jueves, 5 de julio de 2012

Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke Capitulo 8


Once Escandalos Para Ganar el Corazon de un Duke
Capitulo 8

La grosería es la última prueba de la perfección..
Una dama delicada guarda su lengua.
—Un tratado sobre la más exquisita de las damas

Los hallazgos más emocionantes en la modista no son las volutas de seda, sino los rumores de escándalo.
—La hoja del escándalo, Octubre 1823

–Las mujeres inglesas gastan mas tiempo comprando ropas que cualquier otras en todo Europa.–
Juliana se recostó en el sofá en la sala de montaje de la modista. Había pasado más horas de lo que quería admitir en esa pieza en particular de los muebles, tapizados en brocado escarlata que era bastante caro y sólo lo suficientemente audaz para hacerse eco de la propietaria de la tienda
–Usted nunca debe haber visto la tienda francesa, – la señora Hebert dijo secamente mientras hábilmente clavaba la encantadora sarga de arándano que estaba ajustando a la cintura Callie.
Mariana se echó a reír mientras inspeccionaba un árbol de hoja perenne de terciopelo.
–Bueno, no podemos permitir que los franceses sean mejores que nosotros en una actividad tan importante, ¿podemos – Hebert respondió con un gruñido, y Mariana se apresuró a tranquilizarla. –Después de todo, ya hemos ganado a la mejor costurera para nuestro lado del Canal. –
Juliana sonrió mientras su amiga evitaba un desastre diplomático.–Y, además, – continuó Mariana,–Callie pasó demasiado tiempo con una ropa horrible. Ella tiene mucho para compensar. Acabamos de comenzar la emoción... – Hizo una pausa. –Y tal vez una capa de invierno en este verde? –
–Su Gracia se ve hermosa en este terciopelo –. Hebert no levantó la vista de su trabajo. –Puedo sugerir un vestido nuevo en el dupioni para que coincida? Se verá como una reina en el baile de invierno. –
Los ojos de Mariana se iluminaron mientras Valerie sacaba la impresionante seda verde–más pesado que la mayoría de los verdes con una docena de diferentes brillantes a través de él.
–Oh, sí... – Susurró.
–Por supuesto que puede hacer tal sugerencia. –Juliana se rió de la reverencia en el tono de su amiga. –Y con eso, estamos aquí para otra hora, – anunció, mientras Mariana se dirigía detrás de una pantalla cercana a medirse.
–No demasiado apretado, – Callie dijo en voz baja a la modista antes de sonreír a Juliana.
–Si el otoño sigue siendo tan social como lo ha sido, no me puedo imaginar lo que vendrá con el invierno. Tu también vas a necesitar nuevos vestidos, ya sabes. De hecho, no hemos discutido lo que llevarás a tu cena. –
–No es mi cena –. Juliana se echó a reír. –Y estoy segura de que tengo algo adecuado. –
–Callie ha seleccionado una excelente cosecha de los Lores de Londres, Juliana, – Mariana cantó desde detrás de la pantalla. –Cada uno de ellos más elegible que el anterior. –
–Así que he escuchado. –
Callie inspeccionó la cintura de su vestido en el espejo.
–Y con todo, Leighton todavía no ha aceptado –. Ella miró a los ojos de Juliana en el espejo. –Incluyendo a Benedict. –Juliana hizo caso omiso de la referencia al conde de Allendale, sabiendo que no debía presionar a Callie sobre el evento.
–Sin embargo, Leighton–no viene? –Callie sacudió la cabeza.
–No está claro. Él simplemente no ha respondido –. Juliana se mordió la lengua, sabiendo que ella no debía presionar sobre el tema nunca más. Si él no quería asistir a la cena, para que estaban haciendo esta cena?
 –Estoy tratando de encontrar lo bueno en él... pero no es fácil. Ah, bueno. Tendremos un tiempo precioso sin él. –
–¿Quiere que Valerie le muestre algunas telas, señorita Fiori?– Hebert hablpo, como una excelente empresaria que ella era modista.
–No –. Juliana negó con la cabeza. –Tengo un montón de vestidos. Mi hermano no tiene que estar en bancarrota por mi culpa hoy en día. –Callie se encontró con la mirada de Juliana
 –No creas que no sé acerca de tus pequeños regalos en secreto a Gabriel. Tu sabes que él ama  comprarte ropa y todo lo que quieras. Y yo sé que todos sus libros nuevos y piezas de música vienen. –Juliana sonrió. Cuando ella se había ido a Inglaterra, sintiéndose totalmente desconectada de este nuevo mundo y de su nueva familia, había estado convencida de que sus medios hermanos la odiarían a ella, por todo lo que ella representaba–la madre que los había abandonado sin mirar hacia atrás cuando eran unos niños. No importaba que esa misma madre abandonó a Juliana, también. Excepto que había importado.
Gabriel y Nick la habían aceptado. Sin lugar a dudas. Y si bien su relación como hermanos continuó evolucionando, Juliana tuvo el aprendizaje más delante de lo más importante–lo que era ser una hermana. Y como parte de esa lección extremadamente placentera, ella y su hermano mayor, habían comenzado un juego de suerte, el intercambio de regalos con frecuencia. Ella sonrió a su cuñada, que había sido tan decisiva en la construcción de la relación entre su hermano y ella, y le dijo:
–No hay regalos hoy. Todavía estoy reservando la esperanza de que la temporada llegará a su fin antes de que requiera un guardarropa de invierno formal. –
–No digas esas cosas – dijo Mariana desde detrás de la pantalla. –Yo quiero una razón para usar este vestido! –Todas se rieron, y Juliana vio a la señora Hebert ingeniosamente envuelta en la tela del vestido de Callie sobre su parte media. Callie consideraba los pliegues de la tela en el espejo antes de decir:–Es perfecto. –Y así fue. Callie se veía preciosa.
Gabriel no sería capaz de mantener sus ojos fuera de ella, Juliana pensó con ironía.
–No demasiado apretado, – dijo Callie. Era la segunda vez que le había susurrado las palabras.
Su significado afloró.–Callie – Juliana dijo, con una mirada inocente a su cuñada en el espejo. Juliana inclinó la cabeza en una pregunta en silencio, y la ancha y encantadora sonrisa de Callie, fue la respuesta que necesitaba. allie estaba encinta. Juliana saltó de su asiento, la alegría estalló a través de ella.
Maraviglioso – Se acercó a la otra mujer y tiró de ella en un abrazo enorme. –No es de extrañar que no estás haciendo más compras de vestidos! –Su risa compartida atrajo la atención de Mariana desde detrás de la pantalla de preparación.
–Qué es lo que es maraviglioso ?– Asomó la cabeza rubia por todo el borde de la división. ¿Por qué te ríes – Ella entrecerró los ojos sobre Juliana. –Por qué estás llorando – Ella desapareció por un instante, y luego salió cojeando, agarrándose una media–larga de satén verde con ella, la pobre Valerie seguía detrás. –Lo que no se me olvida – Ella hizo un mohín. –Yo siempre echo de menos todo! –Callie y Juliana se rieron de nuevo hacia Mariana, y Juliana dijo, –Bien, debes decirselo.–
–Decirme qué?–
Las mejillas de Callie estaban en llamas, y fue sin duda deseando que no se encontraran en el centro de una sala de montaje con una de las mejores modistas de Londres, y Juliana no pudo contenerse. –Parece que mi hermano ha cumplido con su deber. –
–Juliana – susurró Callie, escandalizada.
–Qué? Es cierto – dijo Juliana, simplemente, con un encogimiento de hombros y.Callie sonrió.
–Tu estás igual que él, ya sabes. –Había peores insultos que los que venían de una mujer que amaba con locura al hombre en cuestión. Mariana seguía poniendose al día.
–Hecho el–Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Callie – Ella empezó a brincar de emoción, y con gran sufrimiento Valerie tenía que correr por un pañuelo para proteger la seda de las lágrimas de Mariana.
Hebert salió de la habitación, ya sea para escapar de la asfixia en un abrazo rebelde o de ser atrapada en la batalla emocional, las dos hermanas se agarraron una a la otra y reían y lloraban, reían y charlaban y se reían y lloraban.
Juliana sonrió ante la imagen de las hermanas Hartwell hacían, ahora cada una tenía un matrimonio feliz y estaban tan profundamente conectadas entre sí, incluso cuando se dio cuenta de que no había lugar para ella en este momento de celebración. No les envidió su felicidad o su conexión. Ella simplemente quería tener también ese desenfreno, ese sentido de pertenencia indiscutible.
Se levantó de la sala de montaje a la sala de enfrente de la tienda, donde la señora Hebert había escapado momentos antes. La francesa estaba de pie en la entrada a una pequeña antecámara, bloqueando la vista a otro cliente. Juliana se dirigió a un muro de acentos de los botones y cintas, volantes y encajes. Ella pasó sus dedos a lo largo de la mercería, un botón de oro cepillado suave aquí, un cordón festoneado allá, consumida por las noticias de Callie. Habría dos nuevas incorporaciones a la familia, ya que la esposa del gemelo, Nick, Isabel, también esperaba un hijo.
Sus hermanos habían superado su pasado y sus miedos de repetir los pecados de su padre, y habían dado ese insondable salto de casarse por amor. Y ahora que tenían las familias. Madres y padres y niños que envejecerían en un conjunto feliz, cuidado.
 Usted nunca ha considerado en su vida el futuro, ¿verdad? nunca se ha imaginado lo que vendría después?
Las palabras que Leighton le dijo en el teatro hicieron eco en su mente. Juliana notó un bulto extraño en la garganta. Ya no podía darse el lujo de pensar en su futuro. Su padre había muerto y su mundo se había puesto patas arriba, enviada a Inglaterra y entregada a una familia extraña y de una cultura extraña que nunca la aceptaría. No había futuro para ella en Inglaterra. Y era más fácil, menos doloroso– no engañarse o imaginar una. Pero cuando vio a Callie y a Mariana mirando felizmente hacia su futuro idílico, lleno de amor y de niños y la familia y amigos, era imposible que no los envidiara. Tenían lo que ella nunca podría tener. Lo que nunca se le ofrecería.
Era debido a que estaba aquí, en este mundo aristocrático, donde el dinero, el título, la historia y la reproducción era más importante que cualquier otra cosa.
Ella levantó una larga pluma de un recipiente, que debía haber sido teñida, que nunca había visto negrura como en una nube tan grande. No podía imaginar que algún pájaro produciera tal cosa. Pero a medida que pasó los dedos por su suavidad, la pluma captó la luz del sol entrando en la tienda, y ella supo inmediatamente que era natural.
Era impresionante. En la luz de la tarde brillante, la pluma no era negra totalmente. Era una masa brillante de azules y morados y rojos tan oscuros que sólo daban la ilusión en la oscuridad. Era llena de color.
–Aigrette. –
La palabra de la modista trajo a Juliana de su ensoñación.
–Le ruego me disculpe? –
Madame Hebert enarcó una ceja negra.
–Así que amables y británicos, – dijo, continuando cuando Juliana le dio una media sonrisa. –– –La pluma que usted tiene. Es de una garza. –
Juliana negó con la cabeza. Las garzas son de color blanco, pensé. –
–No las negras. –
Juliana miró la pluma. –Los colores son impresionantes. –
–La más rara de las cosas suelen ser de esa manera, – la modista respondió, levantando un gran marco de madera lleno de encajes. –Perdóneme. Tengo una duquesa que requiere una inspección de mi cordón –. El desagrado en su tono sorprendió a Juliana. Sin duda, la francesa no hablaría mal de Mariana en frente de ella...
–Tal vez si los franceses se hubieran movido con mayor rapidez, Napoleón hubiera ganado la guerra –. El desprecio rezumó a través de la tienda, y Juliana se volvió rápidamente hacia la voz.
La duquesa de Leighton se alzaba a menos de diez metros de ella.
Era difícil creer que esta mujer, menuda y pálida, había dado a luz al enorme y dorado Leighton. Juliana tuvo problemas para encontrar algo de él en su madre. No era ni en su coloración pálida, ni en su piel apergaminada, tan delgada como para ser casi transparente, ni estaba en los ojos, el color de un mar de invierno.
Pero esos ojos, parecían verlo todo. Juliana contuvo el aliento mientras la mirada fría de la duquesa la miraba de pies a cabeza. Ella se resistió a la tentación de juguetear con su examen en silencio, se negó a permitir que el juicio claro de la mujer la confundiera.
Por supuesto, tenía la confundía.
Y de repente, vio las similitudes con una claridad cristalina. El mentón rígido, la postura altiva, la lectura fría, la capacidad de agitar a una persona desde su núcleo.
Ella era su madre–era él en todo lo peor de la formas.
Pero ella no tenía su calor.
No había nada en ella, más que un estoicismo inquebrantable que hablaba de toda una vida de derecho y falta de emoción.
Qué había convertido a esa mujer en una piedra?
No es de extrañar que no creyera en la pasión.
La duquesa estaba esperando que Juliana  mirara hacia otro lado. Al igual que su hijo, ella quería demostrar que su antiguo nombre y su nariz recta la hacían mejor que todos los demás. Ciertamente, la mirada firme parecía decir, que la hacía mejor que Juliana. Haciendo caso omiso de sus nervios, Juliana se mantuvo firme.–
Su Gracia, – dijo la señora Herbert, sin darse cuenta de la batalla de voluntades que tenía lugar en la sala del frente, mis disculpas por el retraso. ¿Le importaría ver el encaje ahora? –La duquesa no apartaba la mirada de Juliana.
–No nos han presentado, – dijo, las palabras fuertes y diseñadas para asustar. Eran un corte directo, con el objetivo de recordarle a Juliana de su impertinencia. En su lugar.Juliana no respondió. No se movió. Se negó a mirar hacia otro lado.
–Su Gracia – la señora Hebert miró a Juliana y a la duquesa, y viceversa. Cuando continuó, había incertidumbre en su voz. –Le presento la señorita Fiori? –Hubo una larga pausa, lo que podría haber sido segundos u horas, entonces la duquesa habló. –Usted no puede –. El aire parecía salir de la habitación con esa declaración imperiosa.
Ella continuó, sin quitar la mirada de Juliana. –Admito que tengo un poco de sorpresa, Hebert. Hubo un tiempo en que usted tenía una … clientela… mucho menos... común... –
Común.
Si la prisa en sus oídos no había sido tan fuerte, Juliana habría admirado el cálculo de la mujer mayor. Ella había escogido la palabra  perfecta que proporcionara el conjunto más rápido y más violento para humillarla.Común.El peor de los insultos de alguien que vivía la vida a lo alto. La palabra resonó en su cabeza, pero repetición, Juliana no oyó a la duquesa de Leighton. Oyó a su hijo. Y ella no pudo dejar de responder.
–Y yo siempre pensé que ella servía a gente mucho más civilizada –. Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y ella resistió el impulso de darse una palmada sobre su boca para no decir nada más. Si fuera posible, la columna vertebral de la duquesa se hizo aún más recta, y la  punta de su nariz aún más alta. Cuando habló, las palabras gotearon con aburrimiento, como si Juliana estuviera muy por debajo de su ella como para merecer una respuesta.
–Así que, es cierto lo que dicen. La sangre saldrá a la luz. –La duquesa de Leighton salió de la tienda, llevándose el aire con ella mientras la puerta cerrada, la campanilla sonó feliz irónicamente
.–Esa mujer es una arpía. –Juliana levantó la vista para ver a Mariana que iba en dirección a ella, la preocupación y la ira reflejadas en su rostro. Ella sacudió la cabeza. –Cree que las duquesas pueden comportarse como les plazca. –
–No me importa si ella es la reina. Ella no tiene derecho a hablarte de esa manera. –
–Y si ella fuera la reina, entonces ella podría realmente hablarme como le guste– dijo Juliana, pasando por alto el temblor en su voz.¿Qué había estado pensando al incitar a la duquesa después de todo?
Ese fue el problema, por supuesto. Ella no había estado pensando en la duquesa en absoluto. Había estado pensando en unos ojos de color ámbar intermitentes y un halo de rizos dorados y en una mandíbula cuadrada y un rostro inamovible que desesperadamente quería que se moviera. Y ella dijo lo primero que le vino a su mente.–No debería haber hablado con ella de esa manera. Si eso se supiera... sería un escándalo –.
Mariana sacudió la cabeza y abrió la boca para responder, casi con toda seguridad, con palabras tranquilizadoras, pero Juliana continuó con una pequeña sonrisa.
 –Está mal que no puedo dejar de sentir que se lo merecía? –Mariana sonrió.
–No, en absoluto! Ella se lo merecía! Y mucho más! Odio a esa mujer. No es de extrañar que Leighton sea tan rígido. Imagínate ser criada por ella.
–Hubiera sido horrible. En lugar de sentirse mejor, Juliana sintió un nuevo impulso. La duquesa de Leighton podría pensar que estaba por encima de Juliana y el resto del mundo conocido, pero ella no lo estaba. Y mientras que Juliana tenía poco interés en demostrarle nada a la odiosa mujer, ella se encontró pensando en como mostrarle al duque precisamente que era lo que realmente faltaba en su vida de frío desdén.
–Juliana – Mariana interrumpió sus pensamientos. –Estás bien? –Ella lo estaría.
Juliana empujó ese pensamiento a distancia, dirigiéndose a la modista normalmente imperturbable, que había observado la escena en estado de shock y de horror, y le ofreció una disculpa. –Lo siento, señora Hebert. Me parece que ha perdido un cliente importante. –
Eso fue honesto. Juliana sabía que Hebert no tendría más remedio que intentar volver a ganar el favor de la duquesa de Leighton. Uno no se limitaba a hacerse a un lado mientras una de las mujeres más poderosas de Londres llevaba su dinero a otra parte. Las repercusiones de este tipo de altercado podrían poner fin a la modista, si no se manejaban adecuadamente.
–Tal vez Su Gracia, – indicó a Mariana, y a la marquesa, – y le saludó con una mano en la dirección de la sala de montaje a Callie, pueden ayudar a reparar el daño que he hecho. –
–Ja – Mariana seguía furiosa. –Como si se fuera a rebajar a conversar con esa mujer – Hizo una pausa, y volvió a cubrir sus modales. –Pero, por supuesto, señora, con mucho gusto le ayudaré. –
La modista habló.
–No hay ninguna necesidad de reparación. Tengo un montón de trabajo, y no creo que por  la duquesa de Leighton vaya a sufrir mi clientela –. Juliana parpadeó, y la modista continuó. –Tengo a la duquesa de Rivington en mi tienda, así como a la esposa del marqués de Ralston. Para qué necesito a la anciana? –. Bajó la voz hasta un susurro cómplice. –Ella morirá pronto. ¿Qué es un puñado de años sin ella en mi negocio? –
El pronunciamiento fue tan descarado, tanto por lo que la materia de lo dicho como por el sentido que tenía. Mariana sonrió ampliamente, y Juliana soltó una risa incrédula.
 –He mencionado lo mucho que me encanta el francés? –La modista le guiñó un ojo.
–Nosotros, los extranjeros debemos estar juntos, no? –Juliana sonrió.
–Oui. –
–Bon –. Hebert asintió con la cabeza. –Y ¿qué pasa con el duque? –Juliana fingió no entender. –El duque? –Mariana le dirigió una mirada de largo sufrimiento.
–Oh, por favor. Eres terrible en el juego tímido. –
–El que le salvó la vida, señorita – dijo la modista, con acento burlón en su voz. –Él es un reto, no? –Juliana volvió la mirada a la pluma de garza en la mano, viendo como los colores brillantes y ocultos se revelaron antes de encontrarse con la mirada de la modista. –Oui. Pero no en la forma que usted piensa. No estoy detrás de él. Simplemente quiero... –
Sacudirlo hasta la médula.
Bueno, ciertamente no podía decir eso. Madame Hebert le había quitado la pluma de la mano de Juliana. Se trasladó a la pared de tejido en un lado de la tienda y se inclinó hacia abajo para retirar un rollo de tela. En cuanto sacó varios metros de la tela extravagante, miró a Juliana. –Creo que le debe permitir a su hermano que le compre un vestido nuevo. –La modista puso la pluma hacia abajo en el raso glorioso. Era escandaloso y apasionado y...Mariana se rió en su hombro, bajo y perverso.
 –Oh, es perfecto. –Juliana se encontró con la mirada de la modista. Esto lo dejaría sobre sus rodillas.–En cuánto tiempo lo puedo tener? –La modista la miró, intrigada. –Con qué rapidez lo necesita? –
–Él viene a cenar dentro de dos noches. –
Mariana se cuadró, sacudiendo la cabeza. –Pero Callie dijo que todavía no ha aceptado la invitación. –Juliana encontró los ojos de su cuñada, viendo más seguro su camino que nunca antes. –Le haré ir. –


–No es que no quiera que nuestras fuerzas armadas esten bien financiadas, Leighton, simplemente estoy diciendo que este debate podría haber esperado para el próximo período de sesiones. Tengo una cosecha para supervisar. –Simón lanzó una carta y volvió una mirada perezosa sobre su oponente, que llevaba un cigarro entre los dientes en un gesto elocuente de un pronto–a–ser perdedor. –Me imagino que es menos de la cosecha y más de la caza del zorro que estas tan reacio a perderte, Fallon. –
–Eso sí, no lo voy a negar. Tengo mejores cosas que hacer que pasar todo el otoño en Londres – El conde de Fallon descartó su puntuación irritado.
 –Usted no puede querer quedarse, tampoco. –
–Lo que quiero no está en cuestión, – dijo Simón. Era una mentira. Lo que quería era del todo en cuestión. Se aprobaría una sesión especial del Parlamento para discutir las leyes que rigen la cartografía y así mantendría a los visitantes fuera de la puerta de su casa de campo y evitaría que descubrieran sus secretos. Puso sus cartas sobre la mesa, boca arriba.
–Parece que usted debe pasar más tiempo en sus cartas que en la búsqueda de maneras de eludir sus obligaciones como un par. –Simón recogió sus ganancias, se levantó de la mesa, e hizo caso omiso de la maldición del conde cuando salía de la pequeña habitación en el más allá del corredor. La noche se extendía ante él, junto con las invitaciones para el teatro y mas de media docena de bailes, y él sabía que debía regresar a su casa de la ciudad, bañarse, vestirse y salir, cada noche se le veía como el retrato de la propiedad y elegancia, cada noche debía contribuir a garantizar el nombre de Leighton. No importaba que él asistiera a los rituales de la sociedad cansado. Así es como debía ser.
–Leighton. –El marqués de Needham y Dolby venía resoplando por la ancha escalera desde la planta baja del club, apenas capaz de recuperar el aliento cuando llegó al escalón más alto. Se detuvo, con una mano en la barandilla de madera de roble, e inclinó la cabeza hacia atrás, empujando su torso lo suficiente para tomar un gran aliento. Los botones del chaleco amarillo del marqués tensos bajo el peso de su circunferencia, y Simón se preguntó si el hombre de más edad necesitaría un médico.–Justo el hombre que estaba esperando ver – el marqués anunció una vez que se había recuperado. –Dígame, ¿cuándo va a hablar con mi hija? –Simón se reprimió, teniendo en cuenta su entorno. Era un lugar totalmente inadecuado para una conversación que le gustaría mantener en privado.
–Tal vez le gustaría unirse a mí en una sala de estar, Needham? –
El marqués no se dio por aludido. –Tonterías. No hay necesidad de mantener el tema en un lugar mas tranquilo! –
–Me temo que no estoy de acuerdo, – dijo Simón, deseando que los músculos de la mandíbula se relajaran. –Hasta que la dama esté de acuerdo –
–Tonterías – gritó el marqués bastante alto.
–Le aseguro, Needham, que no hay muchos que consideran una tontería mi pensamiento. Me gustaría que mantuviera esto en silencio hasta que yo haya tenido la oportunidad de hablar directamente con Lady Penélope. –La mirada de Needham se estrechó.
–Entonces será mejor que logre que se dé, Leighton –. Los dientes de Simón se apretaron reprimiendo las palabras. No le gustaba recibir órdenes. Sobre todo por un estúpida marqués que era un mal tirador. Y, sin embargo, parecía que no tenía muchas opciones. Él hizo un gesto brusco.–. –
–Eres un buen hombre. Buen hombre.  Fallon – el marqués llamaba desde la puerta de la sala de juego y esta se abrió y el rival de Simón salió al pasillo. –Usted no va a ninguna parte, muchacho! Tengo la intención de aligerarle los bolsillos! –La puerta se cerró detrás del corpulento marqués, y Simón le dio una oración en silencio deseando que él fuera tan malo en el juego como lo era en el tiro. No había ninguna razón para que Needham tuviera una buena tarde, después de tanto intentar arruinar a Simón.
El ventanal enorme que marcaba el centro de la escalera blanca que daba a la calle, y Simón se detuvo ante la luz de la tarde para ver los carros pasar por debajo de los adoquines y considerar su próximo movimiento. Debía dirigirse directamente a casa de Dolby y hablar con Lady Penélope. Cada día que pasaba, simplemente prolongaba lo inevitable. No era como si él no hubiera planeado casarse con el tiempo, era el curso natural de los acontecimientos. Un medio para un fin. Él necesitaba herederos. Y una anfitriona. Pero le molestaba tener que casarse  ahora. Le molestaba la razón. Un toque de color le llamó la atención en el lado opuesto de la calle, un brillante color escarlata mirando a través de la masa de colores apagados que cubrían los otros peatones en la calle St. James. Estaba tan fuera de lugar, Simón se acercó a la ventana para confirmar lo que había visto–una capa de un color rojo brillante y la capa a juego, una señora en un mundo de hombres. En la calle de un hombre. En su calle. A través de su club.
¿Qué mujer se pondría un capa roja en plena luz del día en St. James? La respuesta brilló un instante ante si cuando la multitud se despejó, y vio su rostro. Y al levantar la vista hacia la ventana, ella no podía verlo, no podía saber que estaba allí, estaba desequilibrado por la ola de incredulidad que corría a través de él. Porqué tal comportamiento audaz, temerario? ¿No le había dado una lección de infantilismo anoche mismo? Y las consecuencias?  Justo antes de que él le hubiera dicho que diera lo mejor de sí para ganar su apuesta. Este fue su siguiente movimiento. Él no lo podía creer. La mujer merecía ser puesta en las rodillas de alguien y recibir una paliza. Y él era el hombre para hacerlo. Fue inmediatamente tras ese movimiento, corriendo por las escaleras y haciendo caso omiso de los saludos de los otros miembros del club, apenas se obligó a esperar por su capa, sombrero y los guantes antes de salir por la puerta para atraparla cuando saliera a la escena y diera manchara su reputación. Sólo que ella no estaba en la calle. Ella estaba esperando, muy pacientemente, a través de la calle, con su doncella italiana,  a quien Simón se comprometió a ver en el siguiente barco de vuelta a Italia, como si toda la situación era perfectamente normal. Como si no se rompieran once diferentes reglas de etiqueta al hacerlo.Se dirigió directamente a ella, sin saber a ciencia cierta lo que iba a hacer cuando él la alcanzara.
Ella se dio la vuelta justo cuando él llegó.
–Usted realmente debe tener más cuidado al cruzar la calle, Su Gracia. Los accidentes de carro no son desconocidos. –Las palabras eran tranquilas y  hablaba como si estuvieran en una sala de dibujo en lugar de en la calle de Londres, donde estaban todos los clubes de los mejores hombres.
–que estás haciendo aquí? –Él esperaba que ella mintiera. Que dijera que había estado de compras y tomó un giro equivocado, o que ella había querido ver el palacio de St. James y simplemente estaba pasando, o que ella estaba buscando un coche de alquiler.
–Esperando por ti, por supuesto. –La verdad lo puso sobre sus talones.
–Por mí. –Ella sonrió, y se preguntó si alguien en el club le había drogado. Seguramente esto no estaba sucediendo. –Precisamente. –
–¿Tiene usted alguna idea de lo inadecuado que es para usted estar aquí? Esperando por mí? En la calle? – No pudo evitar la incredulidad de su tono. Odiaba que lo hubiera sacudido la emoción.
Ella inclinó la cabeza, y vio el brillo en sus ojos malvados. –Sería más o menos inadecuado para mí haber llamado a la puerta del club y solicitarle una audiencia? –Ella le estaba tomando el pelo. Tenía que ser. Y, sin embargo, él sentía que debía responder a su pregunta. En el caso.
–Más. Por supuesto. –Su sonrisa se convirtió en una carcajada.
–Ah, entonces prefiere este. –
–Prefiero no – Él explotó. A continuación, para darse cuenta de que estaban en la calle frente a su club, él la tomó del brazo y tomó la dirección a casa de su hermano.
–Camina.
–¿Por qué? –
–Porque no podemos permanecer de pie aquí. No se hace. –Ella sacudió la cabeza.
 Ella comenzó a caminar, su criada a la zaga. Se resistió al impulso de estrangularla, tomó una respiración profunda. –¿Cómo siquiera sabía que yo estaba aquí? –Ella arqueó una ceja. –No es como si los aristócratas tengan mucho que hacer, Su Gracia. Tengo algo que discutir con usted. –
–Usted no puede simplemente decidir discutir algo conmigo y realizarlo asi como asi –. Tal vez si le hablaba como si fuera una tonta, se conformaría con su ira.
– No, Porqué no? –Tal vez no.
–Porque no se hace! –Ella le dio una pequeña sonrisa. –Pensé que había decidido que le importa poco lo que yo haga –. Él no respondió. No confiaba en sí mismo para hacerlo. –Además, si usted decide que quiere hablar conmigo, es bienvenido a buscarme. –
–Por supuesto que soy bienvenido a buscarla. –
–Porque usted es un duque? –
–No. Porque soy un hombre. –
–Ah, – dijo–una razón mucho mejor. –¿Era eso sarcasmo en su voz?No le importaba.Él sólo quería llegar a su casa.
–Bueno, usted tampoco estaba planeando venir a mí. –condenadamente cierto.
 –No. Yo no lo estaba. –
–Y así que tuve que tomar el asunto en mis propios puños. –No debería ser divertido ver sus encantadores fracasos en el lenguaje. Era un escándalo ambulante. Y de alguna manera, él había llegado a convertirse en su escolta. No necesitaba eso.
–Manos, – la corrigió.
–Precisamente. –Él la ayudó a cruzar la calle en Park Lane hacia la casa de Ralston antes de preguntar, rápido e irritado,
–Tengo mejores cosas que hacer hoy que jugar a la niñera, Juliana. ¿Qué es lo que quieres? –Ella se detuvo, el sonido de su nombre colgando entre ellos.–Señorita Fiori –. Él se corrigió a sí mismo demasiado tarde. Ella sonrió. Sus ojos azules se encendieron con más conocimiento del que una mujer de veinte años debería tener.
–No, Su Gracia. Usted no puede echarse para atrás. –Su voz fue grave y cadenciosa, y apenas la notó  antes de que fuera llevada por el viento, pero él la oyó, y a la promesa que llevaba–una promesa que ella con seguridad no sabía como entregar. Las palabras se dirigieron directamente a su núcleo, y el deseo se disparó a través de él, rápido e intenso. Bajó el ala de su sombrero y caminó en dirección al viento, con el deseo de que las hojas de otoño soplara en su dirección y se llevara ese  momento.
–¿Qué quieres de mí? –
–Qué cosas tiene usted que hacer? –
Nada que realmente desee hacer.
Él se tragó ese pensamiento.
–Eso no es de su incumbencia. –
–No, pero tengo curiosidad. ¿Qué es eso  tan urgente que  un aristócrata tiene que hacer que no puede acompañarme a mi casa? –
No le gustaba la implicación que ella le daba a la frase, sugiriendo que él vivía una vida de ocio.
–Nosotros realmente tenemos propósitos,  sabe?. –
–De veras? –
Él la cortó con un vistazo. Ella le sonreía.
 –Usted me está provocando. –
–Tal vez. –Ella era hermosa. Irritante, pero hermosa.
–Así que? ¿Qué es lo que tiene que hacer hoy? –Algo en él se resistió a decirle que  había planeado visitar a Lady Penélope. Listo a proponerle matrimonio. En cambio,  le ofreció una mirada irónica.
–Nada importante. –Ella se rió, con un sonido cálido y acogedor.
Él no iba a ver a Lady Penélope hoy, tampoco.
Caminaron en silencio por unos largos momentos antes de llegar a la casa de su hermano, y él se volvió hacia ella, finalmente, recorriéndola con la mirada. Ella estaba vibrante y hermosa, sus mejillas  rosa  y los ojos brillantes, su capa roja y  el tocado inclinado eran en todo lo contrario a una perfecta dama  Inglesa. Había estado fuera, caminando audazmente a través del aire fresco de otoño, en lugar de estar adentro calentándose junto al fuego bordando y tomando el té. Como era probable que Penélope  estuviera haciéndolo en ese momento. Pero Juliana era diferente de todo lo que él había conocido. Todo lo que siempre había querido. Todo lo que él había estado buscando alguna vez. Ella era un peligro para sí misma... pero sobre todo, era un peligro para él. Un peligro hermoso, tentador que él encontraba  cada vez más irresistible.

–Qué es lo que desea?– le preguntó, las palabras salieron más suaves de lo que le hubiera gustrado.
–Deseo ganar nuestra apuesta,– contestó ella simplemente.
La única cosa que él no le podía dar. No se podía dar el lujo de darsela.
–Eso no sucederá.–









Ella levantó un hombro en un gesto poco elegante. –Tal vez no. Especialmente si no nos vemos. –
–Yo le dije que no le facilitaría las cosas. –
–Difícil es una cosa, Su Gracia. Pero yo no hubiera esperado que usted se escondiera de mí. –
Sus ojos se abrieron ante sus insultantes palabras. –Ocultarme de usted? –
–Usted ha sido invitado a cenar. Y  es la única persona que aún no ha respondido. ¿Por qué no? –
–Ciertamente no porque me esté escondiendo de usted. –
–Entonces, ¿por qué no contesta? –
Porque no puedo correr el riesgo.
–¿Tiene usted alguna idea de todas las invitaciones que recibo? No puedo aceptarlas todas. –
Ella sonrió de nuevo, y no le gustó el conocimiento que vio en la curva de sus labios.
–Entonces, usted la rechaza? –
No.
–No lo he decidido. –
–Es el día después de mañana, – dijo, como si fuera una niña pequeña. –Yo no hubiera pensado que usted fuera tan cruel con su correspondencia, teniendo en cuenta su obsesión por su reputación. ¿Está seguro de que no se está escondiendo de mí? –
Él estrechó su mirada. –No me estoy escondiendo de usted. –
–No teme que yo pueda ganar nuestra apuesta, después de todo? –
–No, en absoluto. –
–Entonces usted va a venir? –
–Por supuesto. –
¡No!
Ella sonrió.
–Excelente. Le diré a la señora Ralston que lo espere –. Ella comenzó a subir las escaleras de la casa, dejándolo allí, a la luz menguante.
Él la vio alejarse, de pie en la calle hasta que la puerta se cerró detrás de ella con firmeza, y se consumió de furia con el conocimiento de que había sido superado por una irritante sirena italiana.

1 comentario:

  1. Hola, gracias por traducirlo.
    Tengo toda la novela traducida, escribeme a mi correo si te interesa.
    melito_29@hotmail.com
    Gracias por tu esfuerzo y tiempo.
    si tienes otros proyectos de traducción, espero que incluyas Highland pleasures 03, 04 que son las que no encontré en español. Te recomiendo la serie es genial.
    Muchas gracias otra vez.
    Adios..

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