Once escandalos para ganar el corazon de un Duke
Capítulo 6
El agua es para hervir y para limpiar pero
nunca para la diversión
Las damas refinadas deben tener cuidado de no salpicar durante su baño.
Las damas refinadas deben tener cuidado de no salpicar durante su baño.
–Un Tratado sobre la más exquisita de las damas
Se nos dice de algunos descubrimientos
interesantes en nuestro propio Serpentine
–La Hoja del Escándalo, octubre
1823
–
Simón ignoró
el espesor de su tono, por la cólera que
apenas podía contener. La jóven había estado a punto de suicidarse, y ella
pensaba que esto era todo? Era muy razonable que tuviera algún tipo de shock por el frío y el
cansancio, pero estaba más loca de lo que imaginaba, si creía que le permitiera
correr a su casa al trote, sin una sola
explicación para su irrazonable, irracional, y mortal comportamiento.
Vio la
combinación de miedo y desesperación en su mirada. Bien. Tal vez se lo pensaría
dos veces antes de repetir las acciones de hoy.
–No le vas a contar nada a Ralston, ¿verdad?–
–Por supuesto que voy a decirselo a Ralston.–
Dio un paso hacia él, cambiando al
Inglés. Ella era muy hábil
suplicando en su segunda lengua.
–¿Pero por
qué? Sólo se molestará. Innecesariamente –. La incredulidad le quitó el
aliento. –Innecesariamente? Por el contrario, señorita Fiori. Su hermano, sin
duda debe saber que necesita un acompañante que le impida comportarse con
abandono imprudente. –
Ella alzó las manos. –Yo no me estaba comportando
imprudentemente!–
Ella estaba loca.
–Oooh, ¿no? ¿Cómo lo describirías entonces? –
Se hizo el silencio, y Juliana examinó la pregunta. Ella se mordió la comisura
de su labio inferior mientras pensaba y, en contra de su voluntad, se sintió
atraído por ese movimiento. Observó la forma en que sus labios apretaban, el
borde liso con sus blancos dientes, le
preocupaba la carne de color rosa suave. El deseo se estrelló a través de él
duro y rápido, y se puso rígido al sentir
esa emoción cegadora.
Él no la quería. Ella era una loca.
Una
diosa impresionante, pero de una loca. Él se aclaró la garganta.
–Sin embargo.
–Fue todo una
conducta razonable–
Él parpadeó.
–Usted saltó desde un tronco de árbol, – hizo una pausa,
ya que la irritación le quemaba de nuevo
con esas palabras. Ella era incapaz de quitar su mirada del tronco del árbol en
cuestión.
–Parecía perfectamente resistente. –
–Usted cayó en un lago –. Oyó la furia en su voz.
–No me esperaba que fuera tan profundo! –
–No, me imagino que
usted no lo hizo.
– Ella se aferró a su defensa. –Quiero decir, que no
parecía ser como cualquier lago que he encontrado. –
–Eso es porque no es como cualquier lago que haya
encontrado. – Ella le devolvió la mirada.
–No lo es? –
–No –. Él dijo, apenas capaz de contener su irritación. –No
es un lago real. Es hecho por el hombre. – Sus ojos se abrieron.
–¿Por qué? –
¿Importaba?
–Como yo no estaba
vivo para el evento, no podría aventurar una respuesta. –
–Dejalo solo en que
los Ingléses fabricaron un lago, – dijo Carla por encima del hombro,
quien soltó una risita. –Y dejan a los italianos a caer en ella! –
–Yo estaba recuperando mi sombrero! –
–Ah... lo que lo
hace todo mucho más lógico. ¿Sabes nadar? –
–Que si sé nadar? –
le preguntó ella a su vez, y él tomó más de un poco de placer al verla
ofenderse.
–Yo me crié en las
orillas del Adige! ¿Qué resulta ser un verdadero río. –
–Impresionante, – dijo él, no del todo impresionado. –Y
digame, alguna vez nadó en dicho rio?–
–Desde luego! Pero no estaba vestida—ella movió una mano
para indicar su vestido—–con dieciséis capas de tela!–
–Porqué no?–
–Porque nadie nada
con dieciseis capas de tela!–
–No?–
–No!–
–Porqué No?– Él ya la tenía ahora.
–Porque se ahogaría!–
–Ah,– dijo él, balanceandose sobres sus talones. –Muy
bien, al menos hemos aprendido algo hoy.–
Sus ojos se estrecharon, y tenía la clara impresión de que
quería darle una patada. Bien. Saber que ella estaba furiosa le hizo sentir un
poco más estable.
Querido Dios. Ella casi se había
ahogado.
Nunca había estado
tan aterrorizado en toda su vida, como cuando venía por la cumbre –reprendiéndose
a sí mismo por permitir que esta ardiente, y emocional italiana dirigiera su
tarde, sabiendo que él debería estar en casa, viviendo su ordenada vida – y vió
el cuadro horrible a continuación: la criada, gritando en busca de
ayuda; las ondas inconfundibles en la superficie del lago, y las olas de tela
de zafiro que marcaban el lugar donde Juliana se estaba hundiendo. Había estado
seguro de que era demasiado tarde.
–Se lo dije –. Sus palabras detuvieron la dirección de sus
pensamientos. –Yo tenía toda la razón para ir allí. Si no fuera por el viento y
las ropas pesadas, yo habría estado bien. – Como para subrayar su punto de
vista, el viento se levantó entonces, y sus dientes comenzaron a castañetear.
Ella envolvió sus brazos alrededor de ella y de repente se veía tan... pequeña.
Y frágil. Lo opuesto absoluto de la forma en que pensaba en ella, brillante y
audaz e indestructible. Y en ese momento, su enojo fue totalmente dominado por
un impulso básico, primordial para envolverse alrededor de ella y abrazarla
hasta que se calentara de nuevo.
Desde luego, él no podía hacerlo.
Ellos tenían publico—y el chismorreo ya era los
suficientemente alto como para añadir mas combustible a este fuego.
Él maldijo suavemente, y el sonido se perdió en el viento
mientras se movía hacia ella, incapaz de frenarse a si mismo de cerrar la
brecha entre ellos. Él se hizo alrededor de ella de tal forma que pudiera
capturar toda la fuerza de la tormenta—protegiéndola de la ráfaga de viento
frío.
Si
solo él pudiera protegerse a si mismo de ella.
Cuando él habló, sabía que las palabras eran demasiado
duras. Sabía que iban a dolerle.
– ¿Por qué debe usted constantemente ponerme a prueba? –
–Sí me importa, ya sabe. Me importa lo que usted piense. –
–Entonces, ¿por qué? –
–Porque usted
espera que yo falle. Espera que me salga todo mal. Espera ver que sea
imprudente. Espera ver mí ruina. –
–Por qué no trabaja
en demostrar que estoy equivocado? –
–Pero, ¿no lo ve?
Estoy demostrando que está equivocado. Si opto por la imprudencia, ¿dónde está
la falla? Si la elijo por mí misma, usted no puede forzarla sobre mí. – Hubo
una larga pausa.
–Perversamente, eso tiene sentido. – Ella sonrió, pequeña
y triste.
–Si tan sólo yo en
realidad deseaba que fuera de esta manera. – Las palabras se detuvieron, y un
centenar de preguntas corrían a través de su mente antes de que ella se
estremeciera en sus brazos.
–Estás helada. –
Ella lo miró, y él se quedó sin aliento ante sus brillantes ojos azules.
–CComo es que U–usted
no? –
Él no estaba ni
siquiera cerca del frío. Él estaba en llamas. La ropa de ella estaba empapada y
en ruinas, su pelo se había soltado de sus anclajes, y ella debería haber
parecido un niño desaliñado. En cambio, ella se veía espectacular. La ropa
se moldeaba a su cuerpo bien formado,
dejando al descubierto sus exuberantes curvas, el agua sólo haciendo hincapié
en sus impresionantes características, pómulos altos, largas pestañas enmarcando unos enormes ojos
azules, piel de porcelana. Él siguió el camino de una gota de agua en la curva
de su cuello hasta el hueco de la clavícula, y tenía un intenso deseo de
saborear la gota en la lengua.
Ella estaba viva.
Y
él la deseaba.
Por suerte, ella se estremeció de nuevo antes de que
pudiera actuar por el deseo inaceptable. Tenía que llegar a su casa antes de
que ella enfermara de pulmonía. O antes de que él se volviera del todo loco. Se volvió a su doncella.
–¿Han venido en carruaje? – le preguntó en italiano
rápido.
–No, Su Gracia. –
–Será más rápido si
me llevo su señora en mi carruaje. Únase
a nosotros en Ralston House –. Apretó el codo de Juliana y comenzó a avanzar
hacia un lugar cercano.
–Usted acaba de suponer q–que ella va a seguir sus órdenes – Juliana le preguntó, su
tono de voz sugiriendo que la idea era
ridícula. Él la ignoró, en lugar de eso buscó con la mirada a la criada.
–Sí, Excelencia –.
Se dejó caer en una reverencia y se alejó rápidamente. Volvió su atención a Juliana,
que fruncía el ceño. La irritación de ella regresó un poco de su sentido común.
Y algo de su ira. Ayer por la noche y esta mañana, con su comportamiento
impulsivo había arriesgado su reputación. Esta tarde, había arriesgado su vida.
Y él no la tendría.
Caminaron varios metros en silencio antes de hablar,
–Tu podrías haber
muerto. – Ella dio un brevísimo titubeo, y él pensó que tal vez iba a pedir
disculpas de nuevo. No serían del todo injustificadas. Percibió la tensión de
sus hombros, el enderezamiento de la columna vertebral.
–Pero no lo hice –.
Ella intentó una sonrisa. No se pudo. –Doce vidas, ¿recuerda? – Las palabras
estaban llenas con el desafío–a él y a
la naturaleza, al destino en sí. Y si no estuviera tan furioso, podría haber
encontrado espacio para admirar su tenacidad de espíritu. En cambio, quería
sacudirla.
Se resistió al impulso. Apenas.
Llegaron a su carruaje, y él la levantó, temblando, en el
vehículo, luego subió a su lado.
–Voy a arruinar su asiento. –
Sus palabras, tan ridículas a la luz de todo lo que había
sucedido en los últimos minutos, le pusieron en marcha. Se detuvo en el acto de
levantar las riendas y se volvió con una mirada incrédula hacia ella. –Es una
maravilla que seas capaz de preocuparte
por mi tapicería cuando parece que te preocupan muy poco las cosas que
me importan mucho más. – Sus cejas oscuras se arquearon perfectamente.
–Por ejemplo? –
–Tales como tu
persona. – Ella estornudó, y él maldijo,–Y ahora te vas a enfermar si no
mantienes el calor, mujer tonta. – Metió la mano detrás de ellos para sacar una
manta de viaje, y se la pasó a ella. Ella la tomó y se cubrió.
–Gracias, – dijo con firmeza, antes de apartar la mirada y
poner la mirada fija al frente. Puso el carruaje en movimiento después de un
largo rato, deseando haber sido menos contundente. Más cortés. No se sentía del
todo cortés. No pensaba que fuera capaz de ser cortés. Salieron de Hyde Park
antes de que ella hablara, y apenas la escuchó sobre el sonido de los cascos
contra el empedrado.
–Usted no necesita hablarme como si yo fuera medio –ingeniosa. –
Él no pudo resistir. –Creo que te refieres a medio tonta.
–
Ella se dio la
vuelta, y él escuchó una maldición irritada italiana sobre el viento. Después
de un largo momento, ella dijo:
–Yo no tenía intención de ahogarme. – No había mal humor en su voz, y sintió una ligera
punzada de compasión por ella. Tal vez no debería ser tan duro con ella. Pero,
maldito si podía parar. –Plan o no, si yo no hubiera venido a lo largo, se
habría ahogado.
––Tu viniste.– ella lo dijo simplemente, y él record que
mientras la sacaba del agua temblando, aliviado por haberla rescatado, ella
susurró las mismas palabras. Tu viniste.
Él había intentado no hacerlo.
Había tirado su imprudente nota–la misiva arteramente
disfrazada que había engañado a todos a pensar que el marqués de Ralston había
enviado la correspondencia, la arrojó en una papelera en su estudio. Él había
fingido que no estaba allí al leer el resto de su correspondencia.
Y aún mientras discutía un puñado de asuntos pendientes
con su agente de negocios.
Y aun cuando él abrió el paquete que llegó de su madre a
menos de una hora después de que ella lo había dejado, el paquete que contenía
el zafiro Leighton, el anillo de compromiso que había sido usado por
generaciones de duquesas de Leighton.
Incluso entonces, mientras él colocaba el anillo sobre la mesa, a la vista,
ese pedazo de papel arrugado se burlaba de él, extendiéndo a Juliana por toda
su ordenada y disciplinada casa.
En todas partes la veía, veía su misiva, y él se había
preguntado qué haría ella si él no respondía. Había imaginado que ella no lo
pensaría dos veces a la hora de asumir un curso de acción más escandaloso–y
luego sus garabatos en negrita, – el negro había sido reemplazado por sus rizos
negros y audaces, y sus centelleantes ojos azules. Y hasta había estado en su alcoba...
Mandó traer su carruaje y se dirigió totalmente impulsado, demasiado veloz para un
hombre que estaba decidido a evitarla.
Y casi había llegado demasiado tarde.
Sus manos apretaron
las riendas y los caballos se movieron inquietos bajo la tensión. Se obligó a
relajarse.
–Y ¿no es una
suerte que llegué a tiempo? Casi no lo hago. Enviarme tal mensaje fue a la vez
indecente e infantil –. Él no le dio la oportunidad de responder, sus
siguientes palabras explotaron en una ola de irritación.
––Qué la poseyó
para que se sumergiese en un lago helado? –
–Yo no me sumergí, – señaló. –Me caí. Fue un error. Aunque
supongo que no sabe nada de eso. –
–De vida, no– los que ponen en peligro, por lo general,
no. –
–Bueno. No todos podemos ser tan perfectos como usted. –
Ella estaba cambiando el tema, y él no se lo iba a
permitir.
–Usted no ha respondido mi pregunta–
–Había una investigación oculta en todo ese juicio? No me
di cuenta. – Él se encontró confortado por el fuego en ella. Él la cortó de un
vistazo. –El lago. ¿Por qué estaban allí, en primer lugar? – –Se lo dije. Seguí
a mi sombrero. –
–Su sombrero. –
–Me gustaba ese sombrero. Yo no quería perderlo. –
–Tu hermano podría comprarte un sombrero nuevo. Yo te
hubiera comprado una docena si se me hubiera impedido tener... – Se detuvo.
De tener que ver que casi muere.
–Yo quería ese, – dijo, en voz baja. –Y yo lamento que me
tuviera que rescatar... o que usted tenga que reemplazar esta tapicería... o
comprar botas nuevas... o lo que sea otro problema que mi situación le haya
causado. –
–Yo no he dicho eso
–
–No, porque usted
es demasiado educado para terminar la frase, pero eso es lo que iba a decir,
¿no? Que usted me compraría una docena de sombreros si eso garantizara que tenga que mantenerme fuera de
problemas otra vez? – Ella volvió a estornudar. Y el sonido estuvo a solo
unas pulgadas.
Estuvo a punto de
parar el coche y tirar de ella hacia él y darle la paliza que se merecía por
burlarse de él... y luego por aterrorizarlo. Pero no lo hizo. En su lugar, sacó
el carro a una parada en frente de Ralston House con todo decoro, a pesar de la
ira y la frustración turbulenta en su interior.
–Y ahora que hemos llegado, – dijo, malhumorada, –ya su
molesta posición como salvador puede pasar a otro. –
Él tiró de las riendas y descendió del carro, mordiéndose
la lengua, negándose a corregir su punto de vista de esta situación, negándose
a permitirse ser tirado aún más por el torbellino de emociones que esta mujer
parecía llamar a su existencia cada vez que se acercaba. Ayer por la noche,
ella lo calificó de carente de emociones. La idea parecía totalmente risible el
día de hoy.
En el momento en que llegó a su lado del coche, ella ya se
había ayudado a bajar y se dirigía hacia la puerta. Mujer obstinada.
Ella apretó los dientes, y se volvió de nuevo desde el
escalón más alto, mirándolo a él con toda la confianza en sí misma de una reina
a pesar de estar empapada, con la ropa sucia y su pelo, deshecho a su
alrededor.
–Siento que yo lo haya molestado para lo que sólo puedo imaginar era un día perfectamente
planificado para usted. Haré mi mejor esfuerzo para evitarlo en el futuro. –
Ella pensaba que él era un
inconveniente?
Él había sido
muchas cosas que por la tarde, pero inconveniente
no era una de ellos. La palabra tibia no se acercaba a cómo se sentía.
Furioso, aterrado, y
desequilibrado por completo, sí.
Pero ni siquiera
cerca de inconveniente.
Toda la tarde tuvo ganas de pegarle a algo. Duro.
Y se imaginó que la conversación que iba a tener con su
hermano haría muy poco para combatir ese impulso. Pero sería condenado si
quería ver eso.
–Veo que usted lo hace, – le dijo él en su tono más
magistral mientras se ponía en marcha por las escaleras detrás de ella, rechazando el impulso de
dejarla allí, tirada, en su puerta, e ir tan lejos de ella como pudiera. Él
estaba dispuesto a ver su ser interior. Y sólo entonces podría irse tan lejos de ella como pudiera.
–Como le dije ayer,
no tengo tiempo para sus juegos. –
Simón estaba aquí. En la casa. Con su hermano.
El llevaba cerca de tres cuartos de hora.
Y todavía no la habían mandado llamar.
El llevaba cerca de tres cuartos de hora.
Y todavía no la habían mandado llamar.
Juliana acechaba el perímetro de la biblioteca de Ralston
House, las enaguas de la falda de amatista batían sobre sus piernas. No podía
creer que ninguno de ellos siquiera había pensado en que tal vez le gustaría
ser parte de la discusión de su aventura de esa tarde.
Con un poco de disgusto, se dirigió a la ventana de la
biblioteca, que daba a Park Lane y más allá
a la oscuridad de Hyde Park.
Por supuesto ellos
no habían llamado por ella. Eran hombres imperiosos, enfurecidos, dos de los
más molestos de los cuales no se podían encontrar en toda Europa. Un enorme
carruaje aparcado fuera de la casa, sus faroles encendidos, esperando a su
dueño. La cresta de Leighton estaba estampada en la puerta del medio de
transporte negro, con un malvado halcón – de apariencia completa con plumas en
sus garras –despojos de la batalla, sin duda. Juliana trazó el escudo en el
cristal. Qué apropiado que Leighton estuviera representado por un halcón.
Un frío, animal solitario, y brillante. Calculador
y sin pasión.
Él apenas se había preocupado de que ella había estado a
punto de morir, en vez de salvarla con
su frío cálculo y trayéndola a su casa sin un momento de pausa para lo que
podría haber sido un suceso más trágico.
Eso no era exactamente cierto.
Se había producido
un momento en el Parque durante el cual parecía él se había preocupado por su bienestar.
Sólo por un momento.
Y entonces él simplemente había parecido querer librarse
de ella. Y el problema que ella causó. Depositándola sin ceremonias en el vestíbulo de la Ralston House y
dejándola tener que enfrentar a su hermano sola. Él solo le había dicho con
toda calma,
–Dile a Ralston que volveré esta noche. Seco. –
Había regresado, por supuesto–Leighton era nada si no fiel
a su palabra y ella apostaría a que los dos hombres se estaban riendo a costa
de ella, incluso ahora en el estudio de Ralston, el consumo de brandy o whisky
o cualquier otra bebida exasperante, que
tomaran los nobles. A ella le gustaría echar un tanque de ese licor sobre sus
cabezas.
Ella miró su vestido con disgusto. Lo había elegido para
él, sabiendo que ella se veía preciosa de color morado.
Quería que él viera eso.
Quería que él se fijara en ella.
Y no por su apuesta.
Esta vez, ella había querido que lamentara las cosas que
había dicho de ella.
No tengo tiempo para sus juegos.
Había sido un juego
al comienzo– la carta, la descarada invitación – pero, una vez que había caído
en el lago, una vez que la había rescatado, cualquier juego había desaparecido
junto con su sombrero, perdidos en el fondo del lago Serpentine.
Y cuando él la había tenido en sus brazos cálidos y
fuertes y le susurró palabras suaves en italiano para ella– eso se había sentido más serio que cualquier otra
cosa que jamás hubiera sentido antes.
Pero él la había regañado, entonces, todo fresco y firme,
como si todo el episodio hubiera sido un colosal desperdicio de su tiempo y
energía.
Como
si ella fuera nada más que problemas.
Pero él la había regañado, entonces, todo fresco y firme,
como si todo el episodio hubiera sido un colosal desperdicio de su tiempo y
energía.
Como si ella fuera nada más que
problemas.
Y ella no había sentido mucho más gusto al jugar esos
juegos por más tiempo.
Por supuesto, nunca le diría eso. Para qué serviría, salvo
para poner una sonrisa de satisfacción en su rostro y darle la mano, como un
ser superior más de lo normal. Y ella no
podía soportar eso, tampoco.
En cambio, ella estaba esperando pacientemente en la
biblioteca, resistiendo la tentación de bajar corriendo al estudio de su
hermano y descubrir lo mucho que de su conducta imprudente Leighton había contado
y lo mucho que estaba en problemas.
Debajo, el cochero
se movió, saltando abajo de su asiento, y se apresuraba a abrir la puerta del
carruaje para su amo. Sabía que debía apartarse de la ventana, pero entonces
apareció Leighton, sus rizos dorados brillando brevemente en la luz antes de
desaparecer debajo de su sombrero.
Se detuvo ante la puerta abierta y ella no podía apartar
la mirada, el espionaje era una tentación irresistible. Se volvió a hablar con
el cochero, cuadrando los hombros contra el viento que arremolinaba las hojas
del parque a sus pies y azotaba su abrigo. Un hombre menos frío hubiera
mostrado algún tipo de respuesta a esa ráfaga, una violenta mueca, un respingo,
pero no el gran duque de Leighton. Ni siquiera la naturaleza podía distraerlo
de su curso.
Observó el
movimiento de sus labios mientras hablaba, y se preguntó lo que estaba
diciendo, a dónde iba. Se inclinó hacia delante, con la frente casi tocando el
cristal manchado, como si ella pudiera ser capaz de oírlo si estuviera una pulgada
más cerca.
El cochero asintió con la cabeza una vez y bajó la cabeza,
dando un paso hacia atrás para sostener la puerta.
Él
se iba.
El Duque no necesitó usar un
escalón para entrar en su gran carruaje negro, él era alto y suficientemente
fuerte sin uno, y ella miraba mientras él se impulsaba a sí mismo hacia arriba,
ella deseó, que justo por una vez, él pudiera errar su objetivo, o tropezar, o
buscar cualquier cosa que lo hiciera menos –perfecto.
Él
se detuvo y ella contuvo el aliento. Quizás la acción no era tan fácil después
de todo. Él giró su cabeza. Y miró directamente hacia ella.
Ella ahogó un grito y se apartó
de la ventana de inmediato, el calor de
la vergüenza bañándola y atravesándola por haber sido atrapada, seguida
inmediatamente por la irritación al haber sido avergonzada.
Era él quien debería estar
avergonzado, no ella.
Era
él quien la había insultado por la tarde, era él quien había venido a hablar
con su hermano esa noche y no pidió verla o hablar con ella.
Ella
podría haber caído enferma. ¿Acaso a él no le importaba su bienestar?
Al parecer, no.
Ella no le dejó espantarla.
Era su casa, después de todo. Ella tenía todo el derecho
de mirar por la ventana. El mirar a las ventanas era grosero.
Y, además, ella tenía una apuesta por ganar.
Ella respiró hondo
y volvió a su lugar. El seguía mirándo hacia ella.
Cuando ella se encontró con su mirada cálida, ámbar,
brillante a la luz de la casa, él levantó una ceja imperiosa, de oro, como para
cantar victoria en su batalla silenciosa.
La resistencia quemaba, caliente y potente. Ella no le
permitiría ganar. Ella se cruzó de brazos con firmeza sobre el pecho de una
manera totalmente inadecuada para una mujer y enarcó una ceja, con la esperanza
de darle una sorpresa, dispuesta a permanecer allí toda la noche, hasta que él
se echara atrás.
No era sorpresa la que ella encontró cuando lo miró, sin
embargo. Había algún alivio en las líneas firmes, y en el ángulo de su rostro
mientras la miraba–algo vagamente parecido al humor–antes de que él se volviera
y, con una precisión perfecta, se levantara a sí mismo en su carruaje.
Ella no vaciló mientras el cochero cerraba la puerta,
ocultando al duque de su vista.
Secretamente esperaba que él la estuviera mirando desde
detrás de las oscuras ventanas de el transporte mientras ella lanzaba una
estruendosa carcajada.
Ya sea que él lo hubiera permitido o no, ella había
ganado. Y era una sensación maravillosa.
–Juliana? ¿Puedo entrar? – Su risa se vio interrumpida
cuando su cuñada entró, con la cabeza asomando por el borde antes de que la
puerta se abriera a lo ancho.
Juliana giró hacia su visitante, dejando caer sus brazos y
cayendo rápidamente a sentarse en el banco amplio debajo de la ventana.
–Por supuesto. Yo
estaba... –
Ella Agitó una mano en el aire.
–No tiene importancia. ¿Qué es? –
Callie se acercó, con una media sonrisa en su rostro, para
unirse a Juliana.
–He venido a confirmar que te sientes bien, y veo que
estás muy recuperado de tu aventura. Estoy muy feliz de que estés a salvo, –
añadió, tomando la mano de Juliana. –Nunca pensé que lo diría, pero gracias a
Dios por el duque de Leighton. –Juliana no se perdió la sequedad en el tono de
su cuñada
– A ti no te gusta– le dijo Juliana
–El duque ¿– Callie se sentó junto a Juliana, con los ojos
entrecerrados. –No lo sé. En realidad no. – Juliana reconoció la evasión. –Pero...
? –
Callie consideró sus palabras durante un buen rato antes
de hablar.
–Voy a decir que él – y su madre, para el caso –siempre me
ha parecido arrogante, imperiosa, e
inamovible de una manera que le hace parecer indiferente. Que yo sepa,
él tiene un interés en una sola cosa: su reputación. Nunca me han importado las
personas con opiniones tan rígidas –. Hizo una pausa, y luego confesó:–No. Él
no me gustaba, hasta hoy. Ahora que él te ha rescatado, creo que voy a tener
que reevaluar mi opinión sobre el duque. –
El corazón de Juliana le latía con fuerza, mientras
consideraba las palabras de su cuñada.
Él tenía interés en una sola
cosa: su reputación.
–Creo que voy a organizar una cena, – El silencio reinó
con el pronunciamiento, hasta que Callie pinchó,–¿Quieres saber por qué estoy
organizando una cena–fiesta? –
Juliana fue sacada de sus pensamientos.
–Debes tener una razón distinta a que esto es Londres, y tenemos un comedor? –
–Vas a pagar por ello –.
Callie sonrió. –Creo que debemos agradecer al duque por tu
rescate. Y, si ampliamos la lista de invitados para incluir un puñado de
señores elegibles –
Juliana se quejó, al ver los planes de su cuñada.
–Oh, Callie, por favor... qué vergüenza. – Callie agitó
una mano.
–Tonterías. La historia es probable que ya esté
corriendo a través de Londres en estos
momentos, si queremos mitigar cualquier exageración, debemos tomar posesión de
la verdad. Además, creo que es importante para nosotros extender un poco de
gratitud por tu vida, ¿no? –
–Habrá que hacerlo delante de la mitad de Londres? –
Callie se rio. – ‘Medio Londres,’ realmente, Juliana. No será
más que una docena de ellos.–
Juliana conocía lo suficiente a Callie como para saber que
no tenía sentido discutir.
–Como un beneficio adicional, no dolerá tener al duque de
Leighton de nuestro lado, tú sabes. Su amistad solo te hará más atractiva ante
los otros hombres de la
Alta Sociedad. –
–Y si no deseo ser más atractiva ante los otros hombres de
la Alta Sociedad. ?–
Callie sonrió. –Estás diciendo que deseas atraer al Duque?–
Era un malentendido deliberado, Juliana lo sabía. Pero no
obstante, ella sintió el rubor en las mejillas. Con la esperanza de escapar a
la atención, dio a su cuñada una mirada de largo sufrimiento.
–No. –
Callie tomó una respiración profunda. –Juliana, no es como
si estuviéramos pensando en obligarte al matrimonio, pero no estaría de más que
pudieras conocer a un hombre o dos. Alguien
que te guste. Compañía con que puedas divertirte. –
–Lo has estado intentando durante meses. En vano. –
–En algún momento,
te encontrarás con alguien por quien te sientas atraída. –
–Tal vez. Pero es probable que no esté atraído por mí. –
Él es probable que me encuentre molesta. –Por supuesto que se sentirán atraídos
por ti. Eres hermosa y divertida y maravillosa. Estoy invitando a Benedicto
también. – El conde de Allendale era el hermano mayor de Callie. Juliana se
permitió mostrar su sorpresa.
–¿Por qué dices eso de tal manera? –
La sonrisa de Callie era demasiado brillante.
–No hay ninguna razón. ¿No te gusta? –
–Yo... – La mirada de Juliana se estrecho. –Callie, por
favor, no hagas de casamentera. Yo no soy correcta para los hombres como
Benedicto. O cualquiera de los otros tampoco. –
–No soy casamentera
– La protesta fue fuerte. Y falsa. –Yo simplemente pensé que te gustaría una
cara familiar. O dos. –
–Supongo que no
sería tan malo. – Callie se volvió preocupada.
–Juliana, ¿alguien ha sido grosero contigo? – Ella sacudió
la cabeza.
–No. Todos son extraordinariamente corteses. Muy gentiles.
Impecablemente británicos. Pero también dejan más que claro que no soy... lo
que buscan. En una acompañante. –
–En una mujer, – Callie corrigió rápidamente. –Una
acompañante es una cosa totalmente diferente. –
Acompañante era probablemente el papel preciso que todos
los de Londres–salvo su familia–estaba esperando que ella asumiera. La
consideraban demasiado escandalosa para ser una esposa. Y a Juliana no le gustaba la palabra, de todos
modos. Ella sacudió la cabeza.
–Callie, lo he
dicho desde el principio... desde el día que llegué aquí, a Inglaterra... el
matrimonio no es para mí. –
Y no lo era.
–Tonterías, – dijo Callie, desechando la idea. –¿Por qué
piensas tal cosa? –
Debido a que la hija de la
marquesa de Ralston no es precisamente la esposa con quien todo hombre sueña.
Por supuesto, no podía decir eso. Ella se salvó de tener
que responder por la apertura de la puerta de la biblioteca. Ralston entró, con
los ojos a la búsqueda sobre el asiento de la ventana, y Juliana vio como bebía
a su esposa, sus rasgos se ablandaron, por
el amor claro.
Ella no negaba que debía ser maravilloso tener tal cosa.
Pero ella simplemente no gastaría su tiempo deseándolo.
Ralston se acercó, tomando la mano de Callie en la suya
levantando los dedos a los labios para un beso breve.
–He estado buscándote –. Se volvió a Juliana. –A las dos. – Callie miró a Ralston.
–Dile a tu hermana que es hermosa. – Pareció sorprendido. –Por
supuesto que es hermosa. Si sólo fuera un poco más alta, sería perfecta. –
Ella se rio de la broma débilmente. Era más alta que la
mitad de los hombres en Londres.
–Una queja común. –
–Gabriel, lo digo
en serio, – Callie no iba a dejar que entre hermanos se ayudaran.
–Ella piensa que no puede conseguir un marido. – Las cejas
de su hermano se juntaron.
–Por qué no? – le
preguntó a su esposa.
–No lo sé! Debido a la obstinación que corre en tu sangre?
–
Él fingió considerarlo en estado frustrado.
–Es posible. No
estoy seguro de que podría conseguir un marido tampoco. – Juliana sonrió.
–Es porque tu eres demasiado alto. –
Uno de los lados de su boca se torció hacia arriba.
–Es muy probable. – Callie dio un pequeño sonido agravado.
–Eres tan imposible! Tengo una cena para supervisar. Tu – señaló con un dedo a
su marido, a continuación indicó a Juliana – hazla entrar en razón. – Cuando la
puerta se cerró detrás de Callie, Ralston se volvió a Juliana.
–Por favor no me
hagas hablar de ello. –
Él asintió con la
cabeza.
–Te das cuenta de que ella va a ser implacable al
respecto?. Vas a tener que idear una excelente razón por la cual no quieres
casarte, o va a estar teniendo esta conversación por el resto de tu vida. –
–Tengo una buena
razón. –
Sin duda, eso es lo que crees. –
Ella frunció el ceño ante la insinuación de que ella en
realidad no tenía una buena razón para no casarse.
–Estarás feliz de saber que he decidido no encerrarte en
el ático para el resto de tus días para guardaros de más aventuras, – dijo,
cambiando de tema. –Pero tú no estás muy lejos de ese destino. Debes tener
mas cuidado, Juliana –. Su hoyuelo
brilló. –Me parece que me gusta bastante tener una hermana. – Sus palabras la calentaron.
A ella le gustaba mucho tener un hermano.
–No quiero crear problemas. – Él arqueó una ceja. –No todo
el tiempo. No esta tarde –. Excepto que ella había tenido intención de causar
problemas. Simplemente no la clase de cosas que
él necesitaba saber.
–No del tipo que termina en el fondo de un lago, – ella
corrigió. Él se trasladó a un aparador y se sirvió un whisky y se sentó junto a
la chimenea indicando que debería reunirse con él. Cuando ella tomó la silla
frente a él, dijo:–No, tú te refieres a realizar el tipo de problemas que
termina con hacer caer hasta la mitad de
la sociedad londinense. – Ella abrió la boca para refutar el punto, y él
continuó. –No sirve de nada en decirme lo contrario, Juliana. ¿Crees que es
sólo el pelo oscuro y los ojos azules lo que nos hace hermanos? ¿Crees que no
sé lo que es tenerlos a ellos viendo todos tus movimientos? Tenerlos a ellos
esperando para que demuestres que eres cada centímetro lo que esperan que seas?
– Hubo una larga pausa.
–Es distinto. –
–No lo es. –
–Ellos no pensaron que tu
ibas a ser como ella. – Él no pretendió entender mal.
–Tú no tienes nada que ver con ella. – ¿Cómo podía |saber
eso? Él se inclinó hacia delante, los codos sobre sus rodillas, sus ojos azules
inquebrantables.
–Lo sé. Yo sé cómo era. Ella era indiferente.
Despreocupada. Ella hizo un cornudo de su marido. Dejó a sus hijos... dos
veces. Eso no eres tú.
– Ella quería creerle.
–Ella también era escandalosa.–
Le dio un poco de enfado su risa.
–No es lo mismo en absoluto. Eres inesperada y emocionante
y encantadora. Sí. Eres voluntariosa e irritante como el infierno cuando lo
quieres ser, pero aún no eres un escándalo. –
Ella había estado
en Hyde Park por la mañana. Ella había estado en el balcón la noche anterior.
Si Ralston sabía que ella había apostado dos semanas de pasión con el duque,
tendría un ataque. Sí, era un escándalo. Su hermano, simplemente no lo sabía.
–Me caí en el lago Serpentine hoy. –
–Sí, bueno, eso no
suele ocurrirle a las mujeres en Londres. Pero no se trata tanto de un
escándalo, ya que es un reto. Y si te no detienen casi consigues que te mates...
– Se interrumpió, y el silencio se extendió entre ellos.
–Ella era
verdadero escándalo. El tipo del que las familias no se recuperan. No eres como
ella. No, en absoluto. –
–Leighton cree que
lo soy. – Los ojos de Ralston se oscurecieron.
–Leighton– te comparó con nuestra madre? – Ella sacudió la
cabeza.
–No con tantas palabras. Pero él piensa que soy un peligro
para la reputación de los que me rodean. –
Ralston agitó una mano. –En primer lugar, Leighton es un
asno, y lo ha sido desde que estaba en pantalones cortos –. Juliana no pudo
evitar su risa, y Ralston sonrió al oír el sonido. –En segundo lugar, es
demasiado conservador. Él siempre lo ha sido. Y en tercer lugar – le dio una
sonrisa irónica
– Yo he sufrido más que mi parte justa los golpes a mi reputación, y todavía estamos
invitados a las fiestas, ¿no? –
–Tal vez todo el mundo está esperando que provocaremos una
escena. – Él se acomodó en su silla.
–Es posible.
– ¿Por qué él es tan cauteloso? –
La pregunta salió antes de que pudiera detenerla, y ella
inmediatamente se arrepintió. Ella no quería que Ralston detectara su interés
por el duque.
No es que fuera algo más que un
interés pasajero.
No, en absoluto.
Ralston no pareció darse cuenta.
–Siempre ha sido así. Desde que éramos niños. En la
escuela, no podía decir una frase sin mencionar que él era el heredero de un
ducado. Siempre rígido y correcto y todo sobre el título. Siempre he pensado
que su comportamiento era ridículo. ¿Por qué asumir las responsabilidades de un
título si no estás dispuesto a disfrutar de los beneficios? –
Él encontró sus
ojos, honestamente confundido por la idea de sentirse responsable de un título,
y Juliana no pudo evitar sonreír. Su hermano tenía un libertino en su interior.
A uno manso, ahora que él estaba casado, pero sin embargo, un libertino. Se
hizo el silencio, y Juliana tuvo que morderse la lengua para no presionar a su
hermano por más.
–Callie quiere
dar una cena. Para darle las gracias.
Públicamente. – Él pensó por un momento.
–Eso parece
sonar lógico –
–Junto con una media docena de solteros elegibles. – Él le
ofreció una mirada compasiva.
–Tu realmente no crees que puedas hacerla cambiar de idea?
–
–No, supongo que no lo hará –. Hizo una pausa. –Ella cree
que la proximidad al duque le ayudará a mi reputación. –
–Es probable que
tenga razón. No puedo decir que me gusta el hombre, pero sí mantiene una cierta
influencia sobre la sociedad –. Uno de los lados de su boca se elevó en una
media sonrisa. –Un rasgo que nunca he sido capaz de reclamar –. Se hizo el
silencio, y ambos estuvieron perdidos en sus pensamientos. Finalmente, Ralston
dijo,–No voy a fingir que sus opiniones no importan, Juliana. Quisiera un
infierno que no lo hicieran; por
supuesto que sí. Pero te lo prometo. Tú no eres nada como ella. – Cerró los
ojos en contra de sus palabras. –Quiero que lo creas. –
–Pero tu te inclinas a ti misma a creerles. –
La mirada de ella
se amplió.
¿Cómo sabía él eso?
Una sonrisa irónica crzó por su rostro.
–Olvidas hermana. Que he estado en tu posición. He querido
mostrar todo lo que yo estaba por encima de ellos, todo el tiempo por temor a
que yo fuera precisamente lo que ellos pensaban. – Eso fue todo. Eso era lo que
ella sentía.
–Es diferente para
ti, – dijo Juliana, y odiaba el puchero en su voz.
Él bebió un trago. –Es también ahora. –
Porque él era el marqués.
Debido a que era Inglés.
Porque él era un hombre.
–Porque tú eres uno de ellos. –
–Muérdete la lengua – dijo. –Eso es un insulto! – Ella no lo encontró divertido.
Le resultaba exasperante. –Ah, Juliana. Es diferente para mí porque ahora sé lo
que es tener a alguien que espera que yo sea más de lo que soy. Ahora sé lo que
es querer ser más. –
El significado de
sus palabras se hundió en
–Callie. –
Él asintió con la cabeza.
–Yo ya no me enfoco en la satisfacción de las expectativas
de la Alta Sociedad ,
porque estoy demasiado centrado en superar
las de Callie. –
Ella no pudo evitar sonreír.
–El marqués malvado de Ralston, libertino impenitente,
abatido por el amor. –
Se encontró con su mirada, con toda seriedad.
–No estoy diciendo que debes casarte Juliana. Por el
contrario, si prefieres una vida libre de matrimonio, Dios sabe que tienes
suficiente dinero para vivir. Sin embargo,
debes preguntarte lo que crees que tu vida debe ser. –
Ella abrió la boca para responderle, sólo para darse
cuenta de que ella no tenía respuesta. Ella nunca había pensado mucho en eso–ya
que su padre había muerto y todo había cambiado. En Italia, el matrimonio y la
familia no habían estado fuera de la cuestión, se supone... pero había estado
tan lejos que ella en realidad nunca se había dado a pensar mucho en eso. Pero
aquí, en Inglaterra...
¿Quién la querría?
Sin darse cuenta de sus pensamientos, Ralston se puso de
pie, y terminó la conversación con un pensamiento final.
–Nunca pensé que lo diría, pero el amor no es tan malo
como pensé que sería. En caso de que venga por ti, espero que no lo alejaras de las manos. – Ella sacudió la
cabeza.
–Espero que no vendrá a buscarme. –
Una sonrisa brilló. –He oído decir eso antes, tú sabes. Yo
lo he dicho... Nick lo ha dicho... pero, se advirtió. Los St Johns no parecen
ser capaces de evitarlo. –
Pero yo no soy de St. John. En realidad no lo era.
Pero ella no dijo las palabras.
Le gustaba la ilusión.
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