Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un
Duke
Capitulo 8
La grosería es la última prueba de la perfección..
Una dama delicada guarda su lengua.
—Un tratado sobre la más exquisita de las damas
Los hallazgos más emocionantes en la modista no son las volutas de seda,
sino los rumores de escándalo.
—La hoja del escándalo, Octubre 1823
–Las mujeres inglesas gastan mas tiempo
comprando ropas que cualquier otras en todo Europa.–
Juliana se recostó en el sofá en la
sala de montaje de la modista. Había pasado más horas de lo que quería admitir
en esa pieza en particular de los muebles, tapizados en brocado escarlata que
era bastante caro y sólo lo suficientemente audaz para hacerse eco de la
propietaria de la tienda
–Usted nunca debe haber visto la
tienda francesa, – la señora Hebert dijo secamente mientras hábilmente clavaba
la encantadora sarga de arándano que estaba ajustando a la cintura Callie.
Mariana se echó a reír mientras
inspeccionaba un árbol de hoja perenne de terciopelo.
–Bueno, no podemos permitir que los
franceses sean mejores que nosotros en una actividad tan importante, ¿podemos –
Hebert respondió con un gruñido, y Mariana se apresuró a tranquilizarla. –Después
de todo, ya hemos ganado a la mejor costurera para nuestro lado del Canal. –
Juliana sonrió mientras su amiga
evitaba un desastre diplomático.–Y, además, – continuó Mariana,–Callie pasó
demasiado tiempo con una ropa horrible. Ella tiene mucho para compensar.
Acabamos de comenzar la emoción... – Hizo una pausa. –Y tal vez una capa de
invierno en este verde? –
–Su Gracia se ve hermosa en este
terciopelo –. Hebert no levantó la vista de su trabajo. –Puedo sugerir un
vestido nuevo en el dupioni para que coincida? Se verá como una reina en el
baile de invierno. –
Los ojos de Mariana se iluminaron
mientras Valerie sacaba la impresionante seda verde–más pesado que la mayoría
de los verdes con una docena de diferentes brillantes a través de él.
–Oh, sí... – Susurró.
–Por supuesto que puede hacer tal
sugerencia. –Juliana se rió de la reverencia en el tono de su amiga. –Y con
eso, estamos aquí para otra hora, – anunció, mientras Mariana se dirigía detrás
de una pantalla cercana a medirse.
–No demasiado apretado, – Callie dijo
en voz baja a la modista antes de sonreír a Juliana.
–Si el otoño sigue siendo tan social
como lo ha sido, no me puedo imaginar lo que vendrá con el invierno. Tu también
vas a necesitar nuevos vestidos, ya sabes. De hecho, no hemos discutido lo que
llevarás a tu cena. –
–No es mi cena –. Juliana se echó a
reír. –Y estoy segura de que tengo algo adecuado. –
–Callie ha seleccionado una excelente
cosecha de los Lores de Londres, Juliana, – Mariana cantó desde detrás de la
pantalla. –Cada uno de ellos más elegible que el anterior. –
–Así que he escuchado. –
Callie inspeccionó la cintura de su
vestido en el espejo.
–Y con todo, Leighton todavía no ha
aceptado –. Ella miró a los ojos de Juliana en el espejo. –Incluyendo a
Benedict. –Juliana hizo caso omiso de la referencia al conde de Allendale,
sabiendo que no debía presionar a Callie sobre el evento.
–Sin embargo, Leighton–no viene? –Callie
sacudió la cabeza.
–No está claro. Él simplemente no ha
respondido –. Juliana se mordió la lengua, sabiendo que ella no debía presionar
sobre el tema nunca más. Si él no quería asistir a la cena, para que estaban
haciendo esta cena?
–Estoy tratando de encontrar lo bueno en él...
pero no es fácil. Ah, bueno. Tendremos un tiempo precioso sin él. –
–¿Quiere que Valerie le muestre
algunas telas, señorita Fiori?– Hebert hablpo, como una excelente empresaria
que ella era modista.
–No –. Juliana negó con la cabeza. –Tengo
un montón de vestidos. Mi hermano no tiene que estar en bancarrota por mi culpa
hoy en día. –Callie se encontró con la mirada de Juliana
–No creas que no sé acerca de tus pequeños
regalos en secreto a Gabriel. Tu sabes que él ama comprarte ropa y todo lo que quieras. Y yo sé
que todos sus libros nuevos y piezas de música vienen. –Juliana sonrió. Cuando
ella se había ido a Inglaterra, sintiéndose totalmente desconectada de este
nuevo mundo y de su nueva familia, había estado convencida de que sus medios
hermanos la odiarían a ella, por todo lo que ella representaba–la madre que los
había abandonado sin mirar hacia atrás cuando eran unos niños. No importaba que
esa misma madre abandonó a Juliana, también. Excepto que había importado.
Gabriel y Nick la habían aceptado.
Sin lugar a dudas. Y si bien su relación como hermanos continuó evolucionando,
Juliana tuvo el aprendizaje más delante de lo más importante–lo que era ser una
hermana. Y como parte de esa lección extremadamente placentera, ella y su
hermano mayor, habían comenzado un juego de suerte, el intercambio de regalos
con frecuencia. Ella sonrió a su cuñada, que había sido tan decisiva en la
construcción de la relación entre su hermano y ella, y le dijo:
–No hay regalos hoy. Todavía estoy
reservando la esperanza de que la temporada llegará a su fin antes de que
requiera un guardarropa de invierno formal. –
–No digas esas cosas – dijo Mariana
desde detrás de la pantalla. –Yo quiero una razón para usar este vestido! –Todas
se rieron, y Juliana vio a la señora Hebert ingeniosamente envuelta en la tela
del vestido de Callie sobre su parte media. Callie consideraba los pliegues de
la tela en el espejo antes de decir:–Es perfecto. –Y así fue. Callie se veía
preciosa.
Gabriel no sería capaz de mantener
sus ojos fuera de ella, Juliana pensó con ironía.
–No demasiado apretado, – dijo
Callie. Era la segunda vez que le había susurrado las palabras.
Su significado afloró.–Callie –
Juliana dijo, con una mirada inocente a su cuñada en el espejo. Juliana inclinó
la cabeza en una pregunta en silencio, y la ancha y encantadora sonrisa de
Callie, fue la respuesta que necesitaba. allie estaba encinta. Juliana saltó de
su asiento, la alegría estalló a través de ella.
–Maraviglioso
– Se acercó a la otra mujer y tiró de ella en un abrazo enorme. –No es de
extrañar que no estás haciendo más compras de vestidos! –Su risa compartida
atrajo la atención de Mariana desde detrás de la pantalla de preparación.
–Qué es lo que es maraviglioso ?– Asomó la cabeza rubia
por todo el borde de la división. ¿Por qué te ríes – Ella entrecerró los ojos
sobre Juliana. –Por qué estás llorando – Ella desapareció por un instante, y
luego salió cojeando, agarrándose una media–larga de satén verde con ella, la
pobre Valerie seguía detrás. –Lo que no se me olvida – Ella hizo un mohín. –Yo
siempre echo de menos todo! –Callie y Juliana se rieron de nuevo hacia Mariana,
y Juliana dijo, –Bien, debes decirselo.–
–Decirme qué?–
Las mejillas de Callie estaban en
llamas, y fue sin duda deseando que no se encontraran en el centro de una sala
de montaje con una de las mejores modistas de Londres, y Juliana no pudo
contenerse. –Parece que mi hermano ha cumplido con su deber. –
–Juliana – susurró Callie,
escandalizada.
–Qué? Es cierto – dijo Juliana,
simplemente, con un encogimiento de hombros y.Callie sonrió.
–Tu estás igual que él, ya sabes. –Había
peores insultos que los que venían de una mujer que amaba con locura al hombre
en cuestión. Mariana seguía poniendose al día.
–Hecho el–Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Callie –
Ella empezó a brincar de emoción, y con gran sufrimiento Valerie tenía que
correr por un pañuelo para proteger la seda de las lágrimas de Mariana.
Hebert salió de la habitación, ya sea
para escapar de la asfixia en un abrazo rebelde o de ser atrapada en la batalla
emocional, las dos hermanas se agarraron una a la otra y reían y lloraban,
reían y charlaban y se reían y lloraban.
Juliana sonrió ante la imagen de las
hermanas Hartwell hacían, ahora cada una tenía un matrimonio feliz y estaban
tan profundamente conectadas entre sí, incluso cuando se dio cuenta de que no
había lugar para ella en este momento de celebración. No les envidió su
felicidad o su conexión. Ella simplemente quería tener también ese desenfreno,
ese sentido de pertenencia indiscutible.
Se levantó de la sala de montaje a la
sala de enfrente de la tienda, donde la señora Hebert había escapado momentos
antes. La francesa estaba de pie en la entrada a una pequeña antecámara,
bloqueando la vista a otro cliente. Juliana se dirigió a un muro de acentos de
los botones y cintas, volantes y encajes. Ella pasó sus dedos a lo largo de la
mercería, un botón de oro cepillado suave aquí, un cordón festoneado allá,
consumida por las noticias de Callie. Habría dos nuevas incorporaciones a la
familia, ya que la esposa del gemelo, Nick, Isabel, también esperaba un hijo.
Sus hermanos habían superado su
pasado y sus miedos de repetir los pecados de su padre, y habían dado ese
insondable salto de casarse por amor. Y ahora que tenían las familias. Madres y
padres y niños que envejecerían en un conjunto feliz, cuidado.
Usted nunca ha considerado
en su vida el futuro, ¿verdad? nunca se ha imaginado lo que vendría después?
Las palabras que Leighton le dijo en
el teatro hicieron eco en su mente. Juliana notó un bulto extraño en la
garganta. Ya no podía darse el lujo de pensar en su futuro. Su padre había
muerto y su mundo se había puesto patas arriba, enviada a Inglaterra y
entregada a una familia extraña y de una cultura extraña que nunca la
aceptaría. No había futuro para ella en Inglaterra. Y era más fácil, menos
doloroso– no engañarse o imaginar una. Pero cuando vio a Callie y a Mariana
mirando felizmente hacia su futuro idílico, lleno de amor y de niños y la
familia y amigos, era imposible que no los envidiara. Tenían lo que ella nunca
podría tener. Lo que nunca se le ofrecería.
Era debido a que estaba aquí, en este
mundo aristocrático, donde el dinero, el título, la historia y la reproducción
era más importante que cualquier otra cosa.
Ella levantó una larga
pluma de un recipiente, que debía haber sido teñida, que nunca había visto
negrura como en una nube tan grande. No podía imaginar que algún pájaro
produciera tal cosa. Pero a medida que pasó los dedos por su suavidad, la pluma
captó la luz del sol entrando en la tienda, y ella supo inmediatamente que era
natural.
Era impresionante. En la
luz de la tarde brillante, la pluma no era negra totalmente. Era una masa
brillante de azules y morados y rojos tan oscuros que sólo daban la ilusión en
la oscuridad. Era llena de color.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Le ruego me disculpe? –
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
–Así que amables y
británicos, – dijo, continuando cuando Juliana le dio una media sonrisa. –– –La
pluma que usted tiene. Es de una garza. –
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
No es de
extrañar que no creyera en la pasión.
La duquesa estaba esperando que
Juliana mirara hacia otro lado. Al igual
que su hijo, ella quería demostrar que su antiguo nombre y su nariz recta la
hacían mejor que todos los demás. Ciertamente, la mirada firme parecía decir,
que la hacía mejor que Juliana. Haciendo caso omiso de sus nervios, Juliana se
mantuvo firme.–
Su Gracia, – dijo la señora Herbert,
sin darse cuenta de la batalla de voluntades que tenía lugar en la sala del
frente, mis disculpas por el retraso. ¿Le importaría ver el encaje ahora? –La
duquesa no apartaba la mirada de Juliana.
–No nos han presentado, – dijo, las
palabras fuertes y diseñadas para asustar. Eran un corte directo, con el
objetivo de recordarle a Juliana de su impertinencia. En su lugar.Juliana no
respondió. No se movió. Se negó a mirar hacia otro lado.
–Su Gracia – la señora Hebert miró a
Juliana y a la duquesa, y viceversa. Cuando continuó, había incertidumbre en su
voz. –Le presento la señorita Fiori? –Hubo una larga pausa, lo que podría haber
sido segundos u horas, entonces la duquesa habló. –Usted no puede –. El aire
parecía salir de la habitación con esa declaración imperiosa.
Ella continuó, sin quitar la mirada
de Juliana. –Admito que tengo un poco de sorpresa, Hebert. Hubo un tiempo en
que usted tenía una … clientela… mucho menos... común... –
Común.
Si la prisa en sus oídos no había
sido tan fuerte, Juliana habría admirado el cálculo de la mujer mayor. Ella
había escogido la palabra perfecta que
proporcionara el conjunto más rápido y más violento para humillarla.Común.El peor de los insultos de alguien
que vivía la vida a lo alto. La palabra resonó en su cabeza, pero repetición,
Juliana no oyó a la duquesa de Leighton. Oyó a su hijo. Y ella no pudo dejar de
responder.
–Y yo siempre pensé que ella servía a
gente mucho más civilizada –. Las palabras salieron antes de que pudiera
detenerlas, y ella resistió el impulso de darse una palmada sobre su boca para
no decir nada más. Si fuera posible, la columna vertebral de la duquesa se hizo
aún más recta, y la punta de su nariz
aún más alta. Cuando habló, las palabras gotearon con aburrimiento, como si
Juliana estuviera muy por debajo de su ella como para merecer una respuesta.
–Así que, es cierto lo que dicen. La
sangre saldrá a la luz. –La duquesa de Leighton salió de la tienda, llevándose
el aire con ella mientras la puerta cerrada, la campanilla sonó feliz
irónicamente
.–Esa mujer es una arpía. –Juliana
levantó la vista para ver a Mariana que iba en dirección a ella, la
preocupación y la ira reflejadas en su rostro. Ella sacudió la cabeza. –Cree
que las duquesas pueden comportarse como les plazca. –
–No me importa si ella es la reina.
Ella no tiene derecho a hablarte de esa manera. –
–Y si ella fuera la reina, entonces
ella podría realmente hablarme como le guste– dijo Juliana, pasando por alto el
temblor en su voz.¿Qué había estado pensando al incitar a la duquesa después de
todo?
Ese fue el problema, por supuesto.
Ella no había estado pensando en la duquesa en absoluto. Había estado pensando
en unos ojos de color ámbar intermitentes y un halo de rizos dorados y en una
mandíbula cuadrada y un rostro inamovible que desesperadamente quería que se
moviera. Y ella dijo lo primero que le vino a su mente.–No debería haber
hablado con ella de esa manera. Si eso se supiera... sería un escándalo –.
Mariana sacudió la cabeza y abrió la
boca para responder, casi con toda seguridad, con palabras tranquilizadoras,
pero Juliana continuó con una pequeña sonrisa.
–Está mal que no puedo dejar de sentir que se
lo merecía? –Mariana sonrió.
–No, en absoluto! Ella se lo merecía!
Y mucho más! Odio a esa mujer. No es de extrañar que Leighton sea tan rígido. Imagínate
ser criada por ella.
–Hubiera sido horrible. En lugar de
sentirse mejor, Juliana sintió un nuevo impulso. La duquesa de Leighton podría
pensar que estaba por encima de Juliana y el resto del mundo conocido, pero
ella no lo estaba. Y mientras que Juliana tenía poco interés en demostrarle
nada a la odiosa mujer, ella se encontró pensando en como mostrarle al duque
precisamente que era lo que realmente faltaba en su vida de frío desdén.
–Juliana – Mariana interrumpió sus
pensamientos. –Estás bien? –Ella lo estaría.
Juliana empujó ese pensamiento a
distancia, dirigiéndose a la modista normalmente imperturbable, que había observado
la escena en estado de shock y de horror, y le ofreció una disculpa. –Lo
siento, señora Hebert. Me parece que ha perdido un cliente importante. –
Eso fue honesto. Juliana sabía que
Hebert no tendría más remedio que intentar volver a ganar el favor de la
duquesa de Leighton. Uno no se limitaba a hacerse a un lado mientras una de las
mujeres más poderosas de Londres llevaba su dinero a otra parte. Las
repercusiones de este tipo de altercado podrían poner fin a la modista, si no
se manejaban adecuadamente.
–Tal vez Su Gracia, – indicó a
Mariana, y a la marquesa, – y le saludó con una mano en la dirección de la sala
de montaje a Callie, pueden ayudar a reparar el daño que he hecho. –
–Ja – Mariana seguía furiosa. –Como
si se fuera a rebajar a conversar con esa mujer – Hizo una pausa, y volvió a
cubrir sus modales. –Pero, por supuesto, señora, con mucho gusto le ayudaré. –
La modista habló.
–No hay ninguna necesidad de
reparación. Tengo un montón de trabajo, y no creo que por la duquesa de Leighton vaya a sufrir mi
clientela –. Juliana parpadeó, y la modista continuó. –Tengo a la duquesa de
Rivington en mi tienda, así como a la esposa del marqués de Ralston. Para qué
necesito a la anciana? –. Bajó la voz hasta un susurro cómplice. –Ella morirá
pronto. ¿Qué es un puñado de años sin ella en mi negocio? –
El pronunciamiento fue tan descarado,
tanto por lo que la materia de lo dicho como por el sentido que tenía. Mariana
sonrió ampliamente, y Juliana soltó una risa incrédula.
–He mencionado lo mucho que me encanta el
francés? –La modista le guiñó un ojo.
–Nosotros, los extranjeros debemos
estar juntos, no? –Juliana sonrió.
–Oui. –
–Bon –. Hebert asintió con la cabeza.
–Y ¿qué pasa con el duque? –Juliana fingió no entender. –El duque? –Mariana le
dirigió una mirada de largo sufrimiento.
–Oh, por favor. Eres terrible en el
juego tímido. –
–El que le salvó la vida, señorita –
dijo la modista, con acento burlón en su voz. –Él es un reto, no? –Juliana
volvió la mirada a la pluma de garza en la mano, viendo como los colores
brillantes y ocultos se revelaron antes de encontrarse con la mirada de la
modista. –Oui. Pero no en la forma que usted piensa. No estoy detrás de él.
Simplemente quiero... –
Sacudirlo hasta la médula.
Bueno, ciertamente no podía decir
eso. Madame Hebert le había quitado la pluma de la mano de Juliana. Se trasladó
a la pared de tejido en un lado de la tienda y se inclinó hacia abajo para
retirar un rollo de tela. En cuanto sacó varios metros de la tela extravagante,
miró a Juliana. –Creo que le debe permitir a su hermano que le compre un
vestido nuevo. –La modista puso la pluma hacia abajo en el raso glorioso. Era
escandaloso y apasionado y...Mariana se rió en su hombro, bajo y perverso.
–Oh, es perfecto. –Juliana se encontró con la
mirada de la modista. Esto lo dejaría sobre sus rodillas.–En cuánto tiempo lo
puedo tener? –La modista la miró, intrigada. –Con qué rapidez lo necesita? –
–Él viene a cenar dentro de dos
noches. –
Mariana se cuadró, sacudiendo la
cabeza. –Pero Callie dijo que todavía no ha aceptado la invitación. –Juliana
encontró los ojos de su cuñada, viendo más seguro su camino que nunca antes. –Le
haré ir. –
–No es que no quiera que nuestras fuerzas
armadas esten bien financiadas, Leighton, simplemente estoy diciendo que este
debate podría haber esperado para el próximo período de sesiones. Tengo una
cosecha para supervisar. –Simón lanzó una carta y volvió una mirada perezosa
sobre su oponente, que llevaba un cigarro entre los dientes en un gesto
elocuente de un pronto–a–ser perdedor. –Me imagino que es menos de la cosecha y
más de la caza del zorro que estas tan reacio a perderte, Fallon. –
–Eso sí, no lo voy a negar. Tengo mejores
cosas que hacer que pasar todo el otoño en Londres – El conde de Fallon
descartó su puntuación irritado.
–Usted
no puede querer quedarse, tampoco. –
–Lo que quiero no está en cuestión, – dijo Simón.
Era una mentira. Lo que quería era del todo en cuestión. Se aprobaría una
sesión especial del Parlamento para discutir las leyes que rigen la cartografía
y así mantendría a los visitantes fuera de la puerta de su casa de campo y
evitaría que descubrieran sus secretos. Puso sus cartas sobre la mesa, boca
arriba.
–Parece que usted debe pasar más tiempo en
sus cartas que en la búsqueda de maneras de eludir sus obligaciones como un
par. –Simón recogió sus ganancias, se levantó de la mesa, e hizo caso omiso de
la maldición del conde cuando salía de la pequeña habitación en el más allá del
corredor. La noche se extendía ante él, junto con las invitaciones para el teatro
y mas de media docena de bailes, y él sabía que debía regresar a su casa de la
ciudad, bañarse, vestirse y salir, cada noche se le veía como el retrato de la
propiedad y elegancia, cada noche debía contribuir a garantizar el nombre de
Leighton. No importaba que él asistiera a los rituales de la sociedad cansado.
Así es como debía ser.
–Leighton. –El marqués de Needham y Dolby
venía resoplando por la ancha escalera desde la planta baja del club, apenas
capaz de recuperar el aliento cuando llegó al escalón más alto. Se detuvo, con
una mano en la barandilla de madera de roble, e inclinó la cabeza hacia atrás,
empujando su torso lo suficiente para tomar un gran aliento. Los botones del
chaleco amarillo del marqués tensos bajo el peso de su circunferencia, y Simón
se preguntó si el hombre de más edad necesitaría un médico.–Justo el hombre que
estaba esperando ver – el marqués anunció una vez que se había recuperado. –Dígame,
¿cuándo va a hablar con mi hija? –Simón se reprimió, teniendo en cuenta su
entorno. Era un lugar totalmente inadecuado para una conversación que le
gustaría mantener en privado.
–Tal vez le gustaría unirse a mí en una sala
de estar, Needham? –
El marqués no se dio por aludido. –Tonterías.
No hay necesidad de mantener el tema en un lugar mas tranquilo! –
–Me temo que no estoy de acuerdo, –
dijo Simón, deseando que los músculos de la mandíbula se relajaran. –Hasta que
la dama esté de acuerdo –
–Tonterías – gritó el marqués
bastante alto.
–Le aseguro, Needham, que no hay
muchos que consideran una tontería mi pensamiento. Me gustaría que mantuviera
esto en silencio hasta que yo haya tenido la oportunidad de hablar directamente
con Lady Penélope. –La mirada de Needham se estrechó.
–Entonces será mejor que logre que se
dé, Leighton –. Los dientes de Simón se apretaron reprimiendo las palabras. No
le gustaba recibir órdenes. Sobre todo por un estúpida marqués que era un mal
tirador. Y, sin embargo, parecía que no tenía muchas opciones. Él hizo un gesto
brusco.–. –
–Eres un buen hombre. Buen hombre. Fallon – el marqués llamaba desde la puerta
de la sala de juego y esta se abrió y el rival de Simón salió al pasillo. –Usted
no va a ninguna parte, muchacho! Tengo la intención de aligerarle los
bolsillos! –La puerta se cerró detrás del corpulento marqués, y Simón le dio
una oración en silencio deseando que él fuera tan malo en el juego como lo era
en el tiro. No había ninguna razón para que Needham tuviera una buena tarde,
después de tanto intentar arruinar a Simón.
El ventanal enorme que marcaba el centro
de la escalera blanca que daba a la calle, y Simón se detuvo ante la luz de la
tarde para ver los carros pasar por debajo de los adoquines y considerar su
próximo movimiento. Debía dirigirse directamente a casa de Dolby y hablar con
Lady Penélope. Cada día que pasaba, simplemente prolongaba lo inevitable. No
era como si él no hubiera planeado casarse con el tiempo, era el curso natural
de los acontecimientos. Un medio para un fin. Él necesitaba herederos. Y una
anfitriona. Pero le molestaba tener que casarse
ahora. Le molestaba la razón. Un toque de color le llamó la atención en
el lado opuesto de la calle, un brillante color escarlata mirando a través de
la masa de colores apagados que cubrían los otros peatones en la calle St.
James. Estaba tan fuera de lugar, Simón se acercó a la ventana para confirmar
lo que había visto–una capa de un color rojo brillante y la capa a juego, una
señora en un mundo de hombres. En la calle de un hombre. En su calle. A través
de su club.
¿Qué mujer se pondría un capa roja en
plena luz del día en St. James? La respuesta brilló un instante ante si cuando
la multitud se despejó, y vio su rostro. Y al levantar la vista hacia la
ventana, ella no podía verlo, no podía saber que estaba allí, estaba
desequilibrado por la ola de incredulidad que corría a través de él. Porqué tal
comportamiento audaz, temerario? ¿No le había dado una lección de infantilismo
anoche mismo? Y las consecuencias? Justo
antes de que él le hubiera dicho que diera lo mejor de sí para ganar su
apuesta. Este fue su siguiente movimiento. Él no lo podía creer. La mujer
merecía ser puesta en las rodillas de alguien y recibir una paliza. Y él era el
hombre para hacerlo. Fue inmediatamente tras ese movimiento, corriendo por las
escaleras y haciendo caso omiso de los saludos de los otros miembros del club,
apenas se obligó a esperar por su capa, sombrero y los guantes antes de salir
por la puerta para atraparla cuando saliera a la escena y diera manchara su
reputación. Sólo que ella no estaba en la calle. Ella estaba esperando, muy
pacientemente, a través de la calle, con su doncella italiana, a quien Simón se comprometió a ver en el
siguiente barco de vuelta a Italia, como si toda la situación era perfectamente
normal. Como si no se rompieran once diferentes reglas de etiqueta al
hacerlo.Se dirigió directamente a ella, sin saber a ciencia cierta lo que iba a
hacer cuando él la alcanzara.
Ella se dio la vuelta justo cuando él
llegó.
–Usted realmente debe tener más
cuidado al cruzar la calle, Su Gracia. Los accidentes de carro no son
desconocidos. –Las palabras eran tranquilas y
hablaba como si estuvieran en una sala de dibujo en lugar de en la calle
de Londres, donde estaban todos los clubes de los mejores hombres.
–que estás haciendo aquí? –Él
esperaba que ella mintiera. Que dijera que había estado de compras y tomó un
giro equivocado, o que ella había querido ver el palacio de St. James y
simplemente estaba pasando, o que ella estaba buscando un coche de alquiler.
–Esperando por ti, por supuesto. –La
verdad lo puso sobre sus talones.
–Por mí. –Ella sonrió, y se preguntó
si alguien en el club le había drogado. Seguramente esto no estaba sucediendo. –Precisamente.
–
–¿Tiene usted alguna idea de lo
inadecuado que es para usted estar aquí? Esperando por mí? En la calle? – No
pudo evitar la incredulidad de su tono. Odiaba que lo hubiera sacudido la
emoción.
Ella inclinó la cabeza, y vio el
brillo en sus ojos malvados. –Sería más o menos inadecuado para mí haber
llamado a la puerta del club y solicitarle una audiencia? –Ella le estaba
tomando el pelo. Tenía que ser. Y, sin embargo, él sentía que debía responder a
su pregunta. En el caso.
–Más. Por supuesto. –Su sonrisa se
convirtió en una carcajada.
–Ah, entonces prefiere este. –
–Prefiero no – Él explotó. A continuación,
para darse cuenta de que estaban en la calle frente a su club, él la tomó del
brazo y tomó la dirección a casa de su hermano.
–Camina.
–¿Por qué? –
–Porque no podemos permanecer de pie
aquí. No se hace. –Ella sacudió la cabeza.
Ella comenzó a caminar, su criada a la zaga.
Se resistió al impulso de estrangularla, tomó una respiración profunda. –¿Cómo
siquiera sabía que yo estaba aquí? –Ella arqueó una ceja. –No es como si los
aristócratas tengan mucho que hacer, Su Gracia. Tengo algo que discutir con
usted. –
–Usted no puede simplemente decidir
discutir algo conmigo y realizarlo asi como asi –. Tal vez si le hablaba como
si fuera una tonta, se conformaría con su ira.
– No, Porqué no? –Tal vez no.
–Porque no se hace! –Ella le dio una
pequeña sonrisa. –Pensé que había decidido que le importa poco lo que yo haga –.
Él no respondió. No confiaba en sí mismo para hacerlo. –Además, si usted decide
que quiere hablar conmigo, es bienvenido a buscarme. –
–Por supuesto que soy bienvenido a
buscarla. –
–Porque usted es un duque? –
–No. Porque soy un hombre. –
–Ah, – dijo–una razón mucho mejor. –¿Era
eso sarcasmo en su voz?No le importaba.Él sólo quería llegar a su casa.
–Bueno, usted tampoco estaba
planeando venir a mí. –condenadamente cierto.
–No. Yo no lo estaba. –
–Y así que tuve que tomar el asunto
en mis propios puños. –No debería ser divertido ver sus encantadores fracasos
en el lenguaje. Era un escándalo ambulante. Y de alguna manera, él había
llegado a convertirse en su escolta. No necesitaba eso.
–Manos, – la corrigió.
–Precisamente. –Él la ayudó a cruzar
la calle en Park Lane hacia la casa de Ralston antes de preguntar, rápido e
irritado,
–Tengo mejores cosas que hacer hoy
que jugar a la niñera, Juliana. ¿Qué es lo que quieres? –Ella se detuvo, el
sonido de su nombre colgando entre ellos.–Señorita Fiori –. Él se corrigió a sí
mismo demasiado tarde. Ella sonrió. Sus ojos azules se encendieron con más
conocimiento del que una mujer de veinte años debería tener.
–No, Su Gracia. Usted no puede
echarse para atrás. –Su voz fue grave y cadenciosa, y apenas la notó antes de que fuera llevada por el viento,
pero él la oyó, y a la promesa que llevaba–una promesa que ella con seguridad
no sabía como entregar. Las palabras se dirigieron directamente a su núcleo, y
el deseo se disparó a través de él, rápido e intenso. Bajó el ala de su
sombrero y caminó en dirección al viento, con el deseo de que las hojas de
otoño soplara en su dirección y se llevara ese
momento.
–¿Qué quieres de mí? –
–Qué cosas tiene usted que hacer? –
Nada que realmente
desee hacer.
Él se tragó ese pensamiento.
–Eso no es de su incumbencia. –
–No, pero tengo curiosidad. ¿Qué es
eso tan urgente que un aristócrata tiene que hacer que no puede
acompañarme a mi casa? –
No le gustaba la implicación que ella
le daba a la frase, sugiriendo que él vivía una vida de ocio.
–Nosotros realmente tenemos
propósitos, sabe?. –
–De veras? –
Él la cortó con un vistazo. Ella le
sonreía.
–Usted me está provocando. –
–Tal vez. –Ella era hermosa.
Irritante, pero hermosa.
–Así que? ¿Qué es lo que tiene que
hacer hoy? –Algo en él se resistió a decirle que había planeado visitar a Lady Penélope. Listo
a proponerle matrimonio. En cambio, le
ofreció una mirada irónica.
–Nada importante. –Ella se rió, con
un sonido cálido y acogedor.
Él no iba a ver a Lady Penélope hoy, tampoco.
Caminaron en silencio por unos largos
momentos antes de llegar a la casa de su hermano, y él se volvió hacia ella,
finalmente, recorriéndola con la mirada. Ella estaba vibrante y hermosa, sus
mejillas rosa y los ojos brillantes, su capa roja y el tocado inclinado eran en todo lo contrario
a una perfecta dama Inglesa. Había
estado fuera, caminando audazmente a través del aire fresco de otoño, en lugar
de estar adentro calentándose junto al fuego bordando y tomando el té. Como era
probable que Penélope estuviera
haciéndolo en ese momento. Pero Juliana era diferente de todo lo que él había
conocido. Todo lo que siempre había querido. Todo lo que él había estado
buscando alguna vez. Ella era un peligro para sí misma... pero sobre todo, era
un peligro para él. Un peligro hermoso, tentador que él encontraba cada vez más irresistible.
–Qué es lo que desea?– le preguntó,
las palabras salieron más suaves de lo que le hubiera gustrado.
–Deseo ganar nuestra apuesta,–
contestó ella simplemente.
La única cosa que él no le podía dar.
No se podía dar el lujo de darsela.
–Eso no sucederá.–
Ella levantó un hombro
en un gesto poco elegante. –Tal vez no. Especialmente si no nos vemos. –
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.
Hola, gracias por traducirlo.
ResponderEliminarTengo toda la novela traducida, escribeme a mi correo si te interesa.
melito_29@hotmail.com
Gracias por tu esfuerzo y tiempo.
si tienes otros proyectos de traducción, espero que incluyas Highland pleasures 03, 04 que son las que no encontré en español. Te recomiendo la serie es genial.
Muchas gracias otra vez.
Adios..