Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un
Duke
Capitulo 7
La
diversión se expresa con sonrisas delicadas.
La
risa es demasiado fuerte para una dama elegante.
–Un
Tratado sobre la más exquisita de las damas
La
vieja pregunta es contestada: En la batalla, el mármol de oro triunfa.
–La Hoja
del Escándalo, octubre 1823
–
Juliana miró por encima del borde del palco del Duque de
Rivington en el Royale Theatre, teniendo en cuenta la masa de seda y el satén
de abajo. La mitad de la alta sociedad parecía estar asistiendo a esta
presentación especial de La Dama
de Livorno, y la otra mitad sin puesto sin duda por que no pudo conseguir un
boleto.
–Mi palabra–, dijo
Mariana, uniéndose a ella para ver el cuadro que se extendía ante ellas –pensaba
que estarían para el otoño en sus casas
de campo y viajes de caza!–
–Sí, bueno, alguien
olvidó decírselo a la sociedad de Londres de este año.–
–Esto es lo que sucede cuando el Parlamento se reúne en
sesiones extraordinarias. Todos se vuelven locos en el aire otoñal. Es eso
trigo en el pelo de Lady Davis? –Levantado Mariana sus gemelos, inspeccionó el
tocado desafortunado con un movimiento de su cabeza antes de inspeccionar el
resto de los palcos en el teatro antes que la función se iniciara y se viera
obligada a fingir que no le importaba el público tanto como para la compañía de
actores. –Ah. Densmore está aquí con una mujer que nunca he visto antes. Uno
podría asumir que ella es una ligera de cascos –.
–Mari– Ella no habría estado en Londres por mucho
tiempo, pero incluso Juliana sabía que la discusión de las cortesanas no era
una conversación adecuada para el teatro. Mariana miró hacia arriba, en un
abrir y cerrar de ojos.
–Bueno, es verdad!–
–Que es cierto?– El
duque de Rivington había hecho su camino a través de la multitud de visitantes
en busca de un momento del tiempo de su esposa y pasó el dorso de un dedo por
el brazo de su esposa. Juliana sintió una punzada de envidia por el cariño
distraído, apenas advertido por el esposo o la esposa, y la ignoró. Mariana se
volvió hacia su Duque con una sonrisa brillante, feliz.
–Sólo estaba diciendo que Densmore debe estar aquí con
una dama de la noche. Nunca la he visto antes.
Mariana miró por encima del hombro de Rivington a la pareja en
cuestión, un par un poco serio, cada uno con los labios apretados y la
mandíbula desafortunada. Poniendo los ojos en blanco, le entregó sus gemelos a
Juliana.
–Mira qué más puedes descubrir
mientras estoy fuera. Espero un informe completo cuando regrese. – Ella se
había ido a continuación, a través de una multitud de personas, para cumplir
con su deber como esposa de uno de los hombres más respetados en el reino.
Juliana observó atónita cómo su amiga se
acercó a la baronesa y ella y la mujer participaron en la conversación. En
cuestión de segundos, Lady Allen estaba sonriendo a Mariana, obviamente
satisfecha con su compañía.
Por mucho que la gente hablara sobre
el matrimonio de Mariana como la más rara de las cosas, el amor de ambos
partidos era innegable y la relación era tanto una asociación política
brillante como un gran romance. Mariana era la mejor de las esposas ducales,
que su duque resultara estar loco por ella fue una feliz coincidencia.
El amor duradero no era algo con lo
que Juliana estaba familiarizada. Ella era el producto de un encuentro creado a
partir de un encaprichamiento fugaz. Su madre había hechizado a su padre, por
lo que Juliana sabía, y los había abandonado a ambos cuando ella se cansó de la
vida doméstica.
El padre de Juliana no se había vuelto a casar, a pesar de que había
tenido varias oportunidades de hacerlo, ella siempre había pensado que había
tomado la decisión más sensata. Después de todo, ¿por qué correr el riesgo de
volver a amar cuando la historia sugiere que tal comportamiento acabaría solo
en dolor, la ira y la pérdida?
En los últimos meses, ella había
podido ver que el amor no era un mito—Ella estaba muy feliz por que sus medio
hermanos lo hubieran encontrado.
El amor de Gabriel y Callie floreció cuando Juliana
llegó a Inglaterra, y había observado como se resistieron a este, inútilmente.
Cuando habían sucumbido a la emoción,
todo Londres se había sorprendido, y Juliana sólo tenía la esperanza de que su
amor no acabara en la tristeza.
En cuestión de meses, Nick había
encontrado a su Isabel, y fue imposible negar su devoción el uno al otro. Pero
el amor comenzaba de esta manera, fogoso, apasionado y devoto. ¿Qué sucedía
cuando el fuego se desvanecía y la devoción se convertía en aburrimiento? Ella
vio como Callie se estiraba para susurrarle algo al oído de Ralston en el lado
opuesto del palco. Su hermano sonrió, algo que rara vez hacía cuando Juliana
había llegado en la pasada primavera – puso su
mano en la parte baja de la espalda de su esposa y se inclinó para
responder. Por el leve color rosa que se extendió por las mejillas de Callie,
Juliana imaginó que las palabras de su hermano no fueron del todo aptas para el
teatro.
Algo en lo profundo de Juliana giró
en espiral... algo que ella podía identificar como envidia si ella pasaba
demasiado tiempo considerándolo. Pero sabía que no debía sentir envidia de su
amor. El amor era una emoción vaga y efímera que, dentro de meses y años, si
uno tiene suerte– finalmente se desvanecería.
¿Y luego qué?
No, Juliana no quería amor.
Pero la pasión... del tipo que hacía
a su hermano decir cosas malvadas a su esposa en el teatro... eso era otra cosa
completamente distinta.
A Ella no le importaría tener eso.
Pensó de nuevo en la mañana, dos días
atrás, al momento en Hyde Park cuando el duque de Leighton había saltado de su
caballo, con los ojos brillantes de ira y frustración, y la besó.
A fondo.
Con pasión.
Y él le hacía desear, maldito fuera.
Ella quería más de aquello de lo que él le había dado a probar.
Deseo.
Lujuria.
Sensualidad.
Incluso el conflicto era convincente.
Pero no él. Se negaba a quererlo. Ella levantó los prismáticos y examinó el
teatro, en busca de algo que sirviera para reorientar su atención. A varios
palcos de distancia, el vizconde Densmore parecía estar mirando de reojo por el
alarmante escotado corpiño de su acompañante–le parecía que Mari estaba en lo
cierto acerca de ella.
Unos metros más allá, Lady Davis y la Señora Sparrow estaban en riesgo de caerse de su palco, ya
que estiraban el cuello hacia un punto lejano antes de acurrucarse detrás de
sus abanicos ondeándolos, en la posición universal para una conversación
escandalosa. Mientras que Juliana no tenía amor por cualquiera de esas mujeres
horribles, tuvo que admitir que eran chismes de expertas.
Siguiendo su línea de visión, ella
esperaba una bienvenida distracción. Cuando llegó a la razón de sus susurros
frenéticos. Allí, en el cuadro de enfrente, se encontraba el duque de Leighton
y la uva, en una conversación privada
y tranquila. A la vista de medio
Londres. Varios metros de distancia de la perfecta pareja mas allá,
completando el retrato de felicidad aristocrática –estaba la duquesa de
Leighton y una dama gordita y un caballero corpulento que Juliana sólo podía
imaginar eran los padres de la uva. Lady Penelope.
Era major que ella empezara a pensar
en ella como Lady Penelope.
Porqué? Lo suficientemente pronto,
ella sería la Duquesa
de Leighton.
Ella ignoró la ola de disgusto que
fluía a través de ella ante tal pensamiento.
Que le importaba a ella con quién se casara él?
Ella no debía mirar.
Porqué le importaba que él seleccionara a alguien que
era todo lo que Juliana no era?
La perfección a punto, absolutamente
sin ningún problema, ni siquiera un poco escandalosa?
Ella no debía mirar.
¿No? Entonces ¿por qué no bajaba los
gemelos?
Podía dejar los anteojos en cualquier
momento que ella quisiera.
Le provocaba aplastar los gemelos.
Él levantó la vista y la miró
fijamente a los ojos. Si hubieran estallado en llamas, ella no podría haber
bajado los gemelos más rápidamente. O con más descuido. Los prismáticos
golpearon la balaustrada de mármol con un chasquido malvado y el ocular de oro
cayó al piso alfombrado. Todo se quedó
terriblemente silencioso de pronto en el palco, mientras los visitantes
y familiares reunidos se volvían ante el sonido, encontrando a Juliana
boquiabierta, mirando el largo mango de esmalte que permanecía en su mano.
Una enorme ola de vergüenza corría
por ella, y Juliana tomó la primera vía de escape que tuvo, cayendo de rodillas
en el piso del palco a la vez demasiado oscuro y totalmente no–lo
suficientemente oscuro para recuperar los cristales que... el diablo se los
lleve... debían haber rebotado en una silla, porque no estaban por ningún lado.
Buscando a ciegas debajo de las
sillas, le tomó un momento para darse cuenta de que arrastrándose en el piso
del Duque de Rivington en el palco del teatro, acababa de quedar en una mala situación mucho, mucho peor.
Las damas Sparrow y Davis estaban muy
probablemente observándola ahora, esperando a ver cómo iba a salir de esta
mortificante situación.
Y ella ni siquiera debía pensar en
él.
Ciertamente, él lo había visto todo.
Y ella lo imaginaba levantando una ceja dorada
imperiosa, en su dirección como si fuera a decir: ¡Gracias a Dios es Ralston quien debe hacer frente a usted y no yo.
Maldijo en voz baja, al decidir que esta
situación particular no podía ser agravada con
unas palabras en italiano. Sus dedos rozaron algo fresco y suave, y ella
cogió los cristales caídos. Ella levantó la cabeza, para encontrarse a sí misma
mirando a las espinillas del hermano de Callie, el conde de Allendale.
Un caballero del más alto calibre,
Benedicto estaba casi con toda seguridad allí para ayudarla a levantarse. Ella
no estaba lista. Él pareció darse cuenta de eso, y en lugar de eso se agachó a su lado.
–Voy a pretender ayudar en la
búsqueda hasta que esté lista para enfrentarlos – susurró, y la diversión en su
tono alegre contribuyó a estabilizar su pulso. Ella miró a los ojos color
marrón claro, iguales a los de Callie, e igualó su susurro con el suyo.
–¿Crees que yo podría quedarme aquí,
mylord? –
–Por cuánto tiempo? –
–Para siempre es demasiado largo, ¿verdad? –
Él fingió examinar la cuestión.
–Bueno, como un caballero, yo estaría
obligado a permanecer a su lado... y yo estaba esperando ver la función, – se
burló él. Al sonreír, le ofreció una mano y algunos consejos de tranquilidad.
–Sigue sonriendo. Si ven que sientes
vergüenza, te odiarán por eso. –
Con una respiración profunda, ella le permitió
levantarla sobre sus pies. Podía sentir cientos de ojos sobre ella, pero se
negó a mirarlos. Se negó a comprobar para ver si un conjunto de aquellos ojos
pertenecían al duque arrogante frente a ellos.
A través de una sonrisa forzada,
dijo,–he causado una escena, ¿no?
–Uno de los lados de la boca de lord
Allendale se elevó con diversión.
–Sí. Pero es un teatro. Así que puede
consolarse con el hecho de que usted no es la primera en hacerlo aquí. –
–La primera en hacerlo desde tan
lejos por encima del set, sin embargo. – Él se inclinó muy cerca, como si fuera a compartir un secreto.
–Tonterías. Una vez vi a una
vizcondesa perder la peluca porque estaba demasiado inclinada sobre el borde –.
Hizo un simulacro de temblor. –Espantoso. –
Ella se rio, el sonido la divirtió a partes
iguales y la alivió. Benedicto era guapo y encantador, y por lo tanto más
amable que–
Que nadie.
–Primero el Serpentine y ahora esto. –
–Eres una aventurera, al parecer, –
se burló él. –Por lo menos en este caso, no estás en peligro. –
–En serio? ¿Por qué se siente mucho más
aterrador? – Benedicto le sonrió.
–¿Te gustaría hacerles una reverencia
por tu actuación? – Sus ojos se abrieron.
–Yo no podría! –
–No? –
–Sería –
–Sería una noche mucho más interesante, es
cierto. –
Y Leighton la odiaría.
El pensamiento trajo una sonrisa a su
cara. Una real. Ella sacudió la cabeza.
–Creo que he causado bastantes
problemas por una noche, – le dijo al conde, volviéndose hacia el resto del
palco. Ella alzó las gafas triunfante, como anunciando,–las encontré! –
Mariana se echó a reír, aplaudiendo dos veces
en una señal de que se entretenía a fondo. La sonrisa de Ralston indicó que su
irritación por su escena era vencida por su orgullo en que ella no iba a encogerse
de miedo ante el resto de la alta sociedad. Su hermano nunca se había
preocupado mucho por la sociedad, y Juliana tenía que estar agradecida por eso.
En cuanto a los visitantes del palco, ellos parecían tratando de recordar la
etiqueta adecuada para el momento en que la hermana de un marqués reapareciera
después de pasar demasiado tiempo gateando en el piso de un palco de un teatro.
No es que Juliana creyera que había
una cantidad adecuada de tiempo para estar en el piso de un palco de un cuando las luces comenzaron a apagarse, y era
hora de que la obra real diera comienzo.
Gracias a Dios.
Juliana muy pronto estuvo sentada al
final de la primera fila de asientos, al lado de Mariana, que no tenía ninguna
duda regresó al lado de ella para protegerla de la vergüenza adicional. Las
luces se encendieron en el escenario, y comenzó la obra.
Era imposible para Juliana centrarse en la
escena.
Era una farsa, y una muy buena si la
risa de la audiencia fuera una indicación, pero ella estaba luchando con los
nervios residuales, un impulso persistente de huir del teatro, y un deseo
insoportable de ver al duque del palco de Leighton.
Un deseo insoportable que, al final
de la primera escena, resultó irresistible.
Ella echó una mirada desde el rabillo
del ojo y lo vio. Mirando la obra con ávido interés. Sus dedos se cerraron
alrededor de los binoculares de oro en sus manos delicadas, recordándole su existencia.
Por la facilidad con que ella podría verlo con
claridad. Era totalmente razonable que ella verificara el estado del componente
más importante del teatro –los gemelos,
razonó. Mientras que si el mango se rompiera, sin duda sería una tragedia si
los propios lentes fueran arruinados también. Ningún amigo–a mitad de camino
podría remplazarlos si se habían roto. Por supuesto que pondría a prueba las
gafas. Se debían probar las gafas.
Era de esperar por completo.
Ella levantó el ocular y miró por el
escenario. Con los no agrietados lentes –Juliana pudo ver el raso escarlata
brillante de la actriz principal, casi podía distinguir las líneas individuales
del espeso bigote negro que llevaba el actor principal.
Perfecto funcionamiento.
Pero no había ninguna garantía de que
los lentes no se hubieran roto en alguna otra forma. Tal vez fueron afectados
ahora por la luz?
También era posible. Ella haría bien
en averiguar. En nombre de la amistad.
Giró las gafas con tanta naturalidad
como era posible en un amplio arco desde el escenario, deteniéndose sólo cuando
se encontró con sus brillantes rizos dorados. Algo en el escenario hizo reír al
público. Él no se rio... ni siquiera sonreía, hasta que la uva se volvió hacia él, como para comprobar que se estaba
divirtiendo. Juliana observó mientras él con una sonrisa forzada, se acercaba a
ella para hablar en voz baja a su oído.
La sonrisa de ella se hizo más amplia, más natural, y de repente no parecía tan
forma de uva.
Ella le pareció muy bonita.
Juliana se sintió mal.
–¿Ves algo de interés? – Ella respiró
hondo, casi dejando caer las gafas a la pregunta en voz baja. Se volvió a
encontrarse con la mirada de Mariana.
–Yo–yo sólo estaba probando los
gemelos de teatro. Quería estar segura de que ellos estaban en condiciones de
trabajar. –
–Ah –. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de su
amiga. –Porque yo habría jurado que estabas
mirando al duque de Leighton. –
–Porqué habría yo de hacer eso?–
Juliana dijo, y la cuestión salió en un tono casi inhumano. Metió los vidrios
rotos en el regazo de Mariana.
–Aquí. Funcionan. – Mariana levantó
las gafas, sin hacer absolutamente ningún intento de ocultar que estaba
buscando al duque de Leighton.
–Me pregunto por qué él está con
Penélope Marbury? –
–Va a casarse con ella, – Juliana se quejó.
Mariana dio una rápida mirada de sorpresa a Juliana.
–En serio?. Bueno. Ella ha hecho la pesca de
toda la vida. –
El bacalao servido en el almuerzo debió caerle mal. Era la única
razón por la que sentiría tantas...
náuseas.
Mariana volvió a su inspección.
–Callie me dijo que has tenido varios
encontronazos con él. – Juliana negó con la cabeza, y le susurró:
–No sé lo que ella estará diciendo.
Nosotros no hemos congeniado en absoluto. Hubo un incidente a caballo, pero yo
no creía que Callie sabía... – Dejó de hablar mientras ella observó que Mariana
había bajado las gafas y la miraba en estado de shock.
–Creo que he entendido mal. – Mariana se
recuperó y le dijo con una sonrisa triunfal. –En realidad lo has hecho. ¿Cómo
me encanta que todavía no hayas dominado los giros de las frases en inglés! – Juliana tomó la mano de su amiga.
–Mari! No debes repetirlo! –
–Oh, no lo haré. Con una condición. –
Juliana miró al techo pidiendo
salvación.
–Qué? –
–Tienes que contarme todo! "caballo incidente" suena tan
escandaloso! – Juliana no respondió, en lugar de eso giró decididamente hacia
el escenario. Trató de prestar atención a la acción en el escenario, pero la
historia de dos amantes tratando de evitar el descubrimiento de su relación
clandestina, era algo demasiado familiar. Ella se encontraba en medio de su
propia farsa... anteojos rotos en la ópera y reuniones escandalosas y todo, y
ella acababa de ser descubierta. Y no le hizo gracia.
–Él está mirándote, – susurró
Mariana.
–No me está mirando, – respondió ella por
fuera de la comisura de su boca. Pero no pudo evitar volver la cabeza. Él no
estaba mirándola.
–Te estaba mirando.–
–Bueno, Yo no lo estoy mirando a él.–
Y ella no lo hizo más.
No miró durante todo el primer acto,
mientras los amantes se estrellaban dentro y fuera de las puertas y el público
aullaba de risa, no mientras el telón cayó sobre ellos en un abrazo apasionado,
a la vista de su marido y su hermana... que por alguna razón les importaba muy
poco las faldas que su hermano estaba
persiguiendo.
Ella no miró mientras las velas eran
encendidas en torno al teatro, lanzando la sociedad de Londres de nuevo a la
vista, y no mientras el flujo de visitantes al palco de Rivington comenzó a llegar una vez más, y tuvo la oportunidad de mirar
sin control.
No miró, mientras el conde de Allendale la
entretenía durante el intermedio, ni cuando Mariana sugirió que fueran al salón
de las damas a repararse a sí mismas–un ardid velado para conseguir que Juliana
hablara–, ni después de que ella declaró que no, ella no tenía razón para
asistir al salón, y Mariana se vio obligada a ir sola.
Ella no miró hasta que las luces se
habían desvanecido una vez más y el público se acomodaba en el segundo acto.
Y luego deseó no haberlo hecho.
Porque él estaba guiando a la uva en su asiento, su mano grande
persistente a su lado, se deslizaba por su brazo mientras tomaba el asiento a
su lado. Y descubrió que no podía apartar la mirada. La caricia fue rápida,
aunque le pareció a Juliana que se extendía interminablemente–y Lady Penélope,
impasible, volvió al escenario inmediatamente absorta en el siguiente acto.
El duque, sin embargo, miró a
Juliana, satisfacer plenamente su mirada. La distancia y las luces tenues que
la habían convertido en algo incierto, pero, no... él estaba mirándola. No
había otra explicación para el estremecimiento de conciencia que se disparó por
su espalda. Él sabía que ella había visto la caricia.
Quería que ella la viera.
Y de repente no había suficiente aire
en el palco.
Ella se levantó abruptamente,
llamando la atención de Ralston mientras se encaminaba a la salida. Ella se
inclinó un poco para hablarle bajito en su oído. –Tengo un poco de dolor de
cabeza. Saldré al pasillo a buscar algo de aire.–
Él la escrutó con la Mirada – Deseas regresar a
Casa?–
–No no... Estaré bien. Solo saldré
fuera del palco. – Ella sonrió débilmente. –Regresaré antes de que pienses que
he desaparecido.–
Ralston dudó, debatiéndose si debería
permitirle salir. –No te alejes. No deseo que vagues a través del teatro.–
Ella asintió con la cabeza. –Desde
luego que no.–
Él detuvo su movimiento con una mano
firme en la muñeca.
–Lo digo en serio, hermana. Soy muy consciente
de los problemas que puedes encontrar en un teatro durante una actuación. –
Ella levantó una ceja en un gesto que compartían.
–Espero con interés escuchar más
sobre esto pronto. – Sus dientes blancos brillaron en la oscuridad. –Tendrás
que preguntar a Callie. – Ella sonrió. –Puedes estar seguro de que lo haré. –
Y entonces ella estaba en el pasillo,
que estaba vacío excepto por un puñado de lacayos y ella pudo respirar una vez
más. Había una brisa fresca que soplaba a través del corredor, y se dirigió
instintivamente hacia su fuente, una gran ventana en la parte de atrás del
teatro, donde el pasillo terminaba abruptamente por encima de lo que debió ser
el escenario. La ventana había quedado abierta a la noche de octubre, había una
silla debajo de ella, como esperando su llegada. Estaba probablemente demasiado
lejos del palco para el gusto de Ralston, pero era un lugar perfectamente
público, no obstante.
Ella estaba sentada, apoyada en el
alféizar y mirando hacia los tejados de Londres. La luz de las velas
parpadeaban en las ventanas de los edificios de abajo, y ella sólo podía ver a
una joven cosiendo varios pisos abajo. Juliana se preguntaba, fugazmente, si la
niña había asistido alguna vez al
teatro... si alguna vez habría soñado con el teatro.
Juliana ciertamente no lo hizo... No
así, con una familia de aristócratas que ella nunca había sabido existían. No
con las joyas y las sedas y los satenes y marqueses y condes y... los duques.
Los duques que la enfurecían y consumían sus
pensamientos y la besaban como si fuera la última mujer sobre la tierra.
Ella suspiró, mirando como la luz de
la luna creciente se reflejaba en los techos de tejas, aún mojados por una
lluvia breve que cayó en la tarde. Ella había comenzado algo que no podía
terminar. Ella había querido tentarlo con la pasión– para castigar su
arrogancia y llevarlo a sus rodillas, pero después del episodio vergonzoso en
el lago, cuando él le dijo que ella era la última cosa que jamás encontraría
tentadora...
Quedaban diez días para que terminara
su contrato, y él estaba cortejando a Lady Penélope, la planificación de toda
una vida de matrimonio adecuado, perfecto con una mujer que había sido criada
para ser una duquesa.
La apuesta se suponía que debía
terminar con su triunfo poniendo a
Leighton abajo, así que ¿por qué se sentía como si fuera Juliana quien sería la
parte perdedora?
–Por qué no está en su asiento? –
Ella dio un pequeño respingo al oír las palabras, mezcladas con irritación. Él
la había seguido.
No debería importarle que él la había buscado. Por supuesto, lo
hizo.
Se dio la vuelta, tratando de
aparentar serenidad.
–Por qué no está usted en su asiento?
– Él frunció el ceño ante eso.
–La vi abandonar el palco sin
escolta. –
–Mi hermano sabe dónde estoy. –
–Su hermano nunca ha aceptado en su
vida una pizca de responsabilidad –. Se acercó más a ella.
–Cualquier cosa puede sucedetle aquí.
– Juliana hizo un intento de mirar por el pasillo largo y tranquilo.
–Sí. Es muy amenazador. –
–Alguien debe estar mirando por su
reputación. Usted podría ser acosada. –
–Por quién? – Él se detuvo en eso. –Por
cualquiera! Por un actor! O un lacayo! –
–O un
duque? – El frunció el ceño, y se hizo una pausa.
–Supongo que me lo merezco. – Él no se lo
merecía. En realidad no. Ella se volvió hacia la ventana. –Yo no le he pedido
pido que venga trás de mí. –
Hubo un largo momento de silencio, y
ella esperaba que se fuera cuando él dijo, en voz baja, – no. Usted no lo hizo.
– Ella asintió con la cabeza con tal admisión.
–Entonces, ¿por qué está aquí? – Él
pasó una mano por sus rizos dorados y los ojos de Juliana se abrieron ante el
movimiento, por la no controlada y, rara
en él, signo de inquietud.
–Fue un error. – La decepción se
encendió, y ella hizo todo lo posible para ocultarla, en su lugar hizo una
amplia extensión del corredor con una sola mano.
–Uno puede corregir fácilmente, Su
Gracia. Creo que su palco está en el lado opuesto del teatro. Debo pedir un
lacayo para escoltarle de vuelta? ¿O tiene miedo de ser acosado? –
Sus labios apretados en una línea
recta, la única indicación de que había registrado el sarcasmo en sus palabras.
–No pretendía venir tras usted,
aunque Dios sabe que fue probablemente un error también, aunque sea una
consecuencia inevitable de una –. Se detuvo, sopesando sus siguientes palabras.
–Me refiero a todo. La apuesta, las dos
semanas, por la mañana en Hyde Park... –
–La tarde en Hyde Park, – añadió ella en voz
baja, y su mirada voló a la suya.
–Yo hubiera preferido no haber dado a las
malas lenguas algo que discutir, pero por supuesto no me arrepiento de haberla
salvado –. Había algo en las palabras, la irritación mezclada con una emoción
que Juliana no pudo identificar, pero se había ido cuando, continuó, con
frialdad,
–El resto, sin embargo, no puede
continuar. Nunca debí haber aceptado eso, para empezar. Ese fue el error. Estoy
empezando a ver que usted es prácticamente incapaz de comportarse con decoro.
Nunca debí haberle seguido la corriente.
–
Seguido la corriente a ella.
El significado de las palabras se
hizo eco, incluso mientras él bailaba en torno a lo que realmente estaba
tratando de decir.
Ella no era lo suficientemente buena para él.
Ella nunca lo había sido.
Y ella nunca sería lo suficientemente buena para el mundo en que
él vivía.
Tanto como ella se había jurado que
él iba a cambiar su punto de vista de ella, le iba a demostrar que estaba
equivocado y hacer que le pidiera perdón... por su atención... la determinación
en su tono le dio una pausa.
Ella se negó a dejarse herir por él,
eso le daría demasiado poder sobre ella.
Les daría a todos demasiado poder
sobre ella.
Había otras personas que no
creían en ella de alguna manera porque ella había
nacido en Italia, porque ella había nacido común, porque ella luchaba contra
las reglas y restricciones de este nuevo mundo.
Ella no debería sentirse herida.
Ella debería estar enojada.
La ira, por lo menos, era una emoción que
podía dominar. Y mientras ella estuviera enfadada, él no iba a ganar.
–Me ha complacido? – preguntó ella,
de pie y giró de manera que estuvieran cara a cara. –Usted puede estar
acostumbrado a que otros simplemente acepten su punto de vista en una
situación, Su Gracia, pero yo no soy uno de sus subordinados admiradores. – La
mandíbula de él se endureció ante las palabras, y ella siguió adelante. –Usted
no parecía estar simplemente
complaciéndome cuando usted acordó las dos semanas, y definitivamente no
se limitó a seguirme la corriente por la mañana en Hyde Park ya varias mañanas
atrás–
Su barbilla levantada, iluminada y
firme con una mezcla de rabia y convicción.. –Usted me dio dos semanas. Según
mis cuentas, todavía tengo diez días. – Ella dio un paso más cerca de él, hasta
que casi se tocaron, y escuchó el cambio
en su respiración, la tensión que hubiera sido imperceptible, ya no era para
ella tan cercana.
Ella no ya no estaba tan enojada.
Acaso no se sentía tan atraída por
él.
–Me
propongo usarlas, – susurró ella, sabiendo que estaba tentando su suerte y
que, con una palabra de rechazo, él podría acabar con todo.
El momento se extendió una eternidad,
hasta que ya no podía sostener su mirada indescifrable. Ella bajó la atención a
sus labios, a sus firmes, y sólidas líneas.. Un error. De repente, la ventana
abierta no hizo nada para frenar el aire sofocante en el teatro. El recuerdo de
sus besos fue empalagoso en el pasillo oscuro... el deseo de más de ellos
abrumaba todo lo demás. Sus ojos se deslizaron de vuelta a él, a sus ámbar y
oscuros ojos color roble..
Él la deseaba, también.
La idea hizo que un escalofrío de
fuego la atravesara. Él dio un paso más cerca. Ellos se estaban tocando ahora,
apenas, la curva de sus pechos rozando su amplio pecho. Ella contuvo el
aliento.
–Usted no me necesita para sus
escándalos. Cuando tiene un conde en la palma de su mano. –
La confusión de sus palabras la quemaba y
aturdía con su cercanía.
–Un conde? –
–la vi con Allendale, sonriente y...
acogedora –. La última palabra salió
como grava.
–Allendale – Repitió como una imbécil, dispuso
a su mente a aclararse. ¿de qué estaba hablando? La luz de comprensión
apareció.
–Oh. Benedict. – Algo no del todo
seguro brilló en los ojos de él.
–Usted no debería referirse a él con
tanta familiaridad. –
Un hilo de emoción tejió su camino a
través de ella. Parecía enojado. No... se veía furioso. Parecía celoso.
La mirada se fue antes de que pudiera
degustarla, se cerró detrás de su mirada atenta, pero el coraje aumentó, sin
embargo, y ella le dio una pequeña sonrisa, burlona.
–Quiere decir que no debo referirme a
él por su nombre? –
–No con ese nombre. –
–Usted no se atuvo a tales normas
cuando nos conocimos... Simón –. Ella dijo su nombre en un susurro, y el
aliento de ella se enroscó entre ellos, como la tentación. Él respiró hondo.
–Debería haberlo hecho. –
–Pero usted quería que yo pensara
algo que usted no era. –
–Creo que los dos fuimos culpables de ocultar
nuestras verdaderas identidades. – La tristeza se encendió, mezclada con la
ira.
–Yo no me escondí. –
–No? Entonces ¿por qué yo creí que
usted era... –
Más.
Ella oyó la palabra en su mente.
Detestándola.
–Usted parecía pensar que yo era Suficiente entonces.– Ella levantó su
barbilla, sus labios quedaron a un pelo de distancia de los suyos. El deseo
estaba saliendo de él en olas.
Él
podía no quererla a ella–pero la deseaba. Ella podía sentirlo.
Él se inclinó, y ella contuvo el
aliento, esperando por la sensación de
esos implacables labios, deseándolos con una desesperación más de lo que ella
jamás admitiría. El mundo se desvaneció, y no había nada, mas en este momento,
que los dos en una oscuridad tranquila, su mirada dorada sobre la suya, su
calor la consumía. Su boca se cernía sobre ella, podía sentir su aliento suave
en su piel y ella quería gritar con la anticipación...
–Usted es un escándalo a punto de ocurrir. –
Las palabras fueron un beso con la respiración, el tacto iba en contra de su
mensaje. Y entonces él se fue, dando un paso atrás, fuera de ella, dejándola
sola y totalmente insatisfechos y deseosos.
–Uno que yo no puedo darme el lujo, –
agregó.
–Tú me deseas – Ella hizo una mueca
al oír la desesperación en la acusación: deseaba, al instante, eso que ella
podría tomar de nuevo. Él era de piedra.
–Claro que te deseo. Yo tendría que estar
muerto para no desearte. Eres brillante y hermosa, y respondes a mi de una
manera que me dan ganas de tirarte abajo y doblegarte a mi voluntad –. Se
detuvo, mirándola sus muy abiertos ojos. –Sin embargo, las acciones tienen
consecuencias, señorita Fiori. Un hecho que haría bien en recordar antes de
tirarse de cabeza en sus juegos infantiles. – Ella entrecerró los ojos.
–No soy una niña. –
–No? Usted no tiene idea de lo que
está haciendo. ¿Qué pasa si usted me enseñara acerca de su preciosa pasión
Juliana? ¿Qué seguiría entonces? ¿Y qué después? – La pregunta ondeó a través
de ella. Ella no tenía ninguna respuesta. –Usted nunca en su vida ha
considerado el futuro, ¿verdad? Usted nunca ha imaginado lo que viene después,
después de cualquier cosa que esté experimentando en el aquí y el ahora –. Él
hizo una pausa, luego cortó más profundo. –Si eso no habla de su infantilismo,
nada lo hace. –
Ella lo odio entonces. Odió la forma en que la
dejó al descubierto. La forma en que conocía sus fallos antes de que ella los
conociera por ella misma.
Él continuó. –Me estoy quitando de
nuestra apuesta. Yo nunca debería haber accedido a ella en primer lugar. Usted
es un peligro para usted misma. Y para mí. Y no puedo darme el lujo para
enseñarle la lección que se merece. –
Ella sabía que tenía que asentir.
Sabía que debía liberarlo , liberarlos a ambos, de este acuerdo estúpido, que amenazaba con dañar su
reputación, sus sentimientos, su razón. Pero él la puso tan furiosa, que no
podía dejarlo ganar.
–Usted dice que se está quitando, yo
digo que está incumpliendo –. La palabra
era una burla. Un músculo de su mandíbula se estremeció.
–Yo debería decirle todo a Ralston. – Ella arqueó una ceja.
–Y usted piensa que le ayudará a su causa –
Ellos se enfrentaron en el pasillo poco iluminado, y Juliana podía sentir la
furia que salía de él. Se deleitaba en ella, era tan raro verlo mostrar alguna
emoción. Ella no pudo resistirse a empujar al león.
–Tenga agallas, yo debería no
necesitar tanto tiempo para llevarlo de rodillas. – Sus ojos se abrieron al
instante oscuros, y ella supo que había ido demasiado lejos. Pensó por un
momento que él la sacudiría, reconoció la rabia apenas controlada en sus
músculos acordonados.
–He superado amenazas mucho peores a
mi reputación que la suya, señorita Fiori. No piense ni por un momento que va a
prevalecer. La tentación no es rival para la reputación –. Hizo una pausa. –Usted
quiere sus diez días? Manténgalos. Haga su mejor esfuerzo. –
–Tengo la intención de hacerlo. –
–No espere de mi que se lo facilite. –
Ella debería haber sentido placer
por la forma en que él se volvió sobre sus talones y se marchó ––en la forma en que había dañado su fachada
fría. Pero mientras lo veía regresar al palco y a su perfecta novia Inglesa que había elegido–no era el triunfo
el que estalló. Era algo sospechosamente parecido a la nostalgia.
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