jueves, 5 de julio de 2012


Once escandalos para ganar el corazon de un Duke
Capítulo 6

El agua es para hervir y para limpiar pero nunca para la diversión
Las damas refinadas deben tener cuidado de no salpicar durante su baño.
Un Tratado sobre la más exquisita de las damas

Se nos dice de algunos descubrimientos interesantes en nuestro propio Serpentine
La Hoja del Escándalo, octubre 1823

Simón ignoró el espesor de su tono, por la cólera  que apenas podía contener. La jóven había estado a punto de suicidarse, y ella pensaba que esto era todo? Era muy razonable que tuviera  algún tipo de shock por el frío y el cansancio, pero estaba más loca de lo que imaginaba, si creía que le permitiera correr a su casa  al trote, sin una sola explicación para su irrazonable, irracional, y mortal comportamiento.
Vio la combinación de miedo y desesperación en su mirada. Bien. Tal vez se lo pensaría dos veces antes de repetir las acciones de hoy.
 –No le vas a contar nada  a Ralston, ¿verdad?–
 –Por supuesto que voy a decirselo a Ralston.– Dio un paso hacia él, cambiando al  Inglés. Ella era muy hábil  suplicando en su segunda lengua.
–¿Pero por qué? Sólo se molestará. Innecesariamente –. La incredulidad le quitó el aliento. –Innecesariamente? Por el contrario, señorita Fiori. Su hermano, sin duda debe saber que necesita un acompañante que le impida comportarse con abandono imprudente. –
 Ella alzó las manos. –Yo no me estaba comportando imprudentemente!–
Ella estaba loca.
 –Oooh, ¿no? ¿Cómo lo describirías entonces? – Se hizo el silencio, y Juliana examinó la pregunta. Ella se mordió la comisura de su labio inferior mientras pensaba y, en contra de su voluntad, se sintió atraído por ese movimiento. Observó la forma en que sus labios apretaban, el borde liso con sus blancos  dientes, le preocupaba la carne de color rosa suave. El deseo se estrelló a través de él duro y rápido, y se puso rígido al sentir  esa emoción cegadora.
Él no la quería. Ella era una loca.
 Una diosa impresionante, pero de una loca. Él se aclaró la garganta.
–Sin embargo.
–Fue todo una conducta razonable–

Él parpadeó.
–Usted saltó desde un tronco de árbol, – hizo una pausa, ya que la irritación  le quemaba de nuevo con esas palabras. Ella era incapaz de quitar su mirada del tronco del árbol en cuestión.
–Parecía perfectamente resistente. –
–Usted cayó en un lago –. Oyó la furia en su voz.
–No me esperaba que fuera tan profundo! –
 –No, me imagino que usted no lo hizo.
– Ella se aferró a su defensa. –Quiero decir, que no parecía ser como cualquier lago que he encontrado. –
–Eso es porque no es como cualquier lago que haya encontrado. – Ella le devolvió la mirada.
–No lo es? –
–No –. Él dijo, apenas capaz de contener su irritación. –No es un lago real. Es hecho por el hombre. – Sus ojos se abrieron.
–¿Por qué? –
¿Importaba?
 –Como yo no estaba vivo para el evento, no podría aventurar una respuesta. –
–Dejalo solo  en que los  Ingléses fabricaron  un lago, – dijo Carla por encima del hombro, quien soltó una risita. –Y dejan a los italianos a caer en ella! –
–Yo estaba recuperando mi sombrero! –
 –Ah... lo que lo hace todo mucho más lógico. ¿Sabes nadar? –
–Que si  sé nadar? – le preguntó ella a su vez, y él tomó más de un poco de placer al verla ofenderse.
 –Yo me crié en las orillas del Adige! ¿Qué resulta ser un verdadero río. –
–Impresionante, – dijo él, no del todo impresionado. –Y digame, alguna vez nadó en dicho rio?–
–Desde luego! Pero no estaba vestida—ella movió una mano para indicar su vestido—–con dieciséis capas de tela!–
–Porqué no?–
–Porque nadie nada con dieciseis capas de tela!–
–No?–
–No!–
–Porqué No?– Él ya la tenía ahora.
–Porque se ahogaría!–
–Ah,– dijo él, balanceandose sobres sus talones. –Muy bien, al menos hemos aprendido algo hoy.–

Sus ojos se estrecharon, y tenía la clara impresión de que quería darle una patada. Bien. Saber que ella estaba furiosa le hizo sentir un poco más estable.
Querido Dios. Ella casi se había ahogado.
 Nunca había estado tan aterrorizado en toda su vida, como cuando venía por la cumbre –reprendiéndose a sí mismo por permitir que esta ardiente, y emocional italiana dirigiera su tarde, sabiendo que él debería estar en casa, viviendo su ordenada  vida – y vió  el cuadro horrible a continuación: la criada, gritando en busca de ayuda; las ondas inconfundibles en la superficie del lago, y las olas de tela de zafiro que marcaban el lugar donde Juliana se estaba hundiendo. Había estado seguro de que era demasiado tarde.

–Se lo dije –. Sus palabras detuvieron la dirección de sus pensamientos. –Yo tenía toda la razón para ir allí. Si no fuera por el viento y las ropas pesadas, yo habría estado bien. – Como para subrayar su punto de vista, el viento se levantó entonces, y sus dientes comenzaron a castañetear. Ella envolvió sus brazos alrededor de ella y de repente se veía tan... pequeña. Y frágil. Lo opuesto absoluto de la forma en que pensaba en ella, brillante y audaz e indestructible. Y en ese momento, su enojo fue totalmente dominado por un impulso básico, primordial para envolverse alrededor de ella y abrazarla hasta que se calentara de nuevo.
Desde luego, él no podía hacerlo.
Ellos tenían publico—y el chismorreo ya era los suficientemente alto como para añadir mas combustible a este fuego.
Él maldijo suavemente, y el sonido se perdió en el viento mientras se movía hacia ella, incapaz de frenarse a si mismo de cerrar la brecha entre ellos. Él se hizo alrededor de ella de tal forma que pudiera capturar toda la fuerza de la tormenta—protegiéndola de la ráfaga de viento frío.
Si solo él pudiera protegerse a si mismo de ella.
Cuando él habló, sabía que las palabras eran demasiado duras. Sabía que iban a dolerle.
– ¿Por qué debe usted constantemente ponerme a prueba? –
–Sí me importa, ya sabe. Me importa lo que usted piense. –
–Entonces, ¿por qué? –
 –Porque usted espera que yo falle. Espera que me salga todo mal. Espera ver que sea imprudente. Espera ver mí ruina. –
 –Por qué no trabaja en  demostrar que estoy equivocado? –
 –Pero, ¿no lo ve? Estoy demostrando que está equivocado. Si opto por la imprudencia, ¿dónde está la falla? Si la elijo por mí misma, usted no puede forzarla sobre mí. – Hubo una larga pausa.
–Perversamente, eso tiene sentido. – Ella sonrió, pequeña y triste.
–Si tan sólo yo  en realidad deseaba que fuera de esta manera. – Las palabras se detuvieron, y un centenar de preguntas corrían a través de su mente antes de que ella se estremeciera en sus brazos.
 –Estás helada. – Ella lo miró, y él se quedó sin aliento ante sus brillantes ojos azules.
–CComo  es que U–usted no? –
 Él no estaba ni siquiera cerca del frío. Él estaba en llamas. La ropa de ella estaba empapada y en ruinas, su pelo se había soltado de sus anclajes, y ella debería haber parecido un niño desaliñado. En cambio, ella se veía espectacular. La ropa se  moldeaba a su cuerpo bien formado, dejando al descubierto sus exuberantes curvas, el agua sólo haciendo hincapié en sus impresionantes características, pómulos altos, largas   pestañas enmarcando unos enormes ojos azules, piel de porcelana. Él siguió el camino de una gota de agua en la curva de su cuello hasta el hueco de la clavícula, y tenía un intenso deseo de saborear la gota en la lengua.
Ella estaba viva.
Y él la deseaba.
Por suerte, ella se estremeció de nuevo antes de que pudiera actuar por el deseo inaceptable. Tenía que llegar a su casa antes de que ella enfermara de pulmonía. O antes de que él se volviera  del todo loco. Se volvió a su doncella.
–¿Han venido en carruaje? – le preguntó en italiano rápido.
 –No, Su Gracia. –
 –Será más rápido si me llevo su  señora en mi carruaje. Únase a nosotros en Ralston House –. Apretó el codo de Juliana y comenzó a avanzar hacia un lugar cercano.
–Usted acaba de suponer q–que ella va a  seguir sus órdenes – Juliana le preguntó, su tono de voz sugiriendo que  la idea era ridícula. Él la ignoró, en lugar de eso buscó con  la mirada a la criada.
 –Sí, Excelencia –. Se dejó caer en una reverencia y se alejó rápidamente. Volvió su atención a Juliana, que fruncía el ceño. La irritación de ella regresó un poco de su sentido común. Y algo de su ira. Ayer por la noche y esta mañana, con su comportamiento impulsivo había arriesgado su reputación. Esta tarde,  había arriesgado su vida.
Y él no la tendría.
Caminaron varios metros en silencio antes de hablar,
–Tu  podrías haber muerto. – Ella dio un brevísimo titubeo, y él pensó que tal vez iba a pedir disculpas de nuevo. No serían del todo injustificadas. Percibió la tensión de sus hombros, el enderezamiento de la columna vertebral.
 –Pero no lo hice –. Ella intentó una sonrisa. No se pudo. –Doce vidas, ¿recuerda? – Las palabras estaban llenas con  el desafío–a él y a la naturaleza, al destino en sí. Y si no estuviera tan furioso, podría haber encontrado espacio para admirar su tenacidad de espíritu. En cambio, quería sacudirla.
 Se resistió al impulso. Apenas.
Llegaron a su carruaje, y él la levantó, temblando, en el vehículo, luego subió a su lado.
–Voy a arruinar su asiento. –

Sus palabras, tan ridículas a la luz de todo lo que había sucedido en los últimos minutos, le pusieron en marcha. Se detuvo en el acto de levantar las riendas y se volvió con una mirada incrédula hacia ella. –Es una maravilla que seas capaz de  preocuparte por mi tapicería cuando parece que te preocupan muy poco  las cosas que  me importan mucho más. – Sus cejas oscuras se arquearon  perfectamente.
 –Por ejemplo? –
–Tales  como tu persona. – Ella estornudó, y él maldijo,–Y ahora te vas a enfermar si no mantienes el calor, mujer tonta. – Metió la mano detrás de ellos para sacar una manta de viaje, y se la pasó a ella. Ella la tomó y se cubrió.
–Gracias, – dijo con firmeza, antes de apartar la mirada y poner la mirada fija al frente. Puso el carruaje en movimiento después de un largo rato, deseando haber sido menos contundente. Más cortés. No se sentía del todo cortés. No pensaba que fuera capaz de ser cortés. Salieron de Hyde Park antes de que ella hablara, y apenas la escuchó sobre el sonido de los cascos contra el empedrado.
–Usted no necesita hablarme como si yo fuera  medio –ingeniosa. –
Él no pudo resistir. –Creo que te refieres a medio tonta. –
 Ella se dio la vuelta, y él escuchó una maldición irritada italiana sobre el viento. Después de un largo momento, ella dijo:
–Yo no tenía intención de ahogarme. – No había  mal humor en su voz, y sintió una ligera punzada de compasión por ella. Tal vez no debería ser tan duro con ella. Pero, maldito si podía parar. –Plan o no, si yo no hubiera venido a lo largo, se habría ahogado.
––Tu viniste.– ella lo dijo simplemente, y él record que mientras la sacaba del agua temblando, aliviado por haberla rescatado, ella susurró las mismas palabras. Tu viniste.
Él había intentado no hacerlo.
Había tirado su imprudente nota–la misiva arteramente disfrazada que había engañado a todos a pensar que el marqués de Ralston había enviado la correspondencia, la arrojó en una papelera en su estudio. Él había fingido que no estaba allí al leer el resto de su correspondencia.
Y aún mientras discutía un puñado de asuntos pendientes con su agente de negocios.
Y aun cuando él abrió el paquete que llegó de su madre a menos de una hora después de que ella lo había dejado, el paquete que contenía el zafiro Leighton, el anillo de compromiso que había sido usado por generaciones de duquesas de Leighton.
Incluso entonces, mientras él  colocaba el anillo sobre la mesa, a la vista, ese pedazo de papel arrugado se burlaba de él, extendiéndo a Juliana por toda su ordenada y disciplinada casa.
En todas partes la veía, veía su misiva, y él se había preguntado qué haría ella si él no respondía. Había imaginado que ella no lo pensaría dos veces a la hora de asumir un curso de acción más escandaloso–y luego sus garabatos en negrita, – el negro había sido reemplazado por sus rizos negros y audaces, y sus centelleantes ojos azules. Y hasta  había estado en su alcoba...
Mandó traer su carruaje y se dirigió  totalmente impulsado, demasiado veloz para un hombre que estaba decidido a evitarla.
Y casi había llegado demasiado tarde.
 Sus manos apretaron las riendas y los caballos se movieron inquietos bajo la tensión. Se obligó a relajarse.
 –Y ¿no es una suerte que llegué a tiempo? Casi no lo hago. Enviarme tal mensaje fue a la vez indecente e infantil –. Él no le dio la oportunidad de responder, sus siguientes palabras explotaron en una ola de irritación.
––Qué la poseyó  para que se sumergiese en un lago helado? –
–Yo no me sumergí, – señaló. –Me caí. Fue un error. Aunque supongo que no sabe nada de  eso. –
–De vida, no– los que ponen en peligro, por lo general, no. –
–Bueno. No todos podemos ser tan perfectos como usted. –
Ella estaba cambiando el tema, y él no se lo iba a permitir.
–Usted no ha respondido mi pregunta–
–Había una investigación oculta en todo ese juicio? No me di cuenta. – Él se encontró confortado por el fuego en ella. Él la cortó de un vistazo. –El lago. ¿Por qué estaban allí, en primer lugar? – –Se lo dije. Seguí a mi sombrero. –
 –Su sombrero. –
–Me gustaba ese sombrero. Yo no quería perderlo. –
–Tu hermano podría comprarte un sombrero nuevo. Yo te hubiera comprado una docena si se me hubiera impedido tener... – Se detuvo.
De tener que ver que casi muere.
–Yo quería ese, – dijo, en voz baja. –Y yo lamento que me tuviera que rescatar... o que usted tenga que reemplazar esta tapicería... o comprar botas nuevas... o lo que sea otro problema que mi situación le haya causado. –
 –Yo no he dicho eso –
 –No, porque usted es demasiado educado para terminar la frase, pero eso es lo que iba a decir, ¿no? Que usted me compraría una docena de sombreros si eso  garantizara que tenga que mantenerme fuera de problemas otra vez? – Ella volvió a estornudar. Y el sonido estuvo a solo unas  pulgadas.
 Estuvo a punto de parar el coche y tirar de ella hacia él y darle la paliza que se merecía por burlarse de él... y luego por aterrorizarlo. Pero no lo hizo. En su lugar, sacó el carro a una parada en frente de Ralston House con todo decoro, a pesar de la ira y la frustración turbulenta en su interior.
–Y ahora que hemos llegado, – dijo, malhumorada, –ya su molesta posición como salvador puede pasar a otro. –
Él tiró de las riendas y descendió del carro, mordiéndose la lengua, negándose a corregir su punto de vista de esta situación, negándose a permitirse ser tirado aún más por el torbellino de emociones que esta mujer parecía llamar a su existencia cada vez que se acercaba. Ayer por la noche, ella lo calificó de carente de emociones. La idea parecía totalmente risible el día de hoy.
En el momento en que llegó a su lado del coche, ella ya se había ayudado a bajar y se dirigía hacia la puerta. Mujer obstinada.
Ella apretó los dientes, y se volvió de nuevo desde el escalón más alto, mirándolo a él con toda la confianza en sí misma de una reina a pesar de estar empapada, con la ropa sucia y su pelo, deshecho a su alrededor.
–Siento que yo lo haya molestado para lo que  sólo puedo imaginar era un día perfectamente planificado para usted. Haré mi mejor esfuerzo para evitarlo en el futuro. –
Ella pensaba que él era un inconveniente?
 Él había sido muchas cosas que por la tarde, pero inconveniente no era una de ellos. La palabra tibia no se acercaba a cómo se sentía.
Furioso, aterrado, y desequilibrado por completo, sí.
 Pero ni siquiera cerca de inconveniente.
Toda la tarde tuvo ganas de pegarle a algo. Duro.
Y se imaginó que la conversación que iba a tener con su hermano haría muy poco para combatir ese impulso. Pero sería condenado si quería ver eso.
–Veo que usted lo hace, – le dijo él en su tono más magistral mientras se ponía en marcha por las escaleras  detrás de ella, rechazando el impulso de dejarla allí, tirada, en su puerta, e ir tan lejos de ella como pudiera. Él estaba dispuesto a ver su ser interior. Y sólo entonces podría  irse tan lejos de ella como pudiera.
 –Como le dije ayer, no tengo tiempo para sus juegos. –
Simón estaba aquí. En la casa. Con su hermano.
El llevaba cerca de tres cuartos de hora.
Y todavía no la habían mandado llamar.

Juliana acechaba el perímetro de la biblioteca de Ralston House, las enaguas de la falda de amatista batían sobre sus piernas. No podía creer que ninguno de ellos siquiera había pensado en que tal vez le gustaría ser parte de la discusión de su aventura de esa tarde.
Con un poco de disgusto, se dirigió a la ventana de la biblioteca, que daba a Park Lane y más allá  a la oscuridad de Hyde Park.
 Por supuesto ellos no habían llamado por ella. Eran hombres imperiosos, enfurecidos, dos de los más molestos de los cuales no se podían encontrar en toda Europa. Un enorme carruaje aparcado fuera de la casa, sus faroles encendidos, esperando a su dueño. La cresta de Leighton estaba estampada en la puerta del medio de transporte negro, con un malvado halcón – de apariencia completa con plumas en sus garras –despojos de la batalla, sin duda. Juliana trazó el escudo en el cristal. Qué apropiado que Leighton estuviera representado por un halcón.
 Un frío, animal solitario, y brillante. Calculador y sin pasión.
Él apenas se había preocupado de que ella había estado a punto de morir, en vez de salvarla  con su frío cálculo y trayéndola a su casa sin un momento de pausa para lo que podría haber sido un suceso más trágico.
Eso no era exactamente cierto.
 Se había producido un momento en el Parque durante el cual parecía él se  había preocupado por su bienestar.
Sólo por un momento.

Y entonces él simplemente había parecido querer librarse de ella. Y el problema que ella causó. Depositándola sin  ceremonias en el vestíbulo de la Ralston House y dejándola tener que enfrentar a su hermano sola. Él solo le había dicho con toda calma,
–Dile a Ralston que volveré esta noche. Seco. –
Había regresado, por supuesto–Leighton era nada si no fiel a su palabra y ella apostaría a que los dos hombres se estaban riendo a costa de ella, incluso ahora en el estudio de Ralston, el consumo de brandy o whisky o cualquier otra bebida  exasperante, que tomaran los nobles. A ella le gustaría echar un tanque de ese licor sobre sus cabezas.
Ella miró su vestido con disgusto. Lo había elegido para él, sabiendo que ella se veía preciosa de color morado.
Quería que él viera eso.
Quería que él se fijara en ella.
Y no por su apuesta.
Esta vez, ella había querido que lamentara las cosas que había dicho de ella.
No tengo tiempo para sus juegos.
 Había sido un juego al comienzo– la carta, la descarada invitación – pero, una vez que había caído en el lago, una vez que la había rescatado, cualquier juego había desaparecido junto con su sombrero, perdidos en el fondo del lago Serpentine.
Y cuando él la había tenido en sus brazos cálidos y fuertes y le susurró palabras suaves en italiano para ella– eso  se había sentido más serio que cualquier otra cosa que jamás hubiera sentido antes.
Pero él la había regañado, entonces, todo fresco y firme, como si todo el episodio hubiera sido un colosal desperdicio de su tiempo y energía.
Como si ella fuera nada más que problemas.
Pero él la había regañado, entonces, todo fresco y firme, como si todo el episodio hubiera sido un colosal desperdicio de su tiempo y energía.
Como si ella fuera nada más que problemas.
Y ella no había sentido mucho más gusto al jugar esos juegos por más tiempo.
Por supuesto, nunca le diría eso. Para qué serviría, salvo para poner una sonrisa de satisfacción en su rostro y darle la mano, como un ser superior más de  lo normal. Y ella no podía soportar eso, tampoco.
En cambio, ella estaba esperando pacientemente en la biblioteca, resistiendo la tentación de bajar corriendo al estudio de su hermano y descubrir lo mucho que de su conducta imprudente Leighton había contado y lo mucho que estaba en problemas.
  Debajo, el cochero se movió, saltando abajo de su asiento, y se apresuraba a abrir la puerta del carruaje para su amo. Sabía que debía apartarse de la ventana, pero entonces apareció Leighton, sus rizos dorados brillando brevemente en la luz antes de desaparecer debajo de su sombrero.
Se detuvo ante la puerta abierta y ella no podía apartar la mirada, el espionaje era una tentación irresistible. Se volvió a hablar con el cochero, cuadrando los hombros contra el viento que arremolinaba las hojas del parque a sus pies y azotaba su abrigo. Un hombre menos frío hubiera mostrado algún tipo de respuesta a esa ráfaga, una violenta mueca, un respingo, pero no el gran duque de Leighton. Ni siquiera la naturaleza podía distraerlo de su curso.
 Observó el movimiento de sus labios mientras hablaba, y se preguntó lo que estaba diciendo, a dónde iba. Se inclinó hacia delante, con la frente casi tocando el cristal manchado, como si ella pudiera ser capaz de oírlo si estuviera una pulgada más cerca.
El cochero asintió con la cabeza una vez y bajó la cabeza, dando un paso hacia atrás para sostener la puerta.
Él se iba.
El Duque no necesitó usar un escalón para entrar en su gran carruaje negro, él era alto y suficientemente fuerte sin uno, y ella miraba mientras él se impulsaba a sí mismo hacia arriba, ella deseó, que justo por una vez, él pudiera errar su objetivo, o tropezar, o buscar cualquier cosa que lo hiciera menos –perfecto.
Él se detuvo y ella contuvo el aliento. Quizás la acción no era tan fácil después de todo. Él giró su cabeza. Y miró directamente hacia ella.
Ella ahogó un grito y se apartó de la ventana de inmediato, el calor de la vergüenza bañándola y atravesándola por haber sido atrapada, seguida inmediatamente por la irritación al haber sido avergonzada.
Era él quien debería estar avergonzado, no ella.
Era él quien la había insultado por la tarde, era él quien había venido a hablar con su hermano esa noche y no pidió verla o hablar con ella.
Ella podría haber caído enferma. ¿Acaso a él no le importaba su bienestar?
Al parecer, no.
Ella no le dejó espantarla.
Era su casa, después de todo. Ella tenía todo el derecho de mirar por la ventana. El mirar a las ventanas  era grosero.
Y, además, ella tenía una apuesta por ganar.
 Ella respiró hondo y volvió a su lugar. El seguía mirándo hacia ella.
Cuando ella se encontró con su mirada cálida, ámbar, brillante a la luz de la casa, él levantó una ceja imperiosa, de oro, como para cantar victoria en su batalla silenciosa.
La resistencia quemaba, caliente y potente. Ella no le permitiría ganar. Ella se cruzó de brazos con firmeza sobre el pecho de una manera totalmente inadecuada para una mujer y enarcó una ceja, con la esperanza de darle una sorpresa, dispuesta a permanecer allí toda la noche, hasta que él se echara atrás.
No era sorpresa la que ella encontró cuando lo miró, sin embargo. Había algún alivio en las líneas firmes, y en el ángulo de su rostro mientras la miraba–algo vagamente parecido al humor–antes de que él se volviera y, con una precisión perfecta, se levantara a sí mismo en su carruaje.
Ella no vaciló mientras el cochero cerraba la puerta, ocultando al duque de su vista.
Secretamente esperaba que él la estuviera mirando desde detrás de las oscuras ventanas de el transporte mientras ella lanzaba una estruendosa carcajada.
Ya sea que él lo hubiera permitido o no, ella había ganado. Y era una sensación maravillosa.
–Juliana? ¿Puedo entrar? – Su risa se ​​vio interrumpida cuando su cuñada entró, con la cabeza asomando por el borde antes de que la puerta se abriera a lo ancho.
Juliana giró hacia su visitante, dejando caer sus brazos y cayendo rápidamente a sentarse en el banco amplio debajo de la ventana.
 –Por supuesto. Yo estaba... –
Ella Agitó una mano en el aire.
–No tiene importancia. ¿Qué es? –
Callie se acercó, con una media sonrisa en su rostro, para unirse a Juliana.
–He venido a confirmar que te sientes bien, y veo que estás muy recuperado de tu aventura. Estoy muy feliz de que estés a salvo, – añadió, tomando la mano de Juliana. –Nunca pensé que lo diría, pero gracias a Dios por el duque de Leighton. –Juliana no se perdió la sequedad en el tono de su cuñada
– A ti no te gusta– le dijo Juliana
–El duque ¿– Callie se sentó junto a Juliana, con los ojos entrecerrados. –No lo sé. En realidad no. – Juliana reconoció la evasión. –Pero... ? –
Callie consideró sus palabras durante un buen rato antes de hablar.
–Voy a decir que él – y su madre, para el caso –siempre me ha parecido arrogante, imperiosa, e  inamovible de una manera que le hace parecer indiferente. Que yo sepa, él tiene un interés en una sola cosa: su reputación. Nunca me han importado las personas con opiniones tan rígidas –. Hizo una pausa, y luego confesó:–No. Él no me gustaba, hasta hoy. Ahora que él te ha rescatado, creo que voy a tener que reevaluar mi opinión sobre el duque. –
El corazón de Juliana le latía con fuerza, mientras consideraba las palabras de su cuñada.
Él tenía interés en una sola cosa: su reputación.
–Creo que voy a organizar una cena, – El silencio reinó con el pronunciamiento, hasta que Callie pinchó,–¿Quieres saber por qué estoy organizando una cena–fiesta? –
Juliana fue sacada de sus pensamientos.
–Debes tener una razón distinta a que  esto es Londres, y tenemos un comedor? –
 –Vas a  pagar por ello –.
Callie sonrió. –Creo que debemos agradecer al duque por tu rescate. Y, si ampliamos la lista de invitados para incluir un puñado de señores elegibles –
Juliana se quejó, al ver los planes de su cuñada.
–Oh, Callie, por favor... qué vergüenza. – Callie agitó una mano.
–Tonterías. La historia es probable que ya esté corriendo  a través de Londres en estos momentos, si queremos mitigar cualquier exageración, debemos tomar posesión de la verdad. Además, creo que es importante para nosotros extender un poco de gratitud por tu vida, ¿no? –
–Habrá que hacerlo delante de la mitad de Londres? –
Callie se rio. – ‘Medio Londres,’ realmente, Juliana. No será más que una docena de ellos.–
Juliana conocía lo suficiente a Callie como para saber que no tenía sentido discutir.
–Como un beneficio adicional, no dolerá tener al duque de Leighton de nuestro lado, tú sabes. Su amistad solo te hará más atractiva ante los otros hombres de la Alta Sociedad.
–Y si no deseo ser más atractiva ante los otros hombres de la Alta Sociedad.?–
Callie sonrió. –Estás diciendo que deseas atraer al Duque?–
Era un malentendido deliberado, Juliana lo sabía. Pero no obstante, ella sintió el rubor en las mejillas. Con la esperanza de escapar a la atención, dio a su cuñada una mirada de largo sufrimiento.
 –No. –
Callie tomó una respiración profunda. –Juliana, no es como si estuviéramos pensando en obligarte al matrimonio, pero no estaría de más que pudieras conocer a un hombre o dos. Alguien  que te guste. Compañía con que puedas divertirte. –
–Lo has estado intentando durante meses. En vano. –
 –En algún momento, te encontrarás con alguien por quien te sientas atraída. –
–Tal vez. Pero es probable que no esté atraído por mí. – Él es probable que me encuentre molesta. –Por supuesto que se sentirán atraídos por ti. Eres hermosa y divertida y maravillosa. Estoy invitando a Benedicto también. – El conde de Allendale era el hermano mayor de Callie. Juliana se permitió mostrar  su sorpresa.
–¿Por qué dices eso de tal manera? –
La sonrisa de Callie era demasiado brillante.
–No hay ninguna razón. ¿No te gusta? –
–Yo... – La mirada de Juliana se estrecho. –Callie, por favor, no hagas de casamentera. Yo no soy correcta para los hombres como Benedicto. O cualquiera de los otros tampoco. –
 –No soy casamentera – La protesta fue fuerte. Y falsa. –Yo simplemente pensé que te gustaría una cara familiar. O dos. –
 –Supongo que no sería tan malo. – Callie se volvió preocupada.
–Juliana, ¿alguien ha sido grosero contigo? – Ella sacudió la cabeza.
–No. Todos son extraordinariamente corteses. Muy gentiles. Impecablemente británicos. Pero también dejan más que claro que no soy... lo que buscan. En una acompañante. –
–En una mujer, – Callie corrigió rápidamente. –Una acompañante es una cosa totalmente diferente. –
Acompañante era probablemente el papel preciso que todos los de Londres–salvo su familia–estaba esperando que ella asumiera. La consideraban demasiado escandalosa para ser una esposa. Y a  Juliana no le gustaba la palabra, de todos modos. Ella sacudió la cabeza.
 –Callie, lo he dicho desde el principio... desde el día que llegué aquí, a Inglaterra... el matrimonio no es para mí. –
Y no lo era.
–Tonterías, – dijo Callie, desechando la idea. –¿Por qué piensas tal cosa? –
Debido a que la hija de la marquesa de Ralston no es precisamente la esposa con  quien todo hombre sueña.
Por supuesto, no podía decir eso. Ella se salvó de tener que responder por la apertura de la puerta de la biblioteca. Ralston entró, con los ojos a la búsqueda sobre el asiento de la ventana, y Juliana vio como bebía a su esposa, sus rasgos se ablandaron, por  el amor claro.
Ella no negaba que debía ser maravilloso tener tal cosa.
Pero ella simplemente no gastaría su tiempo deseándolo.
Ralston se acercó, tomando la mano de Callie en la suya levantando los dedos a los labios para un beso breve.
–He estado buscándote –. Se volvió a Juliana. –A las  dos. – Callie miró a Ralston.
–Dile a tu hermana que es hermosa. – Pareció sorprendido. –Por supuesto que es hermosa. Si sólo fuera un poco más alta, sería perfecta. –
Ella se rio de la broma débilmente. Era más alta que la mitad de los hombres en Londres.
–Una queja común. –
 –Gabriel, lo digo en serio, – Callie no iba a dejar que entre hermanos se ayudaran.
–Ella piensa que no puede conseguir un marido. – Las cejas de su hermano se juntaron.
 –Por qué no? – le preguntó a su esposa.
–No lo sé! Debido a la obstinación que corre en tu sangre? –
Él fingió considerarlo en estado frustrado.
 –Es posible. No estoy seguro de que podría conseguir un marido tampoco. – Juliana sonrió.
–Es porque tu eres demasiado alto. –
Uno de los lados de su boca se torció hacia arriba.
–Es muy probable. – Callie dio un pequeño sonido agravado. –Eres tan imposible! Tengo una cena para supervisar. Tu – señaló con un dedo a su marido, a continuación indicó a Juliana – hazla entrar en razón. – Cuando la puerta se cerró detrás de Callie, Ralston se volvió a Juliana.
 –Por favor no me hagas hablar de ello. –
 Él asintió con la cabeza.
–Te das cuenta de que ella va a ser implacable al respecto?. Vas a tener que idear una excelente razón por la cual no quieres casarte, o va a estar teniendo esta conversación por el resto de tu vida. –
 –Tengo una buena razón. –
Sin duda, eso es lo que crees. –
Ella frunció el ceño ante la insinuación de que ella en realidad no tenía una buena razón para no casarse.
–Estarás feliz de saber que he decidido no encerrarte en el ático para el resto de tus días para guardaros de más aventuras, – dijo, cambiando de tema. –Pero tú no estás muy lejos de ese destino. Debes tener mas  cuidado, Juliana –. Su hoyuelo brilló. –Me parece que me gusta bastante tener una hermana. – Sus palabras la calentaron. A ella le gustaba mucho tener un hermano.
–No quiero crear problemas. – Él arqueó una ceja. –No todo el tiempo. No esta tarde –. Excepto que ella había tenido intención de causar problemas. Simplemente no la clase de cosas que  él necesitaba saber.
–No del tipo que termina en el fondo de un lago, – ella corrigió. Él se trasladó a un aparador y se sirvió un whisky y se sentó junto a la chimenea indicando que debería reunirse con él. Cuando ella tomó la silla frente a él, dijo:–No, tú te refieres a realizar el tipo de problemas que termina con hacer caer  hasta la mitad de la sociedad londinense. – Ella abrió la boca para refutar el punto, y él continuó. –No sirve de nada en decirme lo contrario, Juliana. ¿Crees que es sólo el pelo oscuro y los ojos azules lo que nos hace hermanos? ¿Crees que no sé lo que es tenerlos a ellos viendo todos tus movimientos? Tenerlos a ellos esperando para que demuestres que eres cada centímetro lo que esperan que seas? – Hubo una larga pausa.
 –Es distinto. –
–No lo es. –
–Ellos no pensaron que tu  ibas a ser como ella. – Él no pretendió entender mal.
–Tú no tienes nada que ver con ella. – ¿Cómo podía |saber eso? Él se inclinó hacia delante, los codos sobre sus rodillas, sus ojos azules inquebrantables.
–Lo sé. Yo sé cómo era. Ella era indiferente. Despreocupada. Ella hizo un cornudo de su marido. Dejó a sus hijos... dos veces. Eso no eres tú.
 – Ella quería creerle.
–Ella también era escandalosa.–
Le dio un poco de enfado su risa.
–No es lo mismo en absoluto. Eres inesperada y emocionante y encantadora. Sí. Eres voluntariosa e irritante como el infierno cuando lo quieres ser, pero aún no eres un escándalo. –
 Ella había estado en Hyde Park por la mañana. Ella había estado en el balcón la noche anterior. Si Ralston sabía que ella había apostado dos semanas de pasión con el duque, tendría un ataque. Sí, era un escándalo. Su hermano, simplemente no lo sabía.
–Me caí en el lago Serpentine hoy. –
 –Sí, bueno, eso no suele ocurrirle a las mujeres en Londres. Pero no se trata tanto de un escándalo, ya que es un reto. Y si te no detienen casi consigues que te mates... – Se interrumpió, y el silencio se extendió entre ellos.
Ella era verdadero escándalo. El tipo del que las familias no se recuperan. No eres como ella. No, en absoluto. –
 –Leighton cree que lo soy. – Los ojos de Ralston se oscurecieron.
–Leighton– te comparó con nuestra madre? – Ella sacudió la cabeza.
–No con tantas palabras. Pero él piensa que soy un peligro para la reputación de los que me rodean. –
Ralston agitó una mano. –En primer lugar, Leighton es un asno, y lo ha sido desde que estaba en pantalones cortos –. Juliana no pudo evitar su risa, y Ralston sonrió al oír el sonido. –En segundo lugar, es demasiado conservador. Él siempre lo ha sido. Y en tercer lugar – le dio una sonrisa irónica
– Yo he sufrido más que mi parte justa  los golpes a mi reputación, y todavía estamos invitados a las fiestas, ¿no? –
–Tal vez todo el mundo está esperando que provocaremos una escena. – Él se acomodó en su silla.
–Es posible.
– ¿Por qué él es tan cauteloso? –
La pregunta salió antes de que pudiera detenerla, y ella inmediatamente se arrepintió. Ella no quería que Ralston detectara su interés por el duque.
No es que fuera algo más que un interés pasajero.
No, en absoluto.
Ralston no pareció darse cuenta.
–Siempre ha sido así. Desde que éramos niños. En la escuela, no podía decir una frase sin mencionar que él era el heredero de un ducado. Siempre rígido y correcto y todo sobre el título. Siempre he pensado que su comportamiento era ridículo. ¿Por qué asumir las responsabilidades de un título si no estás dispuesto a disfrutar de los beneficios? –
 Él encontró sus ojos, honestamente confundido por la idea de sentirse responsable de un título, y Juliana no pudo evitar sonreír. Su hermano tenía un libertino en su interior. A uno manso, ahora que él estaba casado, pero sin embargo, un libertino. Se hizo el silencio, y Juliana tuvo que morderse la lengua para no presionar a su hermano por más.
 –Callie quiere dar  una cena. Para darle las gracias. Públicamente. – Él pensó por un momento.
–Eso parece  sonar  lógico –
–Junto con una media docena de solteros elegibles. – Él le ofreció una mirada compasiva.
–Tu realmente no crees que puedas hacerla cambiar de idea? –
–No, supongo que no lo hará –. Hizo una pausa. –Ella cree que la proximidad al duque le ayudará a mi reputación. –
 –Es probable que tenga razón. No puedo decir que me gusta el hombre, pero sí mantiene una cierta influencia sobre la sociedad –. Uno de los lados de su boca se elevó en una media sonrisa. –Un rasgo que nunca he sido capaz de reclamar –. Se hizo el silencio, y ambos estuvieron perdidos en sus pensamientos. Finalmente, Ralston dijo,–No voy a fingir que sus opiniones no importan, Juliana. Quisiera un infierno que  no lo hicieran; por supuesto que sí. Pero te lo prometo. Tú no eres nada como ella. – Cerró los ojos en contra de sus palabras. –Quiero que lo creas. –
–Pero tu te inclinas a ti misma  a creerles. –
La mirada de ella  se amplió.
¿Cómo sabía él eso?

Una sonrisa irónica crzó por su rostro.
–Olvidas hermana. Que he estado en tu posición. He querido mostrar todo lo que yo estaba por encima de ellos, todo el tiempo por temor a que yo fuera precisamente lo que ellos pensaban. – Eso fue todo. Eso era lo que ella sentía.
 –Es diferente para ti, – dijo Juliana, y odiaba el puchero en su voz.
Él bebió un trago. –Es también ahora. –
 Porque él era el marqués.
Debido a que era Inglés.
Porque él era un hombre.
–Porque tú eres uno de ellos. –
–Muérdete la lengua – dijo. –Eso es  un insulto! – Ella no lo encontró divertido. Le resultaba exasperante. –Ah, Juliana. Es diferente para mí porque ahora sé lo que es tener a alguien que espera que yo sea más de lo que soy. Ahora sé lo que es querer ser más. –
 El significado de sus palabras se hundió en
–Callie. –
Él asintió con la cabeza.
–Yo ya no me enfoco en la satisfacción de las expectativas de la Alta Sociedad, porque estoy demasiado centrado en superar  las de Callie. –
Ella no pudo evitar sonreír.
–El marqués malvado de Ralston, libertino impenitente, abatido por el amor. –
Se encontró con su mirada, con toda seriedad.
–No estoy diciendo que debes casarte Juliana. Por el contrario, si prefieres una vida libre de matrimonio, Dios sabe que tienes suficiente dinero para vivir. Sin embargo,  debes preguntarte lo que crees que tu vida debe ser. –
Ella abrió la boca para responderle, sólo para darse cuenta de que ella no tenía respuesta. Ella nunca había pensado mucho en eso–ya que su padre había muerto y todo había cambiado. En Italia, el matrimonio y la familia no habían estado fuera de la cuestión, se supone... pero había estado tan lejos que ella en realidad nunca se había dado a pensar mucho en eso. Pero aquí, en Inglaterra...
¿Quién la querría?
Sin darse cuenta de sus pensamientos, Ralston se puso de pie, y terminó la conversación con un pensamiento final.
–Nunca pensé que lo diría, pero el amor no es tan malo como pensé que sería. En caso de que venga por ti, espero que no lo  alejaras de las manos. – Ella sacudió la cabeza.
–Espero que no vendrá a buscarme. –
Una sonrisa brilló. –He oído decir eso antes, tú sabes. Yo lo he dicho... Nick lo ha dicho... pero, se advirtió. Los St Johns no parecen ser capaces de evitarlo. –
Pero yo no soy de St. John. En realidad no lo era. Pero ella no dijo las palabras.
Le gustaba la ilusión.


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