jueves, 5 de julio de 2012

Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 7


Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke
Capitulo 7

La diversión se expresa con sonrisas delicadas.
La risa es demasiado fuerte para una dama elegante.
Un Tratado sobre la más exquisita de las damas

La vieja pregunta es contestada: En la batalla, el mármol de oro triunfa.
La Hoja del Escándalo, octubre 1823

Juliana miró por encima del borde del palco del Duque de Rivington en el Royale Theatre, teniendo en cuenta la masa de seda y el satén de abajo. La mitad de la alta sociedad parecía estar asistiendo a esta presentación especial de La Dama de Livorno, y la otra mitad sin puesto sin duda por que no pudo conseguir un boleto.
 –Mi palabra–, dijo Mariana, uniéndose a ella para ver el cuadro que se extendía ante ellas –pensaba que estarían para el otoño en sus  casas de campo y viajes de caza!–
 –Sí, bueno, alguien olvidó decírselo a la sociedad de Londres de este año.–
–Esto es lo que sucede cuando el Parlamento se reúne en sesiones extraordinarias. Todos se vuelven locos en el aire otoñal. Es eso trigo en el pelo de Lady Davis? –Levantado Mariana sus gemelos, inspeccionó el tocado desafortunado con un movimiento de su cabeza antes de inspeccionar el resto de los palcos en el teatro antes que la función se iniciara y se viera obligada a fingir que no le importaba el público tanto como para la compañía de actores. –Ah. Densmore está aquí con una mujer que nunca he visto antes. Uno podría asumir que ella es una ligera de cascos –.
–Mari– Ella no habría estado en Londres por mucho tiempo, pero incluso Juliana sabía que la discusión de las cortesanas no era una conversación adecuada para el teatro. Mariana miró hacia arriba, en un abrir y cerrar de ojos.
–Bueno, es verdad!–
 –Que es cierto?– El duque de Rivington había hecho su camino a través de la multitud de visitantes en busca de un momento del tiempo de su esposa y pasó el dorso de un dedo por el brazo de su esposa. Juliana sintió una punzada de envidia por el cariño distraído, apenas advertido por el esposo o la esposa, y la ignoró. Mariana se volvió hacia su Duque con una sonrisa brillante, feliz.
–Sólo estaba diciendo que Densmore debe estar aquí con una dama de la noche. Nunca la he visto antes.
 Mariana miró por encima del hombro de Rivington a la pareja en cuestión, un par un poco serio, cada uno con los labios apretados y la mandíbula desafortunada. Poniendo los ojos en blanco, le entregó sus gemelos a Juliana.
–Mira qué más puedes descubrir mientras estoy fuera. Espero un informe completo cuando regrese. – Ella se había ido a continuación, a través de una multitud de personas, para cumplir con su deber como esposa de uno de los hombres más respetados en el reino.
 Juliana observó atónita cómo su amiga se acercó a la baronesa y ella y la mujer participaron en la conversación. En cuestión de segundos, Lady Allen estaba sonriendo a Mariana, obviamente satisfecha con su compañía.
Por mucho que la gente hablara sobre el matrimonio de Mariana como la más rara de las cosas, el amor de ambos partidos era innegable y la relación era tanto una asociación política brillante como un gran romance. Mariana era la mejor de las esposas ducales, que su duque resultara estar loco por ella fue una feliz coincidencia.
El amor duradero no era algo con lo que Juliana estaba familiarizada. Ella era el producto de un encuentro creado a partir de un encaprichamiento fugaz. Su madre había hechizado a su padre, por lo que Juliana sabía, y los había abandonado a ambos cuando ella se cansó de la vida doméstica.
El padre de Juliana no  se había vuelto a casar, a pesar de que había tenido varias oportunidades de hacerlo, ella siempre había pensado que había tomado la decisión más sensata. Después de todo, ¿por qué correr el riesgo de volver a amar cuando la historia sugiere que tal comportamiento acabaría solo en dolor, la ira y la pérdida?
En los últimos meses, ella había podido ver que el amor no era un mito—Ella estaba muy feliz por que sus medio hermanos lo hubieran encontrado.
 El amor de Gabriel y Callie floreció cuando Juliana llegó a Inglaterra, y había observado como se resistieron a este, inútilmente.
Cuando habían sucumbido a la emoción, todo Londres se había sorprendido, y Juliana sólo tenía la esperanza de que su amor no acabara en la tristeza.
En cuestión de meses, Nick había encontrado a su Isabel, y fue imposible negar su devoción el uno al otro. Pero el amor comenzaba de esta manera, fogoso, apasionado y devoto. ¿Qué sucedía cuando el fuego se desvanecía y la devoción se convertía en aburrimiento? Ella vio como Callie se estiraba para susurrarle algo al oído de Ralston en el lado opuesto del palco. Su hermano sonrió, algo que rara vez hacía cuando Juliana había llegado en la pasada primavera – puso su  mano en la parte baja de la espalda de su esposa y se inclinó para responder. Por el leve color rosa que se extendió por las mejillas de Callie, Juliana imaginó que las palabras de su hermano no fueron del todo aptas para el teatro.
Algo en lo profundo de Juliana giró en espiral... algo que ella podía identificar como envidia si ella pasaba demasiado tiempo considerándolo. Pero sabía que no debía sentir envidia de su amor. El amor era una emoción vaga y efímera que, dentro de meses y años, si uno tiene suerte– finalmente se desvanecería.
¿Y luego qué?
No, Juliana no quería amor.
Pero la pasión... del tipo que hacía a su hermano decir cosas malvadas a su esposa en el teatro... eso era otra cosa completamente distinta.
A Ella no le importaría tener eso.
Pensó de nuevo en la mañana, dos días atrás, al momento en Hyde Park cuando el duque de Leighton había saltado de su caballo, con los ojos brillantes de ira y frustración, y la besó.
A fondo.
Con pasión.
Y él le hacía desear, maldito fuera.
Ella quería más de  aquello de lo que él le había dado a probar.
Deseo.
Lujuria.
Sensualidad.
Incluso el conflicto era convincente. Pero no él. Se negaba a quererlo. Ella levantó los prismáticos y examinó el teatro, en busca de algo que sirviera para reorientar su atención. A varios palcos de distancia, el vizconde Densmore parecía estar mirando de reojo por el alarmante escotado corpiño de su acompañante–le parecía que Mari estaba en lo cierto acerca de ella.
Unos metros más allá, Lady Davis y la Señora Sparrow  estaban en riesgo de caerse de su palco, ya que estiraban el cuello hacia un punto lejano antes de acurrucarse detrás de sus abanicos ondeándolos, en la posición universal para una conversación escandalosa. Mientras que Juliana no tenía amor por cualquiera de esas mujeres horribles, tuvo que admitir que eran chismes de expertas.
Siguiendo su línea de visión, ella esperaba una bienvenida distracción. Cuando llegó a la razón de sus susurros frenéticos. Allí, en el cuadro de enfrente, se encontraba el duque de Leighton y la uva, en una conversación privada y tranquila. A la vista de medio  Londres. Varios metros de distancia de la perfecta pareja mas allá, completando el retrato de felicidad aristocrática –estaba la duquesa de Leighton y una dama gordita y un caballero corpulento que Juliana sólo podía imaginar eran los padres de la uva. Lady Penelope.
Era major que ella empezara a pensar en ella como Lady Penelope.
Porqué? Lo suficientemente pronto, ella sería la Duquesa de Leighton.
Ella ignoró la ola de disgusto que fluía a través de ella ante tal pensamiento.
Que le importaba a ella con quién se casara él?
Ella no debía mirar.
Porqué le importaba que él seleccionara a alguien que era todo lo que Juliana no era?
La perfección a punto, absolutamente sin ningún problema, ni siquiera un poco escandalosa?
Ella no debía mirar.
¿No? Entonces ¿por qué no bajaba los gemelos?
Podía dejar los anteojos en cualquier momento que ella quisiera.
Le provocaba aplastar los gemelos.
Él levantó la vista y la miró fijamente a los ojos. Si hubieran estallado en llamas, ella no podría haber bajado los gemelos más rápidamente. O con más descuido. Los prismáticos golpearon la balaustrada de mármol con un chasquido malvado y el ocular de oro cayó al piso alfombrado. Todo se quedó  terriblemente silencioso de pronto en el palco, mientras los visitantes y familiares reunidos se volvían ante el sonido, encontrando a Juliana boquiabierta, mirando el largo mango de esmalte que permanecía en su mano.
Una enorme ola de vergüenza corría por ella, y Juliana tomó la primera vía de escape que tuvo, cayendo de rodillas en el piso del palco a la vez demasiado oscuro y totalmente no–lo suficientemente oscuro para recuperar los cristales que... el diablo se los lleve... debían haber rebotado en una silla, porque no estaban por ningún lado.
Buscando a ciegas debajo de las sillas, le tomó un momento para darse cuenta de que arrastrándose en el piso del Duque de Rivington en el palco del teatro, acababa de quedar en  una mala situación mucho, mucho peor.
Las damas Sparrow y Davis estaban muy probablemente observándola ahora, esperando a ver cómo iba a salir de esta mortificante situación.
Y ella ni siquiera debía pensar en él.
Ciertamente, él lo había visto todo.
 Y ella lo imaginaba levantando una ceja dorada imperiosa, en su dirección como si fuera a decir: ¡Gracias a Dios es Ralston quien debe hacer frente a usted y no yo.
 Maldijo en voz baja, al decidir que esta situación particular no podía ser agravada con  unas palabras en italiano. Sus dedos rozaron algo fresco y suave, y ella cogió los cristales caídos. Ella levantó la cabeza, para encontrarse a sí misma mirando a las espinillas del hermano de Callie, el conde de Allendale.
Un caballero del más alto calibre, Benedicto estaba casi con toda seguridad allí para ayudarla a levantarse. Ella no estaba lista. Él pareció darse cuenta de eso, y en lugar de eso se  agachó a su lado.
–Voy a pretender ayudar en la búsqueda hasta que esté lista para enfrentarlos – susurró, y la diversión en su tono alegre contribuyó a estabilizar su pulso. Ella miró a los ojos color marrón claro, iguales a  los de  Callie, e igualó su susurro con el suyo.
–¿Crees que yo podría quedarme aquí, mylord? –
 –Por cuánto tiempo? –
 –Para siempre es demasiado largo, ¿verdad? –
 Él fingió examinar la cuestión.
–Bueno, como un caballero, yo estaría obligado a permanecer a su lado... y yo estaba esperando ver la función, – se burló él. Al sonreír, le ofreció una mano y algunos consejos de tranquilidad.
 –Sigue sonriendo. Si ven que sientes vergüenza, te odiarán por eso. –
 Con una respiración profunda, ella le permitió levantarla sobre sus pies. Podía sentir cientos de ojos sobre ella, pero se negó a mirarlos. Se negó a comprobar para ver si un conjunto de aquellos ojos pertenecían al duque arrogante frente a ellos.
A través de una sonrisa forzada, dijo,–he causado una escena, ¿no?
–Uno de los lados de la boca de lord Allendale se elevó con diversión.
–Sí. Pero es un teatro. Así que puede consolarse con el hecho de que usted no es la primera en hacerlo aquí. –
–La primera en hacerlo desde tan lejos por encima del set, sin embargo. – Él se inclinó muy  cerca, como si fuera a compartir un secreto.
–Tonterías. Una vez vi a una vizcondesa perder la peluca porque estaba demasiado inclinada sobre el borde –. Hizo un simulacro de temblor. –Espantoso. –
 Ella se rio, el sonido la divirtió a partes iguales y la alivió. Benedicto era guapo y encantador, y por lo tanto más amable que–
Que nadie.
 –Primero el Serpentine y ahora esto. –
–Eres una aventurera, al parecer, – se burló él. –Por lo menos en este caso, no estás en peligro. –
 –En serio? ¿Por qué se siente mucho más aterrador? – Benedicto le sonrió.
–¿Te gustaría hacerles una reverencia por tu actuación? – Sus ojos se abrieron.
–Yo no podría! –
–No? –
–Sería –
 –Sería una noche mucho más interesante, es cierto. –
Y Leighton la odiaría.
 El pensamiento trajo una sonrisa a su cara.  Una real. Ella sacudió la cabeza.
–Creo que he causado bastantes problemas por una noche, – le dijo al conde, volviéndose hacia el resto del palco. Ella alzó las gafas triunfante, como anunciando,–las encontré! –
 Mariana se echó a reír, aplaudiendo dos veces en una señal de que se entretenía a fondo. La sonrisa de Ralston indicó que su irritación por su escena era vencida por su orgullo en que ella no iba a encogerse de miedo ante el resto de la alta sociedad. Su hermano nunca se había preocupado mucho por la sociedad, y Juliana tenía que estar agradecida por eso. En cuanto a los visitantes del palco, ellos parecían tratando de recordar la etiqueta adecuada para el momento en que la hermana de un marqués reapareciera después de pasar demasiado tiempo gateando en el piso de un palco de un teatro.
No es que Juliana creyera que había una cantidad adecuada de tiempo para estar en el piso de un palco de un  cuando las luces comenzaron a apagarse, y era hora de que la obra real diera comienzo.
Gracias a Dios.

Juliana muy pronto estuvo sentada al final de la primera fila de asientos, al lado de Mariana, que no tenía ninguna duda regresó al lado de ella para protegerla de la vergüenza adicional. Las luces se encendieron en el escenario, y comenzó la obra.
 Era imposible para Juliana centrarse en la escena.
Era una farsa, y una muy buena si la risa de la audiencia fuera una indicación, pero ella estaba luchando con los nervios residuales, un impulso persistente de huir del teatro, y un deseo insoportable de ver al duque del palco de Leighton.
Un deseo insoportable que, al final de la primera escena, resultó irresistible.
Ella echó una mirada desde el rabillo del ojo y lo vio. Mirando la obra con ávido interés. Sus dedos se cerraron alrededor de los binoculares de oro en sus manos delicadas, recordándole  su existencia.
 Por la facilidad con que ella podría verlo con claridad. Era totalmente razonable que ella verificara el estado del componente más importante del  teatro –los gemelos, razonó. Mientras que si el mango se rompiera, sin duda sería una tragedia si los propios lentes fueran arruinados también. Ningún amigo–a mitad de camino podría remplazarlos si se habían roto. Por supuesto que pondría a prueba las gafas. Se debían probar las gafas.
Era de esperar por completo.
Ella levantó el ocular y miró por el escenario. Con los no agrietados lentes –Juliana pudo ver el raso escarlata brillante de la actriz principal, casi podía distinguir las líneas individuales del espeso bigote negro que llevaba el actor principal.
Perfecto funcionamiento.
Pero no había ninguna garantía de que los lentes no se hubieran roto en alguna otra forma. Tal vez fueron afectados ahora por la luz?
También era posible. Ella haría bien en averiguar. En nombre de la amistad.
Giró las gafas con tanta naturalidad como era posible en un amplio arco desde el escenario, deteniéndose sólo cuando se encontró con sus brillantes rizos dorados. Algo en el escenario hizo reír al público. Él no se rio... ni siquiera sonreía, hasta que la uva se volvió hacia él, como para comprobar que se estaba divirtiendo. Juliana observó mientras él con una sonrisa forzada, se acercaba a ella para hablar en voz baja a su  oído. La sonrisa de ella se hizo más amplia, más natural, y de repente no parecía tan forma de uva.
Ella le pareció muy bonita.
Juliana se sintió mal.
–¿Ves algo de interés? – Ella respiró hondo, casi dejando caer las gafas a la pregunta en voz baja. Se volvió a encontrarse con la mirada de Mariana.
–Yo–yo sólo estaba probando los gemelos de teatro. Quería estar segura de que ellos estaban en condiciones de trabajar. –
–Ah –. Una pequeña sonrisa se ​​dibujó en los labios de su amiga. –Porque yo habría jurado que estabas mirando al duque de Leighton. –
–Porqué habría yo de hacer eso?– Juliana dijo, y la cuestión salió en un tono casi inhumano. Metió los vidrios rotos en el regazo de Mariana.
–Aquí. Funcionan. – Mariana levantó las gafas, sin hacer absolutamente ningún intento de ocultar que estaba buscando al duque de Leighton.
–Me pregunto por qué él está con Penélope Marbury? –
 –Va a casarse con ella, – Juliana se quejó. Mariana dio una rápida mirada de sorpresa a Juliana.
 –En serio?. Bueno. Ella ha hecho la pesca de toda la vida. –
El bacalao servido en el almuerzo debió caerle mal. Era la única razón por la  que sentiría tantas... náuseas.
Mariana volvió a su inspección.
–Callie me dijo que has tenido varios encontronazos con él. – Juliana negó con la cabeza, y le susurró:
–No sé lo que ella estará diciendo. Nosotros no hemos congeniado en absoluto. Hubo un incidente a caballo, pero yo no creía que Callie sabía... – Dejó de hablar mientras ella observó que Mariana había bajado las gafas y la miraba en estado de shock.
 –Creo que he entendido mal. – Mariana se recuperó y le dijo con una sonrisa triunfal. –En realidad lo has hecho. ¿Cómo me encanta que todavía no hayas dominado los giros de las frases  en inglés! – Juliana tomó la mano de su amiga.
–Mari! No debes repetirlo! –
–Oh, no lo haré. Con una condición. – Juliana miró al techo pidiendo  salvación.
–Qué? –
 –Tienes que contarme todo!  "caballo incidente" suena tan escandaloso! – Juliana no respondió, en lugar de eso giró decididamente hacia el escenario. Trató de prestar atención a la acción en el escenario, pero la historia de dos amantes tratando de evitar el descubrimiento de su relación clandestina, era algo demasiado familiar. Ella se encontraba en medio de su propia farsa... anteojos rotos en la ópera y reuniones escandalosas y todo, y ella acababa de ser descubierta. Y no le hizo gracia.
–Él está mirándote, – susurró Mariana.
 –No me está mirando, – respondió ella por fuera de la comisura de su boca. Pero no pudo evitar volver la cabeza. Él no estaba mirándola.
–Te estaba mirando.–
–Bueno, Yo no lo estoy mirando a él.
Y ella no lo hizo más.
No miró durante todo el primer acto, mientras los amantes se estrellaban dentro y fuera de las puertas y el público aullaba de risa, no mientras el telón cayó sobre ellos en un abrazo apasionado, a la vista de su marido y su hermana... que por alguna razón les importaba muy poco   las faldas que su hermano estaba persiguiendo.
Ella no miró mientras las velas eran encendidas en torno al teatro, lanzando la sociedad de Londres de nuevo a la vista, y no mientras el flujo de visitantes al palco de  Rivington comenzó a llegar  una vez más, y tuvo la oportunidad de mirar sin control.
 No miró, mientras el conde de Allendale la entretenía durante el intermedio, ni cuando Mariana sugirió que fueran al salón de las damas a repararse a sí mismas–un ardid velado para conseguir que Juliana hablara–, ni después de que ella declaró que no, ella no tenía razón para asistir al salón, y Mariana se vio obligada a ir sola.
Ella no miró hasta que las luces se habían desvanecido una vez más y el público se acomodaba en el segundo acto.
Y luego deseó no haberlo hecho.
Porque él estaba guiando a la uva en su asiento, su mano grande persistente a su lado, se deslizaba por su brazo mientras tomaba el asiento a su lado. Y descubrió que no podía apartar la mirada. La caricia fue rápida, aunque le pareció a Juliana que se extendía interminablemente–y Lady Penélope, impasible, volvió al escenario inmediatamente absorta en el siguiente acto.
El duque, sin embargo, miró a Juliana, satisfacer plenamente su mirada. La distancia y las luces tenues que la habían convertido en algo incierto, pero, no... él estaba mirándola. No había otra explicación para el estremecimiento de conciencia que se disparó por su espalda. Él sabía que ella había visto la caricia.
Quería que ella la viera.
Y de repente no había suficiente aire en el palco.
Ella se levantó abruptamente, llamando la atención de Ralston mientras se encaminaba a la salida. Ella se inclinó un poco para hablarle bajito en su oído. –Tengo un poco de dolor de cabeza. Saldré al pasillo a buscar algo de aire.–
Él la escrutó con la Mirada – Deseas regresar a Casa?–
–No no... Estaré bien. Solo saldré fuera del palco. – Ella sonrió débilmente. –Regresaré antes de que pienses que he desaparecido.–
Ralston dudó, debatiéndose si debería permitirle salir. –No te alejes. No deseo que vagues a través del teatro.–
Ella asintió con la cabeza. –Desde luego que no.–
Él detuvo su movimiento con una mano firme en la muñeca.
 –Lo digo en serio, hermana. Soy muy consciente de los problemas que puedes encontrar en un teatro durante una actuación. – Ella levantó una ceja en un gesto que compartían.
–Espero con interés escuchar más sobre esto pronto. – Sus dientes blancos brillaron en la oscuridad. –Tendrás que preguntar a Callie. – Ella sonrió. –Puedes estar seguro de que lo haré. –
Y entonces ella estaba en el pasillo, que estaba vacío excepto por un puñado de lacayos y ella pudo respirar una vez más. Había una brisa fresca que soplaba a través del corredor, y se dirigió instintivamente hacia su fuente, una gran ventana en la parte de atrás del teatro, donde el pasillo terminaba abruptamente por encima de lo que debió ser el escenario. La ventana había quedado abierta a la noche de octubre, había una silla debajo de ella, como esperando su llegada. Estaba probablemente demasiado lejos del palco para el gusto de Ralston, pero era un lugar perfectamente público, no obstante.
Ella estaba sentada, apoyada en el alféizar y mirando hacia los tejados de Londres. La luz de las velas parpadeaban en las ventanas de los edificios de abajo, y ella sólo podía ver a una joven cosiendo varios pisos abajo. Juliana se preguntaba, fugazmente, si la niña había asistido alguna vez  al teatro... si alguna vez habría soñado con el teatro.
Juliana ciertamente no lo hizo... No así, con una familia de aristócratas que ella nunca había sabido existían. No con las joyas y las sedas y los satenes y marqueses y condes y... los duques.
 Los duques que la enfurecían y consumían sus pensamientos y la besaban como si fuera la última mujer sobre la tierra.
Ella suspiró, mirando como la luz de la luna creciente se reflejaba en los techos de tejas, aún mojados por una lluvia breve que cayó en la tarde. Ella había comenzado algo que no podía terminar. Ella había querido tentarlo con la pasión– para castigar su arrogancia y llevarlo a sus rodillas, pero después del episodio vergonzoso en el lago, cuando él le dijo que ella era la última cosa que jamás encontraría tentadora...
Quedaban diez días para que terminara su contrato, y él estaba cortejando a Lady Penélope, la planificación de toda una vida de matrimonio adecuado, perfecto con una mujer que había sido criada para ser una duquesa.
La apuesta se suponía que debía terminar con  su triunfo poniendo a Leighton abajo, así que ¿por qué se sentía como si fuera Juliana quien sería la parte perdedora?
–Por qué no está en su asiento? – Ella dio un pequeño respingo al oír las palabras, mezcladas con irritación. Él la había seguido.
No debería importarle que él la había buscado. Por supuesto, lo hizo.
Se dio la vuelta, tratando de aparentar serenidad.
–Por qué no está usted en su asiento? – Él frunció el ceño ante eso.
–La vi abandonar el palco sin escolta. –
 –Mi hermano sabe dónde estoy. –
–Su hermano nunca ha aceptado en su vida una pizca de responsabilidad –. Se acercó más a ella.
–Cualquier cosa puede sucedetle aquí. – Juliana hizo un intento de mirar por el pasillo largo y tranquilo.
–Sí. Es muy amenazador. –
–Alguien debe estar mirando por su reputación. Usted podría ser acosada. –
 –Por quién? – Él se detuvo en eso. –Por cualquiera! Por un actor! O un lacayo! –
 –O un duque? – El frunció el ceño, y se hizo una pausa.
 –Supongo que me lo merezco. – Él no se lo merecía. En realidad no. Ella se volvió hacia la ventana. –Yo no le he pedido pido que venga trás de mí. –
Hubo un largo momento de silencio, y ella esperaba que se fuera cuando él dijo, en voz baja, – no. Usted no lo hizo. – Ella asintió con  la cabeza con  tal admisión.
–Entonces, ¿por qué está aquí? – Él pasó una mano por sus rizos dorados y los ojos de Juliana se abrieron ante el movimiento, por la no controlada y, rara  en él, signo de inquietud.
–Fue un error. – La decepción se encendió, y ella hizo todo lo posible para ocultarla, en su lugar hizo una amplia extensión del corredor con una sola mano.
–Uno puede corregir fácilmente, Su Gracia. Creo que su palco está en el lado opuesto del teatro. Debo pedir un lacayo para escoltarle de vuelta? ¿O tiene miedo de ser acosado? –
Sus labios apretados en una línea recta, la única indicación de que había registrado el sarcasmo en sus palabras.
–No pretendía venir tras usted, aunque Dios sabe que fue probablemente un error también, aunque sea una consecuencia inevitable de una –. Se detuvo, sopesando sus siguientes palabras.
 –Me refiero a todo. La apuesta, las dos semanas, por la mañana en Hyde Park... –
 –La tarde en Hyde Park, – añadió ella en voz baja, y su mirada voló a la suya.
 –Yo hubiera preferido no haber dado a las malas lenguas algo que discutir, pero por supuesto no me arrepiento de haberla salvado –. Había algo en las palabras, la irritación mezclada con una emoción que Juliana no pudo identificar, pero se había ido cuando, continuó, con frialdad,
–El resto, sin embargo, no puede continuar. Nunca debí haber aceptado eso, para empezar. Ese fue el error. Estoy empezando a ver que usted es prácticamente incapaz de comportarse con decoro. Nunca debí haberle  seguido la corriente. –
Seguido la corriente a ella.
El significado de las palabras se hizo eco, incluso mientras él bailaba en torno a lo que realmente estaba tratando de decir.
Ella no era lo suficientemente buena para él.
Ella nunca lo había sido.
Y ella nunca sería lo suficientemente buena para el mundo en que él vivía.
Tanto como ella se había jurado que él iba a cambiar su punto de vista de ella, le iba a demostrar que estaba equivocado y hacer que le pidiera perdón... por su atención... la determinación en su tono le dio una pausa.
Ella se negó a dejarse herir por él, eso  le daría demasiado poder sobre ella.
Les daría a todos demasiado poder sobre ella.
Había otras personas que no creían  en  ella de alguna manera porque ella había nacido en Italia, porque ella había nacido común, porque ella luchaba contra las reglas y restricciones de este nuevo mundo.
Ella no debería sentirse herida.
Ella debería estar enojada.
 La ira, por lo menos, era una emoción que podía dominar. Y mientras ella estuviera enfadada, él no iba a ganar.
–Me ha complacido? – preguntó ella, de pie y giró de manera que estuvieran cara a cara. –Usted puede estar acostumbrado a que otros simplemente acepten su punto de vista en una situación, Su Gracia, pero yo no soy uno de sus subordinados admiradores. – La mandíbula de él se endureció ante las palabras, y ella siguió adelante. –Usted no parecía estar simplemente  complaciéndome cuando usted acordó las dos semanas, y definitivamente no se limitó a seguirme la corriente por la mañana en Hyde Park ya varias mañanas atrás–
Su barbilla levantada, iluminada y firme con una mezcla de rabia y convicción.. –Usted me dio dos semanas. Según mis cuentas, todavía tengo diez días. – Ella dio un paso más cerca de él, hasta que  casi se tocaron, y escuchó el cambio en su respiración, la tensión que hubiera sido imperceptible, ya no  era para  ella tan cercana.
Ella no ya no estaba  tan enojada.
Acaso no se sentía tan atraída por él.
 –Me propongo usarlas, – susurró ella, sabiendo que estaba tentando su suerte y que, con una palabra de rechazo, él podría acabar con todo.
El momento se extendió una eternidad, hasta que ya no podía sostener su mirada indescifrable. Ella bajó la atención a sus labios, a sus firmes, y sólidas líneas.. Un error. De repente, la ventana abierta no hizo nada para frenar el aire sofocante en el teatro. El recuerdo de sus besos fue empalagoso en el pasillo oscuro... el deseo de más de ellos abrumaba todo lo demás. Sus ojos se deslizaron de vuelta a él, a sus ámbar y oscuros ojos color roble..
Él la deseaba, también.
La idea hizo que un escalofrío de fuego la atravesara. Él dio un paso más cerca. Ellos se estaban tocando ahora, apenas, la curva de sus pechos rozando su amplio pecho. Ella contuvo el aliento.
–Usted no me necesita para sus escándalos. Cuando tiene un conde en la palma de su mano. –
 La confusión de sus palabras la quemaba y aturdía con su cercanía.
–Un conde? –
–la vi con Allendale, sonriente y... acogedora –. La última palabra  salió como grava.
 –Allendale – Repitió como una imbécil, dispuso a su mente a aclararse. ¿de qué estaba hablando? La luz de comprensión apareció.
–Oh. Benedict. – Algo no del todo seguro brilló en los ojos de él.
–Usted no debería referirse a él con tanta familiaridad. –
Un hilo de emoción tejió su camino a través de ella. Parecía enojado. No... se veía furioso. Parecía celoso.
La mirada se fue antes de que pudiera degustarla, se cerró detrás de su mirada atenta, pero el coraje aumentó, sin embargo, y ella le dio una pequeña sonrisa, burlona.
–Quiere decir que no debo referirme a él por su nombre? –
–No con ese nombre. –
–Usted no se atuvo a tales normas cuando nos conocimos... Simón –. Ella dijo su nombre en un susurro, y el aliento de ella se enroscó entre ellos, como la tentación. Él respiró hondo.
–Debería haberlo hecho. –
–Pero usted quería que yo pensara algo que usted no era. –
 –Creo que los dos fuimos culpables de ocultar nuestras verdaderas identidades. – La tristeza se encendió, mezclada con la ira.
 –Yo no me escondí. –
–No? Entonces ¿por qué yo creí que usted era... –
Más.
Ella oyó la palabra en su mente. Detestándola.
–Usted parecía pensar que yo era Suficiente entonces.– Ella levantó su barbilla, sus labios quedaron a un pelo de distancia de los suyos. El deseo estaba saliendo de él en olas.
Él  podía no quererla a ella–pero la deseaba. Ella podía sentirlo.
Él se inclinó, y ella contuvo el aliento, esperando por  la sensación de esos implacables labios, deseándolos con una desesperación más de lo que ella jamás admitiría. El mundo se desvaneció, y no había nada, mas en este momento, que los dos en una oscuridad tranquila, su mirada dorada sobre la suya, su calor la consumía. Su boca se cernía sobre ella, podía sentir su aliento suave en su piel y ella quería gritar con la anticipación...
 –Usted es un escándalo a punto de ocurrir. – Las palabras fueron un beso con la respiración, el tacto iba en contra de su mensaje. Y entonces él se fue, dando un paso atrás, fuera de ella, dejándola sola y totalmente insatisfechos y deseosos.
–Uno que yo no puedo darme el lujo, – agregó.
–Tú me deseas – Ella hizo una mueca al oír la desesperación en la acusación: deseaba, al instante, eso que ella podría tomar de nuevo. Él era de piedra.
 –Claro que te deseo. Yo tendría que estar muerto para no desearte. Eres brillante y hermosa, y respondes a mi de una manera que me dan ganas de tirarte abajo y doblegarte a mi voluntad –. Se detuvo, mirándola sus muy abiertos ojos. –Sin embargo, las acciones tienen consecuencias, señorita Fiori. Un hecho que haría bien en recordar antes de tirarse de cabeza en sus juegos infantiles. – Ella entrecerró los ojos.
–No soy una niña. –
–No? Usted no tiene idea de lo que está haciendo. ¿Qué pasa si usted me enseñara acerca de su preciosa pasión Juliana? ¿Qué seguiría entonces? ¿Y qué después? – La pregunta ondeó a través de ella. Ella no tenía ninguna respuesta. –Usted nunca en su vida ha considerado el futuro, ¿verdad? Usted nunca ha imaginado lo que viene después, después de cualquier cosa que esté experimentando en el aquí y el ahora –. Él hizo una pausa, luego cortó más profundo. –Si eso no habla de su infantilismo, nada lo hace. –
 Ella lo odio entonces. Odió la forma en que la dejó al descubierto. La forma en que conocía sus fallos antes de que ella los conociera por ella misma.
Él continuó. –Me estoy quitando de nuestra apuesta. Yo nunca debería haber accedido a ella en primer lugar. Usted es un peligro para usted misma. Y para mí. Y no puedo darme el lujo para enseñarle la lección que se merece. –
Ella sabía que tenía que asentir. Sabía que debía liberarlo , liberarlos a ambos, de este acuerdo  estúpido, que amenazaba con dañar su reputación, sus sentimientos, su razón. Pero él la puso tan furiosa, que no podía dejarlo ganar.
–Usted dice que se está quitando, yo digo que está  incumpliendo –. La palabra era una burla. Un músculo de su mandíbula se estremeció.
 –Yo debería decirle todo a  Ralston. – Ella arqueó una ceja.
 –Y usted piensa que le ayudará a su causa – Ellos se enfrentaron en el pasillo poco iluminado, y Juliana podía sentir la furia que salía de él. Se deleitaba en ella, era tan raro verlo mostrar alguna emoción. Ella no pudo resistirse a empujar al león.
–Tenga agallas, yo debería no necesitar tanto tiempo para llevarlo de rodillas. – Sus ojos se abrieron al instante oscuros, y ella supo que había ido demasiado lejos. Pensó por un momento que él la sacudiría, reconoció la rabia apenas controlada en sus músculos acordonados.
–He superado amenazas mucho peores a mi reputación que la suya, señorita Fiori. No piense ni por un momento que va a prevalecer. La tentación no es rival para la reputación –. Hizo una pausa. –Usted quiere sus diez días? Manténgalos. Haga su mejor esfuerzo. –
–Tengo la intención de hacerlo. –
–No espere de mi  que se lo facilite. –
Ella debería haber sentido placer por  la forma en que él  se volvió sobre sus  talones y se marchó  ––en la forma en que había dañado su fachada fría. Pero mientras lo veía regresar al palco y a su perfecta novia  Inglesa que había elegido–no era el triunfo el que estalló. Era algo sospechosamente parecido a la nostalgia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario