su
pasado y sus miedos de repetir los pecados de su padre, y habían dado ese
insondable salto de casarse por amor. Y ahora que tenían las familias. Madres y
padres y niños que envejecerían en un conjunto feliz, cuidado.
Usted nunca ha considerado
en su vida el futuro, ¿verdad? nunca se ha imaginado lo que vendría después?
Las palabras que Leighton le dijo en
el teatro hicieron eco en su mente. Juliana notó un bulto extraño en la
garganta. Ya no podía darse el lujo de pensar en su futuro. Su padre había
muerto y su mundo se había puesto patas arriba, enviada a Inglaterra y
entregada a una familia extraña y de una cultura extraña que nunca la
aceptaría. No había futuro para ella en Inglaterra. Y era más fácil, menos
doloroso– no engañarse o imaginar una. Pero cuando vio a Callie y a Mariana
mirando felizmente hacia su futuro idílico, lleno de amor y de niños y la
familia y amigos, era imposible que no los envidiara. Tenían lo que ella nunca
podría tener. Lo que nunca se le ofrecería.
Era debido a que estaba aquí, en este
mundo aristocrático, donde el dinero, el título, la historia y la reproducción
era más importante que cualquier otra cosa.
Ella levantó una larga
pluma de un recipiente, que debía haber sido teñida, que nunca había visto
negrura como en una nube tan grande. No podía imaginar que algún pájaro
produciera tal cosa. Pero a medida que pasó los dedos por su suavidad, la pluma
captó la luz del sol entrando en la tienda, y ella supo inmediatamente que era
natural.
Era impresionante. En la
luz de la tarde brillante, la pluma no era negra totalmente. Era una masa
brillante de azules y morados y rojos tan oscuros que sólo daban la ilusión en
la oscuridad. Era llena de color.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Le ruego me disculpe? –
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
–Así que amables y
británicos, – dijo, continuando cuando Juliana le dio una media sonrisa. –– –La
pluma que usted tiene. Es de una garza. –
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
No es de
extrañar que no creyera en la pasión.
La duquesa estaba esperando que
Juliana mirara hacia otro lado. Al igual
que su hijo, ella quería demostrar que su antiguo nombre y su nariz recta la
hacían mejor que todos los demás. Ciertamente, la mirada firme parecía decir,
que la hacía mejor que Juliana. Haciendo caso omiso de sus nervios, Juliana se
mantuvo firme.–
Su Gracia, – dijo la señora Herbert,
sin darse cuenta de la batalla de voluntades que tenía lugar en la sala del
frente, mis disculpas por el retraso. ¿Le importaría ver el encaje ahora? –La
duquesa no apartaba la mirada de Juliana.
–No nos han presentado, – dijo, las
palabras fuertes y diseñadas para asustar. Eran un corte directo, con el
objetivo de recordarle a Juliana de su impertinencia. En su lugar.Juliana no
respondió. No se movió. Se negó a mirar hacia otro lado.
–Su Gracia – la señora Hebert miró a
Juliana y a la duquesa, y viceversa. Cuando continuó, había incertidumbre en su
voz. –Le presento la señorita Fiori? –Hubo una larga pausa, lo que podría haber
sido segundos u horas, entonces la duquesa habló. –Usted no puede –. El aire
parecía salir de la habitación con esa declaración imperiosa.
Ella continuó, sin quitar la mirada
de Juliana. –Admito que tengo un poco de sorpresa, Hebert. Hubo un tiempo en
que usted tenía una … clientela… mucho menos... común... –
Común.
Si la prisa en sus oídos no había
sido tan fuerte, Juliana habría admirado el cálculo de la mujer mayor. Ella
había escogido la palabra perfecta que
proporcionara el conjunto más rápido y más violento para humillarla.Común.El peor de los insultos de alguien
que vivía la vida a lo alto. La palabra resonó en su cabeza, pero repetición,
Juliana no oyó a la duquesa de Leighton. Oyó a su hijo. Y ella no pudo dejar de
responder.
–Y yo siempre pensé que ella servía a
gente mucho más civilizada –. Las palabras salieron antes de que pudiera
detenerlas, y ella resistió el impulso de darse una palmada sobre su boca para
no decir nada más. Si fuera posible, la columna vertebral de la duquesa se hizo
aún más recta, y la punta de su nariz
aún más alta. Cuando habló, las palabras gotearon con aburrimiento, como si
Juliana estuviera muy por debajo de su ella como para merecer una respuesta.
–Así que, es cierto lo que dicen. La
sangre saldrá a la luz. –La duquesa de Leighton salió de la tienda, llevándose
el aire con ella mientras la puerta cerrada, la campanilla sonó feliz
irónicamente
.–Esa mujer es una arpía. –Juliana
levantó la vista para ver a Mariana que iba en dirección a ella, la
preocupación y la ira reflejadas en su rostro. Ella sacudió la cabeza. –Cree
que las duquesas pueden comportarse como les plazca. –
–No me importa si ella es la reina.
Ella no tiene derecho a hablarte de esa manera. –
–Y si ella fuera la reina, entonces
ella podría realmente hablarme como le guste– dijo Juliana, pasando por alto el
temblor en su voz.¿Qué había estado pensando al incitar a la duquesa después de
todo?
Ese fue el problema, por supuesto.
Ella no había estado pensando en la duquesa en absoluto. Había estado pensando
en unos ojos de color ámbar intermitentes y un halo de rizos dorados y en una
mandíbula cuadrada y un rostro inamovible que desesperadamente quería que se
moviera. Y ella dijo lo primero que le vino a su mente.–No debería haber
hablado con ella de esa manera. Si eso se supiera... sería un escándalo –.
Mariana sacudió la cabeza y abrió la
boca para responder, casi con toda seguridad, con palabras tranquilizadoras,
pero Juliana continuó con una pequeña sonrisa.
–Está mal que no puedo dejar de sentir que se
lo merecía? –Mariana sonrió.
–No, en absoluto! Ella se lo merecía!
Y mucho más! Odio a esa mujer. No es de extrañar que Leighton sea tan rígido. Imagínate
ser criada por ella.
–Hubiera sido horrible. En lugar de
sentirse mejor, Juliana sintió un nuevo impulso. La duquesa de Leighton podría
pensar que estaba por encima de Juliana y el resto del mundo conocido, pero
ella no lo estaba. Y mientras que Juliana tenía poco interés en demostrarle
nada a la odiosa mujer, ella se encontró pensando en como mostrarle al duque
precisamente que era lo que realmente faltaba en su vida de frío desdén.
–Juliana – Mariana interrumpió sus
pensamientos. –Estás bien? –Ella lo estaría.
Juliana empujó ese pensamiento a
distancia, dirigiéndose a la modista normalmente imperturbable, que había observado
la escena en estado de shock y de horror, y le ofreció una disculpa. –Lo
siento, señora Hebert. Me parece que ha perdido un cliente importante. –
Eso fue honesto. Juliana sabía que
Hebert no tendría más remedio que intentar volver a ganar el favor de la
duquesa de Leighton. Uno no se limitaba a hacerse a un lado mientras una de las
mujeres más poderosas de Londres llevaba su dinero a otra parte. Las
repercusiones de este tipo de altercado podrían poner fin a la modista, si no
se manejaban adecuadamente.
–Tal vez Su Gracia, – indicó a
Mariana, y a la marquesa, – y le saludó con una mano en la dirección de la sala
de montaje a Callie, pueden ayudar a reparar el daño que he hecho. –
–Ja – Mariana seguía furiosa. –Como
si se fuera a rebajar a conversar con esa mujer – Hizo una pausa, y volvió a
cubrir sus modales. –Pero, por supuesto, señora, con mucho gusto le ayudaré. –
La modista habló.
–No hay ninguna necesidad de
reparación. Tengo un montón de trabajo, y no creo que por la duquesa de Leighton vaya a sufrir mi
clientela –. Juliana parpadeó, y la modista continuó. –Tengo a la duquesa de
Rivington en mi tienda, así como a la esposa del marqués de Ralston. Para qué
necesito a la anciana? –. Bajó la voz hasta un susurro cómplice. –Ella morirá
pronto. ¿Qué es un puñado de años sin ella en mi negocio? –
El pronunciamiento fue tan descarado,
tanto por lo que la materia de lo dicho como por el sentido que tenía. Mariana
sonrió ampliamente, y Juliana soltó una risa incrédula.
–He mencionado lo mucho que me encanta el
francés? –La modista le guiñó un ojo.
–Nosotros, los extranjeros debemos
estar juntos, no? –Juliana sonrió.
–Oui. –
–Bon –. Hebert asintió con la cabeza.
–Y ¿qué pasa con el duque? –Juliana fingió no entender. –El duque? –Mariana le
dirigió una mirada de largo sufrimiento.
–Oh, por favor. Eres terrible en el
juego tímido. –
–El que le salvó la vida, señorita –
dijo la modista, con acento burlón en su voz. –Él es un reto, no? –Juliana
volvió la mirada a la pluma de garza en la mano, viendo como los colores
brillantes y ocultos se revelaron antes de encontrarse con la mirada de la
modista. –Oui. Pero no en la forma que usted piensa. No estoy detrás de él.
Simplemente quiero... –
Sacudirlo hasta la médula.
Bueno, ciertamente no podía decir
eso. Madame Hebert le había quitado la pluma de la mano de Juliana. Se trasladó
a la pared de tejido en un lado de la tienda y se inclinó hacia abajo para
retirar un rollo de tela. En cuanto sacó varios metros de la tela extravagante,
miró a Juliana. –Creo que le debe permitir a su hermano que le compre un
vestido nuevo. –La modista puso la pluma hacia abajo en el raso glorioso. Era
escandaloso y apasionado y...Mariana se rió en su hombro, bajo y perverso.
–Oh, es perfecto. –Juliana se encontró con la
mirada de la modista. Esto lo dejaría sobre sus rodillas.–En cuánto tiempo lo
puedo tener? –La modista la miró, intrigada. –Con qué rapidez lo necesita? –
–Él viene a cenar dentro de dos
noches. –
Mariana se cuadró, sacudiendo la
cabeza. –Pero Callie dijo que todavía no ha aceptado la invitación. –Juliana
encontró los ojos de su cuñada, viendo más seguro su camino que nunca antes. –Le
haré ir. –
–No es que no quiera que nuestras fuerzas
armadas esten bien financiadas, Leighton, simplemente estoy diciendo que este
debate podría haber esperado para el próximo período de sesiones. Tengo una
cosecha para supervisar. –Simón lanzó una carta y volvió una mirada perezosa
sobre su oponente, que llevaba un cigarro entre los dientes en un gesto
elocuente de un pronto–a–ser perdedor. –Me imagino que es menos de la cosecha y
más de la caza del zorro que estas tan reacio a perderte, Fallon. –
–Eso sí, no lo voy a negar. Tengo mejores
cosas que hacer que pasar todo el otoño en Londres – El conde de Fallon
descartó su puntuación irritado.
–Usted
no puede querer quedarse, tampoco. –
–Lo que quiero no está en cuestión, – dijo Simón.
Era una mentira. Lo que quería era del todo en cuestión. Se aprobaría una
sesión especial del Parlamento para discutir las leyes que rigen la cartografía
y así mantendría a los visitantes fuera de la puerta de su casa de campo y
evitaría que descubrieran sus secretos. Puso sus cartas sobre la mesa, boca
arriba.
–Parece que usted debe pasar más tiempo en
sus cartas que en la búsqueda de maneras de eludir sus obligaciones como un
par. –Simón recogió sus ganancias, se levantó de la mesa, e hizo caso omiso de
la maldición del conde cuando salía de la pequeña habitación en el más allá del
corredor. La noche se extendía ante él, junto con las invitaciones para el teatro
y mas de media docena de bailes, y él sabía que debía regresar a su casa de la
ciudad, bañarse, vestirse y salir, cada noche se le veía como el retrato de la
propiedad y elegancia, cada noche debía contribuir a garantizar el nombre de
Leighton. No importaba que él asistiera a los rituales de la sociedad cansado.
Así es como debía ser.
–Leighton. –El marqués de Needham y Dolby
venía resoplando por la ancha escalera desde la planta baja del club, apenas
capaz de recuperar el aliento cuando llegó al escalón más alto. Se detuvo, con
una mano en la barandilla de madera de roble, e inclinó la cabeza hacia atrás,
empujando su torso lo suficiente para tomar un gran aliento. Los botones del
chaleco amarillo del marqués tensos bajo el peso de su circunferencia, y Simón
se preguntó si el hombre de más edad necesitaría un médico.–Justo el hombre que
estaba esperando ver – el marqués anunció una vez que se había recuperado. –Dígame,
¿cuándo va a hablar con mi hija? –Simón se reprimió, teniendo en cuenta su
entorno. Era un lugar totalmente inadecuado para una conversación que le
gustaría mantener en privado.
–Tal vez le gustaría unirse a mí en una sala
de estar, Needham? –
El marqués no se dio por aludido. –Tonterías.
No hay necesidad de mantener el tema en un lugar mas tranquilo! –
–Me temo que no estoy de acuerdo, –
dijo Simón, deseando que los músculos de la mandíbula se relajaran. –Hasta que
la dama esté de acuerdo –
–Tonterías – gritó el marqués
bastante alto.
–Le aseguro, Needham, que no hay
muchos que consideran una tontería mi pensamiento. Me gustaría que mantuviera
esto en silencio hasta que yo haya tenido la oportunidad de hablar directamente
con Lady Penélope. –La mirada de Needham se estrechó.
–Entonces será mejor que logre que se
dé, Leighton –. Los dientes de Simón se apretaron reprimiendo las palabras. No
le gustaba recibir órdenes. Sobre todo por un estúpida marqués que era un mal
tirador. Y, sin embargo, parecía que no tenía muchas opciones. Él hizo un gesto
brusco.–. –
–Eres un buen hombre. Buen hombre. Fallon – el marqués llamaba desde la puerta
de la sala de juego y esta se abrió y el rival de Simón salió al pasillo. –Usted
no va a ninguna parte, muchacho! Tengo la intención de aligerarle los
bolsillos! –La puerta se cerró detrás del corpulento marqués, y Simón le dio
una oración en silencio deseando que él fuera tan malo en el juego como lo era
en el tiro. No había ninguna razón para que Needham tuviera una buena tarde,
después de tanto intentar arruinar a Simón.
El ventanal enorme que marcaba el centro
de la escalera blanca que daba a la calle, y Simón se detuvo ante la luz de la
tarde para ver los carros pasar por debajo de los adoquines y considerar su
próximo movimiento. Debía dirigirse directamente a casa de Dolby y hablar con
Lady Penélope. Cada día que pasaba, simplemente prolongaba lo inevitable. No
era como si él no hubiera planeado casarse con el tiempo, era el curso natural
de los acontecimientos. Un medio para un fin. Él necesitaba herederos. Y una
anfitriona. Pero le molestaba tener que casarse
ahora. Le molestaba la razón. Un toque de color le llamó la atención en
el lado opuesto de la calle, un brillante color escarlata mirando a través de
la masa de colores apagados que cubrían los otros peatones en la calle St.
James. Estaba tan fuera de lugar, Simón se acercó a la ventana para confirmar
lo que había visto–una capa de un color rojo brillante y la capa a juego, una
señora en un mundo de hombres. En la calle de un hombre. En su calle. A través
de su club.
¿Qué mujer se pondría un capa roja en
plena luz del día en St. James? La respuesta brilló un instante ante si cuando
la multitud se despejó, y vio su rostro. Y al levantar la vista hacia la
ventana, ella no podía verlo, no podía saber que estaba allí, estaba
desequilibrado por la ola de incredulidad que corría a través de él. Porqué tal
comportamiento audaz, temerario? ¿No le había dado una lección de infantilismo
anoche mismo? Y las consecuencias? Justo
antes de que él le hubiera dicho que diera lo mejor de sí para ganar su
apuesta. Este fue su siguiente movimiento. Él no lo podía creer. La mujer
merecía ser puesta en las rodillas de alguien y recibir una paliza. Y él era el
hombre para hacerlo. Fue inmediatamente tras ese movimiento, corriendo por las
escaleras y haciendo caso omiso de los saludos de los otros miembros del club,
apenas se obligó a esperar por su capa, sombrero y los guantes antes de salir
por la puerta para atraparla cuando saliera a la escena y diera manchara su
reputación. Sólo que ella no estaba en la calle. Ella estaba esperando, muy
pacientemente, a través de la calle, con su doncella italiana, a quien Simón se comprometió a ver en el
siguiente barco de vuelta a Italia, como si toda la situación era perfectamente
normal. Como si no se rompieran once diferentes reglas de etiqueta al
hacerlo.Se dirigió directamente a ella, sin saber a ciencia cierta lo que iba a
hacer cuando él la alcanzara.
Ella se dio la vuelta justo cuando él
llegó.
–Usted realmente debe tener más
cuidado al cruzar la calle, Su Gracia. Los accidentes de carro no son
desconocidos. –Las palabras eran tranquilas y
hablaba como si estuvieran en una sala de dibujo en lugar de en la calle
de Londres, donde estaban todos los clubes de los mejores hombres.
–que estás haciendo aquí? –Él
esperaba que ella mintiera. Que dijera que había estado de compras y tomó un
giro equivocado, o que ella había querido ver el palacio de St. James y
simplemente estaba pasando, o que ella estaba buscando un coche de alquiler.
–Esperando por ti, por supuesto. –La
verdad lo puso sobre sus talones.
–Por mí. –Ella sonrió, y se preguntó
si alguien en el club le había drogado. Seguramente esto no estaba sucediendo. –Precisamente.
–
–¿Tiene usted alguna idea de lo
inadecuado que es para usted estar aquí? Esperando por mí? En la calle? – No
pudo evitar la incredulidad de su tono. Odiaba que lo hubiera sacudido la
emoción.
Ella inclinó la cabeza, y vio el
brillo en sus ojos malvados. –Sería más o menos inadecuado para mí haber
llamado a la puerta del club y solicitarle una audiencia? –Ella le estaba
tomando el pelo. Tenía que ser. Y, sin embargo, él sentía que debía responder a
su pregunta. En el caso.
–Más. Por supuesto. –Su sonrisa se
convirtió en una carcajada.
–Ah, entonces prefiere este. –
–Prefiero no – Él explotó. A continuación,
para darse cuenta de que estaban en la calle frente a su club, él la tomó del
brazo y tomó la dirección a casa de su hermano.
–Camina.
–¿Por qué? –
–Porque no podemos permanecer de pie
aquí. No se hace. –Ella sacudió la cabeza.
Ella comenzó a caminar, su criada a la zaga.
Se resistió al impulso de estrangularla, tomó una respiración profunda. –¿Cómo
siquiera sabía que yo estaba aquí? –Ella arqueó una ceja. –No es como si los
aristócratas tengan mucho que hacer, Su Gracia. Tengo algo que discutir con
usted. –
–Usted no puede simplemente decidir
discutir algo conmigo y realizarlo asi como asi –. Tal vez si le hablaba como
si fuera una tonta, se conformaría con su ira.
– No, Porqué no? –Tal vez no.
–Porque no se hace! –Ella le dio una
pequeña sonrisa. –Pensé que había decidido que le importa poco lo que yo haga –.
Él no respondió. No confiaba en sí mismo para hacerlo. –Además, si usted decide
que quiere hablar conmigo, es bienvenido a buscarme. –
–Por supuesto que soy bienvenido a
buscarla. –
–Porque usted es un duque? –
–No. Porque soy un hombre. –
–Ah, – dijo–una razón mucho mejor. –¿Era
eso sarcasmo en su voz?No le importaba.Él sólo quería llegar a su casa.
–Bueno, usted tampoco estaba
planeando venir a mí. –condenadamente cierto.
–No. Yo no lo estaba. –
–Y así que tuve que tomar el asunto
en mis propios puños. –No debería ser divertido ver sus encantadores fracasos
en el lenguaje. Era un escándalo ambulante. Y de alguna manera, él había
llegado a convertirse en su escolta. No necesitaba eso.
–Manos, – la corrigió.
–Precisamente. –Él la ayudó a cruzar
la calle en Park Lane hacia la casa de Ralston antes de preguntar, rápido e
irritado,
–Tengo mejores cosas que hacer hoy
que jugar a la niñera, Juliana. ¿Qué es lo que quieres? –Ella se detuvo, el
sonido de su nombre colgando entre ellos.–Señorita Fiori –. Él se corrigió a sí
mismo demasiado tarde. Ella sonrió. Sus ojos azules se encendieron con más
conocimiento del que una mujer de veinte años debería tener.
–No, Su Gracia. Usted no puede
echarse para atrás. –Su voz fue grave y cadenciosa, y apenas la notó antes de que fuera llevada por el viento,
pero él la oyó, y a la promesa que llevaba–una promesa que ella con seguridad
no sabía como entregar. Las palabras se dirigieron directamente a su núcleo, y
el deseo se disparó a través de él, rápido e intenso. Bajó el ala de su
sombrero y caminó en dirección al viento, con el deseo de que las hojas de
otoño soplara en su dirección y se llevara ese
momento.
–¿Qué quieres de mí? –
–Qué cosas tiene usted que hacer? –
Nada que realmente
desee hacer.
Él se tragó ese pensamiento.
–Eso no es de su incumbencia. –
–No, pero tengo curiosidad. ¿Qué es
eso tan urgente que un aristócrata tiene que hacer que no puede
acompañarme a mi casa? –
No le gustaba la implicación que ella
le daba a la frase, sugiriendo que él vivía una vida de ocio.
–Nosotros realmente tenemos
propósitos, sabe?. –
–De veras? –
Él la cortó con un vistazo. Ella le
sonreía.
–Usted me está provocando. –
–Tal vez. –Ella era hermosa.
Irritante, pero hermosa.
–Así que? ¿Qué es lo que tiene que
hacer hoy? –Algo en él se resistió a decirle que había planeado visitar a Lady Penélope. Listo
a proponerle matrimonio. En cambio, le
ofreció una mirada irónica.
–Nada importante. –Ella se rió, con
un sonido cálido y acogedor.
Él no iba a ver a Lady Penélope hoy, tampoco.
Caminaron en silencio por unos largos
momentos antes de llegar a la casa de su hermano, y él se volvió hacia ella,
finalmente, recorriéndola con la mirada. Ella estaba vibrante y hermosa, sus
mejillas rosa y los ojos brillantes, su capa roja y el tocado inclinado eran en todo lo contrario
a una perfecta dama Inglesa. Había
estado fuera, caminando audazmente a través del aire fresco de otoño, en lugar
de estar adentro calentándose junto al fuego bordando y tomando el té. Como era
probable que Penélope estuviera
haciéndolo en ese momento. Pero Juliana era diferente de todo lo que él había
conocido. Todo lo que siempre había querido. Todo lo que él había estado
buscando alguna vez. Ella era un peligro para sí misma... pero sobre todo, era
un peligro para él. Un peligro hermoso, tentador que él encontraba cada vez más irresistible.
–Qué es lo que desea?– le preguntó,
las palabras salieron más suaves de lo que le hubiera gustrado.
–Deseo ganar nuestra apuesta,–
contestó ella simplemente.
La única cosa que él no le podía dar.
No se podía dar el lujo de darsela.
–Eso no sucederá.–
Ella levantó un hombro
en un gesto poco elegante. –Tal vez no. Especialmente si no nos vemos. –
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.
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